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Gideon sonrió.

– Bueno, dado que están tan unidos y que ella lo lleva al colegio… Se me ocurrió que estaría bien conocerla; pero, evidentemente no es necesario.

Comprendió que acababa de cometer otro error. La mujer se puso en guardia.

– Mi madre nunca lleva a Jie a la academia. De hecho, incluso me sorprende que en Throckmorton sepan que existe. -Otra pausa-. ¿Cómo es que usted está al corriente?

«Maldición», pensó Gideon. No tendría que haber insistido.

– No sé, en el colegio la mencionaron. Es posible que Jie les haya hablado de ella.

La mujer pareció relajarse un poco.

– Sí, podría ser.

– Disculpe, pero no quiero entretenerla más -dijo Gideon, retirándose con su sonrisa más inocente-. Ha sido usted muy amable.

Más tranquila, la mujer le entregó un folleto.

– Aquí encontrará los horarios de las sesiones introductorias. Espero volver a verlo por aquí. Hablaré a Jie sobre su hijo. Quizá podría venir algún día a jugar, antes de que empiecen las clases en otoño.

– Es muy amable por su parte -contestó Gideon despidiéndose con una sonrisa.

48

Orchid salió de la cafetería de la calle Cincuenta y uno y caminó a paso vivo por la acera en dirección a Park Avenue mientras abría el paquete de cigarrillos que acababa de comprar y tiraba el celofán a una papelera. En lugar de volver a su casa, deambulaba por las calles, con la mente hecha un torbellino. Estaba furiosa y al mismo tiempo decidida. Gideon era un canalla, un verdadero cabrón, pero al mismo tiempo tenía problemas serios. Al fin lo había comprendido. Estaba claro que necesitaba ayuda, y ella se la prestaría. Lo ayudaría a escapar de lo que lo atormentaba y lo empujaba a comportarse de un modo tan extraño.

Pero ¿cómo, cómo podía ayudarlo?

Dobló la esquina y enfiló a grandes zancadas por Park Avenue. El portero uniformado del Waldorf le abrió la puerta. Entró y se detuvo un momento en el suntuoso vestíbulo, respirando hondo. Cuando se hubo serenado, se acercó al mostrador de recepción y utilizó el nombre falso con el que se había registrado.

– ¿Podría decirme si el señor Tell ha vuelto? Soy su esposa.

– Llamaré a la habitación. -El recepcionista estableció comunicación, pero nadie contestó.

– Está bien, lo esperaré en el vestíbulo -dijo ella, pensando que tarde o temprano Gideon regresaría, ya que había dejado todas sus cosas allí.

Abrió el paquete de tabaco y se llevó un cigarrillo a los labios.

– Lo siento, señora Tell, pero no está permitido fumar en el vestíbulo.

– Lo sé, lo sé. Iré a fumar fuera.

Encendió el pitillo mientras caminaba hacia la salida, solo para fastidiarlos. Salió y, furiosa, se puso a caminar arriba y abajo por la calle. Cuando consumió el cigarrillo arrojó la colilla a los pies del portero, sacó otro del bolso y lo encendió. Desde donde estaba podía oír el débil sonido de la guitarra del mendigo sentado ante la iglesia de San Bartolomé. Para matar el tiempo, cruzó la calle y se acercó a escuchar.

El hombre, vestido con una vieja gabardina, seguía tocando la guitarra y cantando. Estaba sentado con las piernas cruzadas, pellizcando las cuerdas con las uñetas. Ante él tenía abierto el estuche de la guitarra, donde había unos cuantos billetes arrugados y unas monedas.

Meet me Jesus meet me

Meet me in the middle of the air

If these wings should fail me

Lord Won't you meet me with another pair

(Reúnete, Jesús, reúnete conmigo

En mitad del cielo

Y si estas alas me fallan

Tú me darás otras)

Aquel tipo era muy bueno. No podía verle el rostro porque estaba inclinado sobre su instrumento y llevaba un raído sombrero de ala ancha, pero su voz, grave, transmitía tristeza por las penurias de la vida. Orchid se identificaba con eso y se sentía triste y alegre al mismo tiempo. Obedeciendo un impulso, metió la mano en el bolso, sacó un billete de un dólar y lo tiró al estuche.

El hombre asintió sin dejar de cantar.

Jesus go

Jesus go

Jesus go

(Jesús va a preparar

Jesús va a preparar





Jesús va a preparar mi lecho de muerte)

La canción acabó con aquellas palabras. El desconocido dejó la guitarra a un lado y alzó el rostro.

Orchid se sorprendió al ver que era asiático, joven y bastante atractivo. En su cara no se veían las habituales marcas de drogadicción o alcoholismo. Su mirada era clara y profunda. A pesar de sus ropas raídas, el instinto de la calle de Orchid le dijo que no estaba ante un mendigo, sino que seguramente se trataba de un músico de verdad. La gabardina y el sombrero formaban parte de la actuación.

– Es usted muy bueno, ¿lo sabía?

– Gracias.

– ¿Dónde ha aprendido a tocar así?

– Soy un discípulo del blues -respondió-. Vivo el blues.

– Sí, lo entiendo. Yo también me siento así a veces.

Él la miró fijamente hasta que Orchid se ruborizó. Luego, recogió el dinero, se lo metió en el bolsillo y guardó la guitarra.

– Ya está bien por hoy -dijo-. Voy a tomarme una taza de té en el Starbucks de la esquina. ¿Le apetece acompañarme?

«¿Le apetece acompañarme?» Aquel individuo tenía que ser un estudiante del conservatorio Juilliard que hacía aquello para ganarse unos dólares. Sí, seguro que era eso. Su manera educada de preguntar le agradó, lo mismo que su especie de disfraz. Una parte de ella seguía furiosa con Gideon. Ojalá pudiera verlos juntos. Así le daría una lección.

– Encantada -contestó.

49

Sentado a la pequeña mesa, Nodding Crane escuchaba a la joven mientras daba pequeños sorbos a su taza de té.

La oportunidad se le había presentado como caída del cielo, y sabía perfectamente lo que debía hacer en ese momento para aprovecharla, para librarse de Crew, desestabilizarlo y ponerlo a la defensiva.

Una maravillosa oportunidad, de hecho.

– Esta mañana te he visto -le dijo-. Me fijé en ti enseguida.

– Ah, sí, es verdad.

– Te acompañaba alguien, ¿tu marido?

Orchid rió.

– Solo es un amigo. -Se le acercó y le preguntó en tono confidencial-: pero tú… Tú no eres alguien de la calle, ¿verdad?

Nodding Crane se quedó petrificado.

– No has conseguido engañarme, ¿sabes? -Le guiñó el ojo-. De todas maneras, debo reconocer que ha sido una gran interpretación.

Él siguió tomando su té como si nada, pero por dentro se sentía sumamente inquieto.

– ¿Un amigo o un novio? -quiso saber.

– Novio no. La verdad es que es un tío muy raro.

– Ah, ¿y por qué?

– Me dijo que era actor y productor. Luego, se vistió con unos disfraces horribles y me arrastró por ahí fingiendo ser otra persona. Está totalmente chiflado. Dice que es un actor del Método, pero creo que en realidad está metido en algún tipo de problema.

– ¿Como cuál?

– ¡Ojalá lo supiera! Me gustaría ayudarlo, pero no me deja. Me llevó hasta Riverdale, a un colegio privado, donde nos hicimos pasar por los padres de un niño, un genio precoz, para poder robar unos papeles. ¡Dios sabrá por qué! Y también hicimos ese absurdo cambio de habitaciones en el Waldorf, en plena noche.

– Muy raro.

– Como cuando fuimos al hospital, a ver a su amigo y resultó que el tío había muerto.

– Yo diría que debe de estar metido en algo ilegal -contestó Nodding Crane, bebiendo su té.

– No sé. La verdad es que parece un tío legal.

– ¿Dónde está ahora?

Orchid se encogió de hombros.

– Y yo qué sé. Me dejó plantada en el metro. Salió corriendo. De todas maneras me dijo que me llamaría. Todas nuestras cosas se han quedado en la habitación.