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Sacó el móvil y marcó su número. Para su sorpresa, contestó.

– Gideon…

– ¿Dónde estás? -preguntó él.

– En el centro. No he tenido suerte con la mujer. ¿Y tú? ¿Has averiguado algo?

– Todo.

Se hizo un breve silencio, hasta que ella contestó fríamente.

– Cuéntamelo.

– Vale, pero antes quiero que me prometas una cosa: que haremos esto a mi manera.

Otra pausa.

– De acuerdo. Lo haremos a tu manera.

– Bien. Escucha. Wu no pretendía entrar de contrabando los planos de ningún arma, sino que llevaba incrustado en la pierna un fragmento de metal. Ese metal está hecho de un material revolucionario. Los números que Wu me dio son la fórmula, la composición. Junta los dos, y lo tienes todo.

– ¿Qué tipo de nuevo metal?

– Un superconductor que trabaja a temperatura ambiente.

Le explicó lo que aquello significaba, y le impresionó la rapidez con que ella comprendió las consecuencias y el peligro que entrañaba.

– A Wu -prosiguió- le amputaron las piernas tras el accidente y están enterradas en una fosa común en Hart Island, el campo de sangre de Nueva York. Tengo que ocuparme de algunas cosas, pero esta noche pienso ir allí a desenterrarlas.

– ¿Cómo las encontrarás?

– Los miembros y órganos humanos se entierran por orden, en unas cajas numeradas. He conseguido el número. Es posible que tengamos que hacer algunos descartes, pero lo tengo todo previsto. En City Island hay un sitio donde se pueden alquilar unas barcas fuera borda. Está pasado el puente. Se llama Murphy's Bait and Tackle. Reúnete allí conmigo a las diez de la noche.

– ¿Está lejos Hart Island?

– Más o menos a una milla al nordeste de City Island, en mitad del canal de Long Island, enfrente de Sands Point. Trae un rifle de francotirador.

– Oye, esto es fantástico. ¿Cómo…?

Gideon la interrumpió.

– Nodding Crane estará allí.

– Mierda.

– Recuerda que tenemos un trato. Lo haremos a mi manera. No quiero un ejército de la CIA descendiendo sobre la isla y que Crane se asuste. Solo tú y yo.

Cerró el móvil. Cogió un trozo de papel del suelo y escribió algo en él.

Nodding Crane estaba sentado al otro lado de la calle, frente a San Bartolomé, tocando su guitarra ajada. La policía había aparecido y se había marchado. Habían retirado el cordón policial, y un equipo de limpieza se había ocupado de dejar la iglesia como estaba. Todo había vuelto a la normalidad. Era una hermosa mañana, y solo unas pocas nubes surcaban el cielo azul. Lo único que tenía que hacer era esperar.

I want my lover, come and drive my fever away

(Quiero que mi amante venga y aplaque esta fiebre)

Vio llegar a Crew por la calle Cuarenta y nueve, caminando contra la corriente de peatones, y doblar la esquina en Park. En el momento justo. La visión de su aspecto ojeroso y despeinado, de sus ojos vacíos, lo llenó de no poca satisfacción. Gideon cruzó Park Avenue y caminó directamente hasta donde Crane estaba sentado con el estuche de su guitarra abierto ante él. El asesino siguió tocando y canturreando en voz baja. Sabía que Gideon no intentaría nada; había mucha gente allí.

Doctor says she'll do me good in a day

(El médico dice que me hará bien enseguida)

Crew arrojó una bola de papel al estuche de la guitarra, donde se juntó con unos cuantos billetes y algunas monedas. Se quedó esperando. Nodding Crane acabó la canción y alzó despacio la cabeza. Sus miradas se cruzaron. Durante un interminable minuto se miraron fijamente a los ojos, y Crane vio el odio implacable que se reflejaba en los ojos de su adversario. En su interior, aquello lo reconfortó. Entonces, Gideon apartó bruscamente la vista, dio media vuelta y se alejó por donde había llegado, hacia Lexington Avenue.

Cuando lo hubo perdido de vista, Nodding Crane recogió la bola de papel, la desplegó y leyó lo que resultó ser una nota escrita a mano.

Nos encontraremos en Hart Island, hoy a medianoche. Allí es donde están enterradas las piernas amputadas de Wu. El lugar exacto donde se encuentran lo llevare en un bolsillo, escrito en un papel. Para conseguirlo o para conseguir el fragmento de metal tendrá que matarme. De lo contrario, lo matare yo. Sea como fuere, uno de nosotros morirá en Hart Island.





Así es como lo ha planeado, y así es como ha de ser.

G. C.

Nodding Crane retorció el papel en su mano, mientras una expresión de placer se dibujaba en su rostro.

58

Allí donde hay traficantes de drogas, hay armas. Y el centro del tráfico de drogas en Nueva York, al menos en la calle, se encuentra en el barrio de South Central Bronx llamado, por una ironía de la vida, Mount Eden. Gideon iba en el tren que salía a toda velocidad de Manhattan en dirección norte, con un fajo de billetes quemándole en el bolsillo. Aquel no era el modo más inteligente de comprar un arma, pero ofrecía la ventaja de la inmediatez, y él llevaba prisa.

Cuando el tren se detuvo en la parada del estadio de los Yankees de la calle Ciento sesenta y uno, un hombre que acababa de subir se sentó junto a él. Gideon tardó unos instantes en darse cuenta de que se trataba de Garza, disfrazado de artista con una boina negra y un chaquetón.

– ¿Se puede saber qué está haciendo? -preguntó. Su tono estaba desprovisto de su habitual afabilidad.

– Mi trabajo.

– Está usted fuera de control. Tiene que tranquilizarse, aminorar la marcha y venir a hablar con nosotros de su siguiente paso.

– Este asunto ya no tiene nada que ver con ustedes -contestó Gideon, sin molestarse en bajar la voz-. Ahora me toca actuar a mí y es algo personal.

– Es precisamente a eso a lo que me refería. Nunca he visto nada tan poco profesional. El señor Gli

Gideon no respondió.

– ¡Presentarse en Throckmorton haciéndose pasar por padre de un chico adoptado! ¿Qué locura es esa? A partir de ahora, queremos saber lo que está haciendo y adónde va. Es usted un idiota si cree que puede vencer a Nodding Crane.

Gideon intuyó que Garza no sabía nada de Hart Island y le produjo cierta satisfacción saber que, por una vez, iba por delante de Gli

– Me las arreglaré por mi cuenta.

– No, no lo hará. Va a necesitar apoyo, no sea idiota.

Gideon soltó un bufido.

– ¿Dónde se encontrarán? -quiso saber Garza.

– No es asunto suyo.

– Crew, si pretende darnos esquinazo, le juro que lo mandaré encerrar. Se lo juro.

Gideon vaciló, aquello era un problema añadido que no necesitaba.

– En el Corona Park, en Queens -respondió.

– ¿En el Corona Park?

– Sí, ya sabe, donde se celebró la antigua Exposición Universal. Nos encontraremos en el Unisphere.

– ¿Cuándo?

– A medianoche. Hoy.

– ¿Y por qué allí?

– Es un sitio como cualquier otro.

Garza meneó la cabeza.

– Un sitio como cualquier otro.

– Nodding Crane ha asesinado a mi amiga. Ahora es él o yo. Como le he dicho, esto no tiene nada que ver con usted. Cuando me haya ocupado de este asunto, acabaré con el de ustedes. No intente detenerme.

Garza permaneció en silencio un momento y finalmente asintió. Cuando el tren se detuvo en la siguiente parada, se levantó y bajó con expresión de disgusto.

Gideon se apeó en la Ciento setenta con Grand Concourse y caminó hacia el este, en dirección al parque, dejando atrás una hilera de edificios abandonados. Entró en el parque, un triste páramo con tierra en vez de césped y basura por todas partes, y empezó a deambular sin rumbo concreto, como un tipo cualquiera en busca de droga. Casi al instante, se le acercó un camello, que pasó por su lado murmurando: «Hierba, hierba».