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- .. . y el índice de satisfacción de los clientes ha subido de año en año.. .

- Un momento -dice un hombre que está junto a la ventana y que bruscamente se ha dado la vuelta. Habla con acento americano y lleva un traje oscuro y el pelo castaño peinado hacia atrás. Se le dibuja un surco profundo entre las cejas y mira al tipo del pelo ondulado como si encarnara para él una enorme decepción personal-. Nosotros no nos basamos en los índices de satisfacción del cliente. Yo no quiero hacer un trabajo que el cliente valore con una A. Quiero hacer un trabajo que yo valore con una A.

El del pelo ondulado parece haber quedado en una posición precaria. Lo compadezco.

- Claro -musita.

- Todas las prioridades están mal definidas. -El americano mira ceñudo alrededor de la mesa-. Nuestra misión no es poner parches con fines tácticos. Al contrario, deberíamos marcar la estrategia. I

Desconecto al ver que Sadie se desliza en la silla de al lado. «¿Cuál es?», escribo en el bloc y lo ladeo para que pueda leerlo.

- El que parece Rodolfo Valentino -dice, como sorprendida de que necesite preguntarlo.

Por el amor de Dios.

«¿Cómo voy a saber la pinta que tiene ese Rodolfo Valentino del demonio? -garabateo-. ¿Cuál es?»

Yo apuesto por el del pelo ondulado. A menos que sea el rubio que tengo delante.. . no está nada mal. ¿O quizá el tipo de la perilla?

- ¡Ése! -dice señalando hacia el fondo.

«¿El que está haciendo la presentación?», escribo para que me lo confirme.

- ¡No, tonta! ¡Éste! -dice riendo, y en un abrir y cerrar de ojos se planta delante del americano ceñudo y lo mira con anhelo-. ¿A que es un bombón?

- ¿Él? -¡Ostras! He alzado la voz. Todo el mundo me mira. Simulo aclararme la garganta-. Ejem, ejem.. .

«¿Él? ¿En serio?», escribo cuando regresa a mi lado.

- ¡Es delicioso! -me dice al oído.

Repaso escépticamente al americano, tratando de ser justa. Supongo que puede decirse que es atractivo en un estilo típicamente pijo. Tiene la frente amplia y cuadrada y un leve bronceado, y el vello oscuro de las muñecas le asoma por los puños inmaculados. Es verdad que sus ojos son penetrantes. Y posee el magnetismo de los líderes. Manos y ademanes vigorosos. Un modo enérgico de hablar que cautiva a todos los presentes.

Pero, la verdad.. . no es mi tipo. Para nada. Demasiado intenso. Demasiado ceñudo. Todos parecen tenerle miedo.

- Y con referencia a ese punto -coge una carpeta de plástico y la desliza por encima de la mesa hacia el tipo de la perilla-, anoche redacté algunas indicaciones sobre la negociación con Morris Farquhar. Sólo un memorando. Quizá sirva de algo.

- Ah. -El de la perilla se ha quedado pasmado-. Bueno.. . gracias. -Hojea las páginas-. ¿Puedo.. . utilizarlo?

- Bien, ésa era la idea -responde el americano con una fugaz sonrisa irónica-. En cuanto al último punto.. .

El tipo de la perilla sigue pasando las páginas mecanografiadas, emocionado.

- ¿Cuándo ha tenido tiempo para hacer esto? -le susurra a su vecino, que se encoge de hombros.

- Debo marcharme -dice el americano, mirando su reloj-. Mis disculpas por acaparar la reunión, Simon. Continúa.

- Yo tengo una pregunta. -Es el tipo rubio de enfrente, que se ha apresurado a levantar la mano-. Cuando habla de i

- ¡Rápido! -La voz de Sadie resuena en mi oído y doy un respingo-. ¡Pídele una cita, que se marcha! ¡Me lo has prometido! ¡Hazlo! ¡Hazlo-hazlo-hazlo!

«¡Está bien! ¡Dame un segundo!»

Sadie camina airada hasta el fondo de la sala y me mira con expectación. Enseguida se impacienta. «¡Vamos!», me dice con aspavientos. El ceñudo americano ha terminado de responder a la pregunta y guarda unos papeles en su maletín.

No puedo hacerlo. Es ridículo.

- ¡Vamos!, ¡vamos! -me empuja Sadie-. ¡Pídeselo!

Noto un latido en las sienes. Las piernas me tiemblan bajo la mesa. No sé cómo, me obligo a levantar la mano.

- ¿Disculpe? -digo con un gallo.

El ceñudo americano se vuelve y me mira.

- Lo siento, creo que no nos han presentado -dice-. Habrá de perdonarme, pero se me ha hecho tarde.. .

- Tengo una pregunta.





Todo el mundo se vuelve para mirarme. Uno le susurra a su vecino: «¿Quién es ésa?»

- Muy bien -suspira-. Una pregunta más. Adelante.

- Yo.. . eh.. . Quería preguntarle.. . -La voz me tiembla de lo asustada que estoy y he de aclararme la garganta-. ¿Le gustaría salir conmigo?

Se hace un silencio anonadado (salvo por la tos de alguien que se ha atragantado con el café). La cara me arde, pero aguanto el tipo. Algunos se miran, atónitos.

- ¿Perdón? -dice el americano, desconcertado.

- Bueno.. . tener una cita. -Esbozo una leve sonrisa.

De pronto, Sadie está a su lado.

- ¡Di que sí! -le chilla al oído-. ¡Di que sí! ¡Di que sí!

Para mi asombro, el americano reacciona. Ladea la cabeza como si le llegase una remota señal de radio. ¿Podrá oírla?

- Jovencita -me dice un hombre de pelo gris con tono cortante-. Éste no es momento ni lugar.. .

- No pretendo interrumpir -digo con humildad-. No les robaré mucho tiempo. Sólo necesito una respuesta. La que sea. -Me vuelvo hacia el americano-. ¿Le gustaría tener una cita conmigo?

- ¡Di que sí! ¡Di que sí! -Los gritos de Sadie empiezan a alcanzar un nivel insoportable.

Es increíble. El americano oye algo, seguro. Sacude la cabeza y se aparta un par de pasos, pero Sadie lo sigue sin dejar de gritar. Al pobre hombre se le han puesto los ojos vidriosos hasta el extremo de que parece haber caído en trance.

Nadie se mueve ni se atreve a hablar. Están todos paralizados; una mujer se tapa la boca con las manos, como si estuviera presenciando un choque de trenes.

- ¡Di que sí! -Sadie empieza a quedarse ronca-. ¡Ahora mismo! ¡Di que sí! ¡¡¡Di que sí!!!

Casi resulta cómico verla chillar con todas sus fuerzas para obtener apenas una ligera reacción. Pero es más bien compasión lo que siento. Se la ve tan impotente.. . Es como si estuviera gritando detrás de un cristal y la única persona que la oyese fuera yo. El mundo de Sadie es tremendamente frustrante. No puede tocar nada ni comunicarse con nadie, y es evidente que nunca va a conseguir que ese tipo.. .

- Sí -asiente el americano, aturdido.

Mi compasión se evapora.

¿Sí?

Se oye una exclamación unánime en torno a la mesa, y enseguida varias risitas contenidas. Todos me miran boquiabiertos, pero yo estoy demasiado anonadada para responder.

Ha dicho que sí.

Lo cual significa.. . ¿que he de salir con él?

- ¡Genial! -Procuro recobrarla calma-. Entonces.. . Le enviaré un correo, ¿de acuerdo? Me llamo Lara Lington. Aquí está mi tarjeta.. . -Me pongo a hurgar en el bolso.

- Yo, Ed. -El hombre sigue aturdido-. Ed Harrison. -Se lleva la mano al bolsillo y saca su tarjeta.

- Bueno.. . eh.. . pues adiós, Ed. -Cojo el bolso y emprendo la retirada, dejando a mi espalda un murmullo cada vez más fuerte. Alguien dice: «¿Quién demonios era ésa?», y una mujer cuchichea: «¿Has visto? Sólo hacen falta agallas. Hay que ser directa con los hombres. Basta de juegos, las cartas sobre la mesa. Si hubiera sabido a su edad lo que sabe esa chica.. . »

¿Qué es lo que sé?

Nada, salvo que tengo que largarme de aquí.

Capítulo 8

Aún sigo conmocionada cuando Sadie me alcanza en el vestíbulo de la planta baja. Sigo repasando la escena en mi mente con absoluta incredulidad. Sadie ha logrado comunicarse con ese hombre. Él la ha oído. No sé hasta qué punto, pero sí lo suficiente.

- ¿No es una monada? -dice, soñadora-. Sabía que diría que sí.