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Que Gorodin tratara de persuadir de nuevo a los expansionistas de suspender el voto. Gorodin era el que se mantenía neutral, el que tenía medallas, el héroe de guerra. Que él se enfrentara al problema a ver si podía con ellos. Si no, los centristas se retirarían, los cuatro. Provocar la falta de quorum ycerrar las deliberaciones tenía un precio político, un alto precio.
Pero lo que necesitaban era tiempo, tiempo para entenderse con los cabildos, tiempo para ver si podían mover hilos y ver si De Franco, cuando llegara, podía ser la moderada que ella afirmaba ser, al menos inclinarse un poco hacia la posición centrista en una ley tan crítica para los electores. Tal vez, tal vez votara por una postergación de la ley.
Los cancilleres se alejaron hacia sus asientos. El grupo de Emory llegó en último lugar. Obvio.
Bogdanovitch golpeó con el viejo martillo.
—El Concejo está en sesión —declaró y pasó al asunto de la elección y a la confirmación oficial de Ludmilla de Franco como canciller del Departamento de Comercio.
Moción y apoyo a la moción, Catherine Lao y Je
Ninguna discusión. Una ronda amable, y rutinaria de síes, grabados oficialmente.
—Próximo punto en el orden del día —dijo Bogdanovitch—, aceptación de Denzill Lal como representante de sera De Franco hasta su llegada.
La misma rutina. Otra ronda aburrida de síes, una broma entre Harogo y Lao, risas. De Gorodin, Chávez, Tien, ninguna reacción. Emory lo notó: Corain la vio reír un segundo y guardar silencio con una mirada admonitora. El lápiz detuvo su movimiento. La mirada de Emory estaba preocupada ahora, aguda, al observar a Corain y luego sonreírle, lenta, levemente, el tipo de sonrisa que puede mitigar un encuentro accidental de las miradas.
Pero los ojos no sonreían. ¿Qué vas a hacer?, se preguntaban. ¿Qué estás planeando, Corain?
No había muchas posibilidades y una mente del calibre de la de Emory necesitaría muy poco tiempo para deducirlas. La mirada se detuvo, comprendió la situación, amenazó como el filo de un cuchillo. Él la odiaba. Odiaba todo lo que ella representaba. Pero, Dios, tratar con ella era como una experiencia telepática; la contempló de nuevo, devolviéndole la amenaza,levantó la ceja que indicaba: Puedes empujarme hasta el límite. Yo caeré y tú conmigo. Sí, voy a hacerlo. Desarticularé el Concejo. Paralizaré el gobierno.
Los párpados que casi se cerraron, la amplitud de la sonrisa de ella replicaron: Buen golpe, Corain. ¿Estás seguro de que quieres esta guerra? Tal vez no estés listo para ella.
La intensidad de la mirada de Corain respondió: Sí. Ése es el juego, Emory. Tú no quieres una crisis justo cuando dos de tus preciosos proyectos van a salir al ruedo, y la vas a tener.
Ella parpadeó, dirigió una mirada a la mesa y luego volvió a observarlo, la sonrisa tensa, los ojos fijos. Guerra, entonces. Una sonrisa todavía más amplia. O negociación. Fíjate bien en mis movimientos, Corain, cometerás un gran error si conviertes esto en una guerra abierta.
Yo voy a ganar, Corain. Puedes poner trabas a la ley. Puedes hacer que haya elecciones primero, maldición. Y eso hará perder mucho más tiempo que esperar a De Franco.
—El asunto de la apropiación de la estación Hope —anunció Bogdanovitch—. El primer orador, sera Lao...
Una señal pasó de Emory a Lao. Corain no veía la cara de Lao, sólo la parte de atrás de su cabello rubio, la coronilla de trenzas. Sin duda, la expresión de Lao debía de ser de perplejidad. Emory hizo un gesto a un ayudante, le habló al oído y éste adoptó una expresión tensa, la boca apenas una línea fina, los ojos casi desmayados.
El ayudante fue hasta uno de los acompañantes de Lao y éste le murmuró algo en el oído. El movimiento de los hombros de la representante, el profundo suspiro se manifestaron en su severo perfil de ceño fruncido.
—Ser presidente —dijo Catherine Lao—. Presento la moción de posponer el debate sobre la estación Hope hasta que sera De Franco pueda ocupar su sillón en persona. Comercio puede verse muy afectado por esta medida. Con el respeto debido al distinguido caballero de Fargone, este asunto debe aguardar.
—Secundo la moción —intervino Corain rápidamente.
Un murmullo de sorpresa recorrió los pasillos, las cabezas se unieron unas con otras; hasta el canciller Bogdanovitch se quedó con la boca abierta. Tardó un momento en reaccionar y golpear con el martillo para que se hiciera el silencio.
—Presentada y secundada la moción para que se posponga el debate sobre la estación Hope hasta que sera De Franco ocupe su puesto en persona. ¿Alguna objeción?
Fue rutinario: Emory aceptó la decisión, el caballero de Fargone estuvo de acuerdo con Lao.
Corain pidió que todos apoyaran a Lao. Tal vez hubiera podido hacer alguna bromita. A veces los expansionistas bromeaban con los centristas, con ironía claro, cuando un asunto quedaba zanjado.
Sin embargo éste no estaba zanjado, claro. Emory, maldita sea, le había robado el juego, le había dado lo que él quería y ahora lo miraba fijamente mientras él pronunciaba las tediosas palabras que había que decir a Denzill Lal y tomaba asiento.
Vigílame de cerca, decía la mirada. Esto te va a costar caro.
La votación dio la vuelta, unánime. Denzill Lal actuó como representante en la votación que le quitaba la ley de apropiación de Hope de sus propias manos.
—Con esto finaliza el orden del día —dijo Bogdanovitch—. Habíamos calculado tres días de debate. La próxima ley en la agenda es suya, sera Emory, número 2.405, también por apropiaciones de presupuesto para el Departamento de Ciencias, ¿Quiere volver a confeccionar el orden del día?
—Ser presidente, estoy lista para continuar, pero no querría apresurar una medida sin ofrecer a mis colegas el tiempo necesario para preparar el debate. Me gustaría posponer el tratamiento de la 2.405 para mañana, si mis colegas están de acuerdo.
Murmullos amables. Ninguna objeción. Corain murmuró su aceptación.
—Sera Emory, ¿le gustaría presentar su propuesta en forma de moción?
Secundada y aceptada.
Moción para levantar la sesión.
Secundada y aceptada.
La habitación estalló en un desorden mayor de lo habitual. Corain permaneció sentado y quieto, sintió el peso de una mano en el hombro y levantó la vista. Vio la cara de Mahmud Chávez. El canciller parecía aliviado y preocupado al mismo tiempo.
¿Qué ha pasado?, decía esa mirada. Pero dijo en voz alta:
—Ha sido una sorpresa.
—Mi oficina —dijo Corain—. Dentro de media hora.
El almuerzo consistió en té y bocadillos traídos por ayudantes. La reunión se había desparramado más allá de la oficina y llenaba la sala. En un ataque de paranoia, los ayudantes militares habían registrado la habitación para encontrar micrófonos y habían pedido la ayuda de otros científicos para buscar grabadores, mientras el almirante Gorodin permanecía en silencio durante todo el proceso, los brazos cruzados. Gorodin había estado de acuerdo con la idea de romper el quorum.Ahora la situación había cambiado y el almirante estaba ansioso, silencioso, pensativo, porque según las apariencias habían acorralado a Emory en el presupuesto de Hope y tal vez tenían un ultimátum en sus manos.
—Necesitamos información —dijo Corain y tomó un vaso de agua mineral.
Frente a él, frente a todos ellos y la mayoría de los ayudantes, había ochocientas páginas de exposición y cifras que constituían el presupuesto de Ciencias, en borrador, con determinados puntos subrayados: había centristas dentro del Departamento de Ciencias y circulaban fuertes rumores de sorpresas y trampas en la ley. Era lo de siempre, claro. Y cada año, no pocos rumores se referían a Reseune.