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– «¿Qué es Tisbe? ¿Un caballero andante?»

– «Es la dama a quien debe amar Píramo.»

– «No, a fe mía, no me deis papeles de mujer.» No pienso interpretar a una mujer. -Siegfried se mostraba indignadísimo-. Charles, dijiste que me tocaría el papel de un honrado trabajador.

– Y así es.

– No pienso ponerme un vestido.

Selwyn Onions intervino por enésima vez:

– Bastará con que luzcas una bata corta o un mandil.

– ¿Cómo dices? ¿He entendido bien? ¿Has mencionado un mandil? Los Drinkwater no conocemos el significado de esa palabra.

Benjamin Milton y Tom Coates asistían a la conversación con intenso regodeo. Benjamin cogió la petaca de cerveza negra que llevaba en la cadera y, subrepticiamente, echó un trago al coleto. Se la pasó a Tom, que para beber le volvió la espalda. Alfred Jowett se inclinó junto a sus amigos y comentó:

– ¡Vaya juerga para una mañana de domingo! ¿Han ido a la iglesia? -preguntó mientras señalaba la casa de los Lamb.

– Me parece que no -replicó Tom-. Aunque la señora Lamb es creyente, o al menos eso es lo que me han dicho.

– He oído que papá está tocado del ala.

– ¿Qué?

– Que está loco. -Se apoyó un dedo en la sien-. Viene de familia.

Mary Lamb repitió la frase que le tocaba a Siegfried:

– «No, a fe mía, no me deis papeles de mujer. Me está saliendo la barba.» Señor Drinkwater, como puede ver es usted un hombre. No cabe la menor duda.

– ¿Lo sabrá el público?

– Por descontado. Le pondremos un sombrero de bocací. Nadie se confundirá con relación a su sexo.

Mary se había hecho enormes ilusiones con esa obra. Quedó encantada cuando Charles le pidió que apuntara y dirigiese a sus compañeros. A lo largo de las últimas semanas había experimentado un exceso de energías interiores, un entusiasmo difícil de contener, y ansiaba desviarlo. Por eso estudió con impaciencia el entremés interpretado por los artesanos contenido en la comedia Sueño de una noche de verano. Había ayudado a Charles a enlazar las diversas escenas e incluso había incorporado textos adicionales y acotaciones a fin de otorgarle continuidad. Sin embargo, no había comentado el proyecto con William Ireland. Estaba convencida de que el joven se habría sentido excluido y también tenía la seguridad de que habría llegado a conclusiones erróneas. Se trataba de una de esas complicadas situaciones humanas que Shakespeare era capaz de explicar con maestría. William Ireland habría estimado que se le rechazaba por su condición de comerciante. El hecho de que además tuviera aspiraciones literarias no habría hecho más que acrecentar la ofensa. Era un advenedizo y no le correspondía codearse con caballeros. A decir verdad, su oficio no había tenido nada que ver.

– ¿Invitamos al señor Ireland a participar? -había preguntado Charles a su hermana.

– ¿A William? Claro que no -replicó Mary sin perder un segundo-. Es demasiado… -Por su cabeza pasó la palabra «sensible»-. Es demasiado serio.

– Sé a qué te refieres. Nuestra modesta diversión no le causaría la menor gracia.

– En su caso, Shakespeare se ha convertido en una causa sagrada.

– Sin duda se daría cuenta de que nuestras intenciones son buenas.

– Desde luego, pero William dedica tanto tiempo y atención a los papeles que…

– …que no ve el lado alegre de las cosas.

– Todavía no. De momento no se da cuenta. Resérvalo para tus amigos.

Charles Lamb sospechaba que su hermana estaba más pendiente de William Ireland de lo que estaba dispuesta a reconocer. Sus afanes y aquella trémula atención a lo que Mary percibía como los sentimientos del joven confirmaron su interés por él. Charles evocó la súbita imagen de un ciervo abatido…, pero no supo si se trataba de William o de Mary.

– «¿Tenéis escrita la parte del León?» -Tom Coates ensayaba el papel de Berbiquí-. «Os ruego que me la deis, si la tenéis, porque aprendo despacio.»

– Hay que reconocer que es cierto.

– Señor Jowett, le ruego que no interrumpa. Señor Milton, continúe con su papel.

– «Podéis improvisar, pues no habéis de hacer más que rugir.»





– Señor Milton, ¿se ve capaz de adoptar un tono más vulgar? -Mary estaba concentrada en el texto y no levantó la cabeza-. ¿Puede expresarse con tosquedad?

– Señorita Lamb, eso me parece dificilísimo.

– Por favor, inténtelo. No puede sonar como un empleado de banco. Debe hablar como un carpintero.

Bastante sorprendido, Charles había reparado en la intensidad e impaciencia con las que su hermana dirigía el ensayo. En ese momento tuvo la sensación de que todos sus actos eran extremos. En las últimas semanas también se había mostrado nerviosa e inquieta… y autoritaria, en particular, con su madre.

Tres días antes, la señora Lamb había regañado a Tizzy porque llevó a la mesa tostadas quemadas.

– ¿Qué te pasa? -reprendió a la vieja criada-. El señor Lamb no soporta la corteza dura.

Mary arrojó sobre el mantel la cucharadilla llena de azúcar que sostenía sobre la taza.

– Madre, esta casa no es un reformatorio ni nosotros somos tus internos.

El señor Lamb miró a su hija con ternura y admiración, y musitó:

– En el rellano a la izquierda. Es la última puerta.

La señora Lamb permaneció muda y, azorada, comprobó que Mary abandonaba su sitio y la estancia. Charles untó la tostada con mantequilla y adoptó una actitud reflexiva.

– No entiendo a esa muchacha -reconoció la señora Lamb-. Es tan voluble… Señor Lamb, ¿tú qué opinas?

– Norte cuarta al nordeste -replicó, ante lo cual su esposa se mostró en apariencia satisfecha.

Charles era propenso a atribuir la conducta excéntrica de Mary a su amistad con William Ireland; aquel joven se las apañaba para inquietarla. No lo censuraba por ello porque, a juzgar por lo que sabía, el comportamiento de Ireland era impecable. No obstante, Mary jamás había establecido una relación de confianza con alguien relativamente desconocido. Era así de simple… y de grave.

– «Pues no habéis de hacer más que rugir» -Benjamin Milton interpretaba ahora el papel de Cartabón con un marcado acento barriobajero.

– Así está mejor, señor Milton, pero, ¿no le parece que un dialecto rural sería más adecuado?

– Señorita Lamb, ¿con modismos campesinos? ¿Se le ocurre algo?

– ¿Alguna vez ha asistido a las clases del profesor Porson sobre antigüedad clásica?

– Por supuesto, en el Masonic Hall.

– ¿Podría emplear una voz como la del profesor?

Tizzy salió al jardín y anunció que «el joven» esperaba a la señorita Mary en la puerta.

– ¿Ha dicho «el joven»? -preguntó Benjamin con gran alborozo.

Charles lo fulminó con la mirada mientras, presa de la confusión, Mary seguía a Tizzy por el jardín bajo la iluminada lluvia estival.

Mary contuvo el impulso de mirarse al espejo cuando entró en la casa.

– Tizzy, ¿lo has hecho esperar en la calle?

– ¿Dónde más podía dejarlo? Su madre está en el salón y el recibidor está lleno de zapatos.

Mary se dirigió a la puerta y saludó a William que, sombrero en mano, aguardaba en el umbral.

– Señor Ireland, no sabe cuánto lo lamento. Le pido mil disculpas porque…

– Mary, no puedo quedarme. El miércoles por la mañana visitaré Southwark. -De pronto William titubeó-. Por si no lo recuerda, usted dijo que deseaba venir conmigo.

– Claro que lo recuerdo. Le estaré muy agradecida. -Ése no era un comentario adecuado y durante unos segundos Mary dejó de mirarlo-. Iré encantada. ¿Ha dicho el miércoles por la mañana? -William asintió-. Lo apuntaré en mi diario. ¿Quiere pasar?