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Mi pensamiento se desvía bruscamente. No quiero pensar en eso. No quiero.

Una ráfaga de viento remueve las hojas caídas en el suelo. Sadie levanta la vista, pálida y decidida.

- Dame un poco de tiempo.

- De acuerdo. -Trago saliva. Guardo el collar en el sobre y vuelvo al restaurante. Sadie ya ha desaparecido.

No puedo tragar la pizza. Ni seguir la conversación. Tampoco logro concentrarme cuando vuelvo al despacho, aunque recibo seis llamadas de jefes de recursos humanos de primera línea que quieren concertar citas conmigo. Tengo el sobre en el regazo y la mano metida dentro, aferrando el collar. No puedo soltarlo.

Le envío un mensaje a Ed diciéndole que me duele la cabeza y que necesito estar sola. Cuando llego a casa, Sadie no está, lo cual no me sorprende. Preparo algo de cena y al final no la tomo. Me echo en la cama, con el collar alrededor del cuello, y me dedico a retorcer sus cuentas mientras veo una película tras otra en el canal de cine clásico, sin hacer siquiera el intento de dormirme. Finalmente, hacia las cinco y media, me levanto, me visto de cualquier manera y salgo a la calle. La suave luz grisácea del alba empieza a teñirse de un rosa vivo cuando asoma el sol. Me quedo inmóvil, contemplando las vetas rosadas del cielo, lo que me reconforta un poco el ánimo. Compro un café para llevar, subo al autobús que va a Waterloo y paso el rato mirando absorta por la ventanilla las calles silenciosas. Al llegar, ya son casi las seis y media. Empieza a aparecer gente por el puente y las calles aledañas. La London Portrait Gallery está cerrada todavía. Cerrada y vacía. No hay un alma ahí dentro. O eso es lo que uno diría.

Me siento en un murete y bebo el café, que ya está tibio pero me resulta delicioso, con el estómago vacío. Estoy dispuesta a quedarme aquí sentada todo el día, pero cuando suenan las ocho en un campanario cercano, la veo aparecer en la escalinata, de nuevo con la mirada abstraída. Lleva otro vestido asombroso, esta vez gris perla, con una falda de tul cortada en forma de pétalos. Va tocada con un sombrero gris y tiene los ojos fijos en el suelo. No quiero alarmarla, así que espero hasta que repara en mí.

- Lara.

- Hola. -Alzo una mano-. He pensado que andarías por aquí.

- ¿Dónde está el collar? -dice, asustada-. ¿Lo has perdido?

- ¡No! No te preocupes, lo tengo. Mira.

No hay nadie a la vista, pero vigilo a uno y otro lado antes de sacar el collar. A la clara luz de la mañana resulta aún más espectacular. Lo deslizo entre mis dedos y las cuentas tintinean suavemente. Ella lo contempla con ternura; tiende las manos como si quisiera cogerlo y luego las retira.

- Ojalá pudiera tocarlo -murmura.

- Ya. -Se lo acerco como si estuviese haciendo una ofrenda. Ojalá pudiera colocárselo alrededor del cuello, lograr que volviera a reunirse con ella.

- Quiero recuperarlo -dice en voz baja-. Quiero que me lo devuelvas.

- ¿Ahora?

Me mira a los ojos.

- Ahora.

Siento un nudo en la garganta. No consigo decir nada de lo que quería decirle, pero creo que ella ya lo sabe.

- Quiero recuperarlo -repite, suave pero firmemente-. He pasado demasiado tiempo sin él.

- Está bien. -Asiento con la cabeza varias veces, agarrando las cuentas con tanta fuerza que temo magullarme los dedos-. Entonces debes recuperarlo.

El trayecto me resulta muy corto. El taxi se desliza con fluidez por las calles. Me gustaría decirle al taxista que reduzca la velocidad. Me gustaría que se detuviera el tiempo. Me gustaría que quedáramos atrapadas seis horas en un atasco.. . Pero, de pronto, nos detenemos en una calleja. Hemos llegado.

- Qué rápido, ¿no? -Sadie suena alegre y decidida.

- Ya -digo con una sonrisa forzada-. Increíblemente rápido.

Mientras bajamos, siento la garra del miedo en el pecho. Sigo aferrando el collar, me va a dar un calambre en los dedos. Sin embargo, no me atrevo a aflojarlos, ni siquiera mientras hago malabarismos para pagar con una sola mano.

El taxi se aleja. Sadie y yo nos miramos. Estamos delante de varios locales; uno de ellos es una funeraria.

- Es ahí. -Señalo un rótulo que reza «Capilla de Reposo»-. Parece cerrado.

Se desliza hasta la puerta y atisba el interior.

- Será mejor que esperemos. -Se encoge de hombros y vuelve a mi lado-. Sentémonos por aquí.

Nos acomodamos en un banco de madera y guardamos silencio. Miro el reloj. Nueve menos cinco. Abren a las nueve. La sola idea me da pánico, así que mejor no pensarlo. Aún no. Mejor concentrarse en el aquí y el ahora. Aquí estoy, sentada con Sadie.

- Bonito vestido, por cierto. -Creo que ha sonado casi normal-. ¿A quién se lo has birlado?

- A nadie -dice, ofendida-. Era mío. -Me echa un vistazo y comenta de mala gana-: Esos zapatos también son bonitos.

- Gracias. -Querría sonreír, pero mis labios no ceden del todo-. Los compré el otro día. Ed me ayudó a elegirlos. Fuimos de compras a medianoche al centro comercial Whiteleys. Tenían cantidad de ofertas especiales.. .

No sé ni lo que digo. Es sólo para distraer la espera. Miro otra vez el reloj. Nueve y dos. Vienen con retraso. Me siento absurdamente agradecida, como si nos hubiesen concedido un indulto.





- Es bastante bueno a la hora de darse un meneo, ¿no? -me suelta tan campante-. Ed, quiero decir. Bueno, la verdad es que tú tampoco eres tan mala.

¿Darse un meneo?

¿No querrá decir.. . ?

¡No, por favor!

- ¡Lo sabía! ¡Nos has espiado!

- ¡Qué dices! -Procura fingir, pero acaba estallando en carcajadas-. ¡Fui muy discreta! Ni siquiera percibiste mi presencia.

- ¿Y qué viste? -gimo.

- Pues todo. Fue un espectáculo la mar de divertido, te lo aseguro.

- ¡Sadie, eres incorregible! -Me llevo las manos a la cara-. ¡No se espía a la gente cuando está practicando el sexo! ¡Hay leyes que lo prohíben!

- Sólo tengo una pequeña crítica que hacer -dice, sin hacerme caso-. O más bien una sugerencia. Una cosa que usábamos en mi época.

- ¡Basta ya! ¡Déjate de sugerencias!

- Tú te lo pierdes. -Se encoge de hombros y se examina las uñas, echándome miraditas de soslayo.

Por el amor de Dios. Ahora me ha picado la curiosidad. Quiero saber de qué se trata.

- Vale -digo-. Cuéntame esa genialidad sexual de los veinte. Espero que no incluya ningún pegamento indeleble.

- Bueno.. . -empieza, acercándose más.

Entonces miro por encima de su hombro y me quedo rígida. Un anciano enfundado en un grueso abrigo está abriendo la funeraria.

- ¿Qué pasa? -Sadie sigue mi mirada-. Ah.. .

- Sí. -Trago saliva.

El hombre acaba de verme. Supongo que no podía pasarle inadvertida, sentada justo delante y, encima, mirándolo fijamente.

- ¿Se encuentra bien?

- Eh.. . hola. -Me pongo de pie haciendo un esfuerzo-. He venido para.. . bueno, para una visita.. . para presentar mis respetos. A mi tía abuela. Sadie Lancaster. Creo que usted.. . que es aquí.. .

- Ajá. -Asiente con aire sombrío-. Sí.

- ¿Podría.. . sería posible.. . verla?

- Ajá. -Vuelve a asentir-. Deme un minuto para abrir y poner un poco de orden y enseguida estoy con usted, señorita.. .

- Lington.

- Lington, ya. -Ha reconocido el apellido-. Claro, claro. Si quiere pasar y esperar en la salita.. .

- Voy enseguida. -Esbozo una especie de sonrisa-. Antes he de hacer una llamada.

El hombre desaparece en el interior. Quiero prolongar este instante. No quiero que sigamos adelante. Si me hago la distraída, tal vez no llegue a suceder.

- ¿Tienes el collar? -pregunta Sadie a mi lado.

- Aquí está. -Lo saco del bolso.

- Estupendo. -Sonríe, aunque está tensa. Es evidente que ya no piensa en las técnicas sexuales de los años veinte.

- Bueno, ¿lista? -Procuro hablar con desenfado-. Estos sitios suelen ser bastante deprimentes.. .