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- Ya basta -dice Ed, riendo-. Necesito una pareja. -Y, para mi horror, se abre paso a través de Sadie en mi dirección.

Ella se lleva un chasco brutal y mira, desolada, cómo su galán abandona la pista. Ojalá Ed pudiera verla, saber.. .

- Lo siento -le digo a Sadie con los labios cuando Ed me toma de la mano y me arrastra a bailar.

Bailamos un buen rato y luego volvemos a la mesa. Me siento pletórica después del esfuerzo, y Ed también parece de un humor excelente.

- Ed, ¿tú crees en los ángeles de la guarda? -le pregunto impulsivamente-. ¿O en los fantasmas y los espíritus?

- No. ¿Por qué?

Me inclino hacia él con aire confidencial.

- ¿Y qué pasaría si te dijera que en este mismo sitio hay un ángel de la guarda colado por ti?

Ed me mira.

- ¿Ángel de la guarda es un eufemismo de prostituto masculino?

- ¡No! -farfullo, riendo-. Olvídalo.

- Me lo he pasado muy bien. -Apura su copa y me sonríe. Una sonrisa auténtica y como Dios manda: los ojos entornados, la frente relajada.. . ¡en fin, todo! Casi me dan ganas de gritar: «Aleluya, aleluya, aleluya.»

- Yo también.

- No esperaba acabar la velada así. -Echa un vistazo al club-. Pero ha sido estupendo.

- Diferente -digo, asintiendo.

Abre una bolsa de cacahuetes, me ofrece y lo observo mientras mastica con aire hambriento. Aunque se lo ve relajado, todavía se le notan las marcas del entrecejo.

No es de extrañar. Tiene motivos para estar ceñudo. No puedo evitar compadecerlo mientras lo pienso. Perder a su prometida. Venir a una ciudad extraña. Trabajar una semana tras otra sin disfrutar de nada. Seguramente no le ha venido mal bailar un rato. Es probable que haya sido su velada más divertida en meses.

- Oye, Ed -le digo en un arranque-, déjame mostrarte la ciudad. Tienes que conocer Londres. Es un crimen que todavía no hayas visto nada. Te enseñaré lo más importante. ¿Qué tal este fin de semana?

- Me gusta la idea. -Parece conmovido-. Gracias.

- Ya quedaremos por e-mail. -Nos sonreímos y yo apuro mi Sidecar con un estremecimiento. (Es el cóctel que me ha hecho pedir Sadie: brandy, licor de naranja y zumo de limón. Absolutamente repulsivo.)

Ed consulta la hora.

- ¿Nos vamos ya?

Me vuelvo hacia la pista. Sadie sigue a tope, agitando brazos y piernas frenéticamente y sin el menor signo de fatiga. No me extraña que las chicas de los veinte estuvieran tan delgadas.

- Vamos -asiento. Ella puede alcanzarnos cuando quiera.

Salimos a la noche de Mayfair. Brillan las farolas y sobre la acera flota una ligera neblina. No se ve a nadie por la calle. Caminamos hasta la esquina y casi enseguida paramos un par de taxis. Con mi exiguo vestido y la liviana capa que llevo encima me están entrando escalofríos. Ed me hace subir al primer taxi y luego cierra la puerta.

- Gracias, Lara -me dice con su estilo formal y educadito. Empiezo a encontrarlo entrañable-. Lo he pasado muy bien. Ha sido.. . una noche inolvidable.

- ¿Verdad que sí? -Me arreglo un poco la capa, que se me ha torcido de tanto mover el esqueleto, y los labios de Ed esbozan un rictus divertido.

- Entonces, ¿me pongo mis polainas para la ruta turística?

- Por supuesto -asiento-. Y sombrero de copa.

Suelta una carcajada. Es la primera vez que lo veo reírse así.

- Buenas noches, chica años veinte.

- Buenas noches.

Capítulo 17

Por la mañana me siento un poco aturdida. El charlestón sigue resonando en mis oídos y me vienen imágenes de la actuación de La Gran Lara. Todo parece un sueño.

Pero no lo es, porque el currículo de Clare Fortescue ya está en mi correo cuando llego al trabajo. ¡Eureka!

Kate abre unos ojos como platos cuando lo imprimo.

- Pero ¿quién es esta joya? -dice, repasando los puntos principales del currículo-. Mira, tiene un máster en Dirección de Empresas. ¡Y ha ganado un premio!

- Ya -digo como si nada-. Es una directora de marketing de primera línea. Nos conocimos anoche. Engrosará la lista de Leonidas Sports.

- ¿Ella lo sabe?





- ¡Claro! -respondo con cierto rubor-. Por supuesto que lo sabe.

A las diez ya tenemos preparada la lista y se la enviamos a Janet Grady. Me arrellano en mi silla, satisfecha. Kate contempla atentamente la pantalla de su ordenador.

- ¡He encontrado una fotografía tuya! -me dice-. ¡De la cena de anoche! «Lara Lington y Ed Harrison, llegando a la cena de Business People.» -Vacila un momento-. ¿Y él quién es? Creía que habías vuelto con Josh.

- Pues claro. Él es sólo.. . un contacto de negocios.

- Ah, vale. Es bastante guapo.. . Bueno, Josh también. En otro estilo.

Qué mal gusto tiene esta chica, la verdad. Josh es mil veces más guapo. Lo cual me recuerda que no he tenido noticias suyas. Será mejor que lo llame, no vaya a ser que su teléfono funcione mal y que haya estado enviándome mensajes sin obtener respuesta.

Para poder hablar a mis anchas, aguardo a que Kate vaya al lavabo. Entonces marco el número de su oficina.

- Josh Barrett.

- Soy yo -digo cariñosamente-. ¿Qué tal el viaje?

- Ah, hola. Fantástico.

- ¡Te he echado de menos!

Hay una pausa. Luego dice algo, pero no lo oigo bien.

- Me estaba preguntando si tu teléfono funciona bien -añado-. Porque no he recibido ningún mensaje tuyo desde ayer por la mañana. ¿Los míos te han llegado?

Se oye otro murmullo indefinido. ¿Qué pasa con la línea?

- ¿Josh? -digo, dando unos golpecitos al auricular.

- Hola. -De repente lo oigo con claridad-. Sí. Ya me lo miraré.

- Bueno, ¿me paso esta noche?

- ¡Esta noche no puedes! -Es Sadie, que surge de golpe ante mis narices-. ¡Tenemos el desfile! ¡Vamos a recuperar el collar!

- Ya -murmuro, tapando el auricular con la mano-. Tengo un compromiso -continúo diciéndole a Josh-, pero podría pasarme hacia las diez.

- De acuerdo. -Josh parece distraído-. Pero esta noche tengo un montón de trabajo.

¿Más trabajo? Se está volviendo un adicto.

- Vale -digo, comprensiva-. Entonces, ¿almorzamos mañana?

- Muy bien -responde tras una pausa-. Genial.

- Te quiero -digo con ternura-. Me muero de ganas de verte.

Hay un silencio.

- ¿Josh?

- Eh.. . sí. Yo también. Adiós, Lara.

Cuelgo y me repantigo en la silla. Me siento un poco insatisfecha, aunque no sé por qué. Toda va bien, todo va perfecto. ¿Por qué entonces esta sensación de que falta algo?

Me entran ganas de volver a llamarlo para decirle: «¿Va todo bien? ¿Quieres que hablemos?» Pero no debo. Pensará que me estoy obsesionando y no es así, sólo estoy pensando. Una tiene derecho a pensar, ¿no?

En fin. Pasemos a otra cosa.

Me vuelvo hacia mi ordenador con gesto enérgico y me encuentro un mensaje de Ed. ¡Vaya!, qué rapidez.

¿Qué tal, chica años veinte? Gran noche la de ayer. Respecto a tu seguro de empresa, quizá te interese mirar esta página. Me han dicho que son buenos. Ed.

Hago clic en el enlace y entro en una página que ofrece seguros de tarifas reducidas para empresas pequeñas. Muy típico de él: menciono una vez un problema y me encuentra una solución en el acto. Agradecida, marco responder y tecleo rápidamente un mensaje:

Gracias, chico años veinte. Te lo agradezco. Espero que ya le estés quitando el polvo a tu guía de Londres.

P.D.: ¿Les has demostrado a tus subordinados cómo bailas el charlestón?

Responde casi enseguida:

¿Es ésta tu manera de hacer chantaje?

Me entra una risita tonta y empiezo a buscar alguna fotografía de una pareja bailando para enviársela.

- ¿Por qué te ríes? -pregunta Sadie.

- Por nada. -Cierro la ventana. No pienso contarle que estoy intercambiando mensajes con Ed. Es tan posesiva que igual se lo toma mal. O peor: igual empieza a dictarme mensajes llenos de absurdas expresiones de la jerga de los veinte.