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A las diez en punto de la noche, vestido como un mochilero universitario, Gideon daba vueltas por City Island Avenue, observando Murphy's desde una distancia prudencial. En la mochila llevaba dos pistolas ilegales, munición, un cuchillo, una linterna de cabeza y otra de bolsillo, una pala y un pico plegables, cuerda, un aerosol paralizante, un cortafríos, dos gafas de visión nocturna, mapas y su libreta. Las rachas de viento provenientes del canal hacían que el rótulo del establecimiento se balanceara violentamente sobre sus goznes oxidados. El aire olía a salitre y algas, y el horizonte se iluminaba por el sur con constantes relámpagos. El retumbo de los truenos se acercaba muy rápido.

Pasaban unos minutos de la hora de la cita, pero no veía ni rastro de Mindy. Aun así, estaba seguro de que ella habría llegado y estaría esperando discretamente en alguna parte a que él apareciera.

En ese momento oyó su voz grave surgiendo del pequeño parque que tenía a su espalda.

– Hola, Gideon.

Mindy apareció con su porte atlético; llevaba una mochila y un gorro de lana bajo el que asomaba una cola de caballo agitada por el viento. Lo saludó con un beso cariñoso.

– Qué sorpresa tan agradable.

– No seas burro -repuso con una medio sonrisa-. No es más que parte de nuestra tapadera: dos universitarios que salen de excursión. Es lo que dijiste, ¿no?

– En efecto.

Cruzaron la calle. Junto al establecimiento de alquiler de barcas había un puerto deportivo rodeado de una verja de alambre que impedía el acceso a los embarcaderos. Gideon miró a un lado y otro de la calle, comprobó que no hubiera nadie, se encaramó a la verja y saltó al otro lado. Mindy lo imitó con agilidad y aterrizó junto a él. Cruzaron la zona de reparaciones, saltaron otra verja y llegaron al muelle de los embarcaderos flotantes.

– Los fuera borda los guardan allí -dijo Gideon, indicando un cobertizo.

Se acercaron y Gideon hizo saltar el candado con el cortafríos. Al cabo de un momento, habían sacado un Evinrude de seis caballos con su depósito de gasolina y un par de remos. Saltaron a un bote, y Gideon montó los remos, atornilló el motor en el espejo de popa y conectó el conducto de combustible mientras Mindy desataba las amarras y alejaba la embarcación.

Gideon empezó a remar. Al cabo de unos minutos habían salido de la protección del malecón y se hallaban a merced del viento, que iba en aumento.

Mindy se protegió de los rociones de espuma.

– ¿Tienes un plan?

– Claro. Nodding Crane ya estará en la isla. Es esencial que crea que voy solo, así que agáchate mientras te lo explico.

– Faltaría más, jefe -repuso, acurrucándose en el suelo del bote.

Cuando pasaron los muelles, Gideon bajó la hélice, puso en marcha el motor y enfiló por el canal hacia el oscuro perfil del City Island Bridge. Más allá se extendían las abiertas aguas del canal de Long Island. A pesar de la oscuridad reinante, vio claramente las crestas blancas de espuma del oleaje. Iba a ser una travesía movidita.

– Bueno, empieza cuando quieras -dijo Mindy.

– Te desembarcaré en el extremo sur de la isla. Yo bajaré a medio camino y llegaré a la zona donde están las fosas. Tú seguirás a pie por la ruta que te he marcado en el mapa. No te apartes de ella. Esa isla es una verdadera trampa mortal. Cuando yo llegue a las fosas, tú ya estarás en posición entre los árboles para darme cobertura. Saldré, encontraré la pierna, retiraré el fragmento de metal y nos separaremos.

– ¿Y Nodding Crane?

– Seguro que aparecerá, pero no hay forma de saber cuándo ni dónde. La zona donde están las fosas es una extensión de campo abierto. Será imposible que lo cruce sin que lo veas. Tan pronto como asome la cabeza, te lo cargas. No lo pienses dos veces.

– No suena muy caballeroso.

– Al cuerno con la caballerosidad. ¿Tienes algún reparo en disparar a alguien por la espalda?





– No si es alguien como él.

– ¿Has traído un buen rifle de francotirador, como te pedí? -preguntó, señalando la mochila con la cabeza.

– Llevo una Kel-Tec SUB-2000, de nueve milímetros semiautomática. No es un rifle de precisión, pero servirá. También he traído un chaleco antibalas. ¿Y tú?

– Llevo dos pistolas y un chaleco antibalas. Estoy preparado. -Sacó un mapa metido en una bolsa hermética y se lo entregó-. No tendrás problemas para encontrar el camino, pero, como te he dicho, la isla está plagada de trampas, de modo que no te apartes de la ruta que he señalado. No tomes atajos. También te he marcado un horario. Atente a él.

– ¿Y qué pasa si Nodding Crane ya nos está esperando en la zona de las fosas y te abate?

– Pienso cruzar ese campo subido en una retroexcavadora. Hay dos aparcadas en un cobertizo, en un extremo del campo. Será como llegar en un tanque.

El bote navegaba hacia el City Island Bridge y la boca del canal. El viento aullaba y hacía que las aguas, habitualmente tranquilas, ondearan.

– Háblame de esa isla -pidió Mindy.

– El lugar empezó siendo un campo de prisioneros durante la guerra civil. Muchos de ellos murieron y fueron enterrados allí. En 1869, la ciudad de Nueva York compró la isla para convertirla en un cementerio público, pero solo destinó la mitad del terreno a ese propósito. Con el transcurso del tiempo, el resto se utilizó para otros fines; por ejemplo, hubo un asilo de mujeres locas, un orfanato de muchachos, un hospital para tuberculosos, un centro de cuarentena de fiebre amarilla o una cárcel. Durante los años cincuenta, las fuerzas aéreas instalaron una base para misiles Nike Ajax en silos subterráneos. Ahora, la isla está deshabitada y solo se utiliza para las fosas comunes; aun así, no han desmontado las viejas construcciones, así que todas esas antiguas instalaciones se están pudriendo al sol.

– ¿Y las fosas?

– Abren dos fosas paralelas, una para los miembros amputados y otra para los cadáveres completos. Calculo que los miembros los entierran a un ritmo de entre siete y diez diarios. Cada caja tiene dos números: el del expediente médico y el del lugar que le corresponde. Este último lo escriben los propios reclusos a medida que las van enterrando, de manera que se puedan localizar en caso de necesidad. La extremidad en cuestión lleva dentro de la caja su propia etiqueta numerada que la identifica. Ha pasado una semana desde que a Wu le amputaron las piernas, de modo que calculo que tendremos que retroceder unas sesenta, puede que setenta cajas. Las cajas se apilan en la fosa en montones de cuatro de base por ocho de alto, formando hileras de treinta y dos. Así pues, calculo que estarán en el segundo o tercer nivel.

– ¿Y luego?

Gideon dio un golpecito a su mochila.

– He traído las radiografías. Me temo que tendremos que ensuciarnos un poco las manos para sacar ese fragmento de metal.

– ¿Cuándo crees que aparecerá Nodding Crane?

– Creo que actuará de modo impredecible. Por eso te mantendrás oculta y solo intervendrás cuando asome la cabeza o cuando haya empezado la fiesta. Tienes que aprovechar al máximo el efecto sorpresa. ¿Lo entiendes?

– Perfectamente. Aparte de esto, ¿tienes un plan B?

– Y un C y un D. La naturaleza imprevisible de la isla juega a nuestro favor. -Gideon sonrió con aire siniestro-. Nodding Crane actúa como un jugador de ajedrez, pero nosotros le retaremos a una partida de dados.

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Cuando la embarcación entró en el canal de Long Island, la tormenta los golpeó con toda su fuerza, provocando un intenso cabeceo que zarandeó el bote y lo llenó de agua. El frente de relámpagos se acercaba, y los truenos resonaban como descargas de artillería.

Gideon encaró la barca con la proa contra el viento.

– Empieza a achicar -ordenó a Mindy.

Manteniéndose agachada, cogió el cazo oxidado que había en proa y comenzó a recoger agua y a echarla por la borda. En ese momento, una ola se abatió sobre la regala y los dejó empapados.