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—¿Adónde vas? —le preguntó Thorin, en un tono que parecía querer mostrar que adivinaba los pensamientos contradictorios del hobbit.

—¿Qué os parece un poco de luz? —dijo Bilbo disculpándose.

—Nos gusta la oscuridad —dijeron todos los enanos—. ¡Oscuridad para asuntos oscuros! Faltan aún muchas horas hasta el alba.

—¡Por supuesto! —dijo Bilbo, y volvió a sentarse a toda prisa. No le acertó al taburete y se sentó en cambio en el guardafuegos, derribando con estrépito el atizador y la pala.

—¡Silencio! —dijo Gandalf—. ¡Que hable Thorin! —Y así fue como Thorin empezó.

—¡Gandalf, enanos y señor Bolsón! Nos hemos reunido en casa de nuestro amigo y compañero conspirador, este hobbit de lo más excelente y audaz. ¡Que nunca se le caiga el pelo de los pies! ¡Toda nuestra alabanza al vino y a la cerveza de la región!

Se detuvo a tomar un respiro y a esperar una cortés observación del hobbit, pero al pobre Bilbo se le habían agotado las cortesías, y movía la boca tratando de protestar porque lo habían llamado audaz, y peor que eso, compañero conspirador, aunque no emitió ningún sonido, se sentía de veras estupefacto. De modo que Thorin continuó:

—Nos hemos reunido aquí para discutir nuestros planes, medios, política y recursos. Emprenderemos ese largo viaje poco antes que rompa el día, un viaje que para algunos de nosotros, o quizá para todos (excepto para nuestro amigo y consejero, el ingenioso mago Gandalf) sea un viaje sin retorno. Éste es un momento solemne. Nuestro objetivo, supongo, todos lo conocemos bien. Para el estimable señor Bolsón, y quizá para uno o dos de los enanos más jóvenes (creo que acertaría si nombrara a Kili y a Fili, por ejemplo), la situación exacta y actual podría necesitar de una breve explicación...

Éste era el estilo de Thorin. Era un enano importante. Si se lo hubieran permitido, quizás habría seguido así hasta quedarse sin aliento, sin dejar de decir a cada uno algo ya sabido. Pero lo interrumpieron de mal modo. El pobre Bilbo no pudo soportarlo más. Cuando oyó quizá sea un viaje sin retornoempezó a sentir que un chillido le subía desde dentro, y muy pronto estalló como el silbido de una locomotora a la salida de un túnel. Todos los enanos se pusieron en pie de un salto derribando la mesa. Gandalf golpeó el extremo de la vara mágica, que emitió una luz azul, y en el resplandor se pudo ver al pobre hobbit de rodillas sobre la alfombra junto al hogar, temblando como una gelatina que se derrite. En seguida cayó de bruces al suelo, y se puso a gritar: —¡Alcanzado por un rayo, alcanzado por un rayo! —una y otra vez, y eso fue todo lo que pudieron sacarle durante largo tiempo. Así que lo levantaron y lo tumbaron en un sofá de la sala, con un trago a mano, y volvieron a sus oscuros asuntos.

—Excitable el compañerito —dijo Gandalf, mientras se sentaban de nuevo—. Tiene extraños y graciosos ataques, pero es uno de los mejores: tan fiero como un dragón en apuros.

Si habéis visto alguna vez un dragón en apuros, comprenderéis que esto sólo podía ser una exageración poética aplicada a cualquier hobbit, aun a Toro Bramador, el tío bisabuelo del Viejo Tuk, tan enorme (como hobbit) que hasta podía montar a caballo. En la batalla de los Campos Verdes había cargado contra las filas de trasgos del Monte Gram, y blandiendo una porra de madera le arrancó de cuajo la cabeza al rey Golfimbul. La cabeza salió disparada unas cien yardas por el aire y fue a dar a la madriguera de un conejo, y de esta forma, y a la vez, se ganó la batalla y se inventó el juego del golf.

Mientras tanto, sin embargo, el más gentil descendiente de Toro Bramador volvía a la vida en la sala de estar. Al cabo de un rato y luego de un trago se arrastró nervioso hacia la puerta. Esto fue lo que oyó; hablaba Gloin: —¡Hum! —o un bufido semejante—. ¿Creéis que servirá? Está muy bien que Gandalf diga que este hobbit es fiero, pero un chillido como ése en un momento de excitación bastaría para despertar al dragón y al resto de la parentela, y matarnos a todos. ¡Creo que sonaba más a miedo que a excitación! En verdad, si no fuese por la señal en la puerta, juraría que habíamos venido a una casa equivocada. Tan pronto como eché una ojeada a ese pequeñajo que se sacudía y resoplaba sobre el felpudo, tuve mis dudas. ¡Más parece un tendero que un saqueador!





En ese momento el señor Bolsón abrió la puerta y entró. La vena Tuk había ganado. De pronto sintió que si se quedaba sin cama ni desayuno podría parecer realmente fiero. En cuanto al pequeñajo que se sacudía sobre el felpudo, casi le hizo perder la cabeza. Más tarde, y a menudo, la parte Bolsón se lamentaría de lo que hizo entonces, y se diría: «Bilbo, fuiste un tonto; te decidiste a entrar y metiste la pata».

—Perdonadme —dijo—, si por casualidad he oído lo que estabais diciendo. No pretendo entender lo que habláis, ni esa referencia a saqueadores, pero no creo equivocarme si digo que sospecháis que no sirvo. —Esto es lo que él llamaba no perder la dignidad—. Lo demostraré. No hay señal alguna en mi puerta, se pintó la semana anterior, y estoy seguro de que habéis venido a la casa equivocada. Desde el momento en que vi vuestras extrañas caras en el umbral tuve mis dudas. Pero considerad que es la casa correcta. Decidme lo que queréis que haga y lo intentaré, aunque tuviera que ir desde aquí hasta el Este del Este y luchar con los hombres gusanos del Último Desierto. Tuve, una vez, un tío architatarabuelo, Toro Bramador Tuk, y...

—Sí, sí, pero eso fue hace mucho —dijo Gloin—. Estaba hablando de vos. Y os aseguro que hay una marca en esta puerta: la normal en el negocio, o la que hasta hace poco era normal. Saqueador nocturno busca un buen trabajo, con mucha Excitación y Remuneración razonable, así es como todo el mundo la entiende. Podéis decir Buscador Experto de Tesorosen vez de saqueadorsi lo preferís. Algunos lo hacen. Para nosotros es lo mismo. Gandalf nos dijo que había un hombre de esas características por estos lugares, que buscaba un trabajo inmediato, y que habían concertado una cita este miércoles, aquí y a la hora del té.

—Claro que hay una marca —dijo Gandalf—. La puse yo mismo. Por muy buenas razones. Me pedisteis que encontrara al hombre decimocuarto para vuestra expedición, y elegí al señor Bilbo. Basta que alguien diga que elegí al hombre o la casa equivocada y podéis quedaros en trece y tener toda la mala suerte que queráis, o volver a picar carbón.

Clavó la mirada con tal ira en Gloin que el enano se acurrucó en la silla; y cuando Bilbo intentó abrir la boca para hacer una pregunta, se volvió hacia él con el entrecejo fruncido, adelantando las cejas espesas, hasta que el hobbit cerró la boca de golpe. —Está bien —dijo Gandalf—. No discutamos más. He elegido al señor Bolsón y eso tendría que bastar a todos. Si digo que es un saqueador nocturno, lo es de veras, o lo será llegado el momento. Hay mucho más en él de lo que imagináis y mucho más de lo que él mismo se imagina. Tal vez (posiblemente) aún viváis todos para agradecérmelo. Ahora, Bilbo, muchacho, ¡vete a buscar la lámpara y pongamos un poco de luz a todo esto!

Sobre la mesa, a la luz de una gran lámpara de pantalla roja, Gandalf extendió un trozo de pergamino bastante parecido a un mapa.

—Esto lo hizo Thror, tu abuelo, Thorin —dijo respondiendo a las excitadas preguntas de los enanos—. Es un plano de la Montaña.

—No creo que nos sea de gran ayuda —dijo Thorin desilusionado, tras echar un vistazo—. Recuerdo la Montaña muy bien, así como las tierras que hay por allí. Y sé dónde está el Bosque Negro, y el Brezal Marchito, donde se crían los grandes dragones.

—Hay un dragón señalado en rojo sobre la Montaña —dijo Balin—, pero será bastante fácil encontrarlo sin eso, si alguna vez llegamos allí.