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—No pertenece a ninguno de nosotros —dijo Aragorn—, pero ha sido ordenado que tú lo guardes un tiempo.

—¡Saca el Anillo, Frodo! —dijo Gandalf con tono solemne—. El momento ha llegado. Muéstralo a todos, y Boromir entenderá el resto del enigma.

Hubo un murmullo y todos volvieron los ojos hacia Frodo, que sentía de pronto vergüenza y temor. No tenía ninguna gana de sacar el Anillo, y le repugnaba tocarlo. Deseó estar muy lejos de allí. El Anillo resplandeció y centelleó mientras lo mostraba a los otros alzando una mano temblorosa.

—¡Mirad el Daño de Isildur! —dijo Elrond.

Los ojos de Boromir relampaguearon mientras miraba el Anillo dorado.

—¡El Mediano! —murmuró—. Entonces, ¿el destino de Minas Tirith ya está echado? Pero ¿por qué hemos de buscar una espada quebrada?

—Las palabras no eran el destino de Minas Tirith—dijo Aragorn—. Pero hay un destino y grandes acontecimientos que ya están por revelarse. Pues la Espada Rota es la Espada de Elendil, que se le quebró debajo del cuerpo al caer. Cuando los otros bienes ya se habían perdido, los herederos continuaron guardando la espada como un tesoro, pues se dice desde hace tiempo entre nosotros que será templada de nuevo cuando reaparezca el Anillo, el Daño de Isildur. Ahora que has visto la espada que buscabas, ¿qué pedirás? ¿Deseas que la Casa de Elendil retorne al País de Gondor?

—No me enviaron a pedir favores, sino a descifrar un enigma —respondió Boromir, orgulloso—. Sin embargo, estamos en un aprieto, y la Espada de Elendil sería una ayuda superior a todas nuestras esperanzas, si algo así pudiera volver de las sombras del pasado.

Miró de nuevo a Aragorn, y se le veía la duda en los ojos.

Frodo sintió que Bilbo se movía a su lado, impaciente. Era evidente que estaba molesto por Aragorn. Incorporándose de pronto, estalló:

No es oro todo lo que reluce,

ni toda la gente errante anda perdida;

a las raíces profundas no llega la escarcha,

el viejo vigoroso no se marchita.

De las cenizas subirá un fuego,

y una luz asomará en las sombras;





el descoronado será de nuevo rey,

forjarán otra vez la espada rota.

”No muy bueno quizá —continuó Bilbo—, pero apropiado, si necesitas algo más que la palabra de Elrond. Si para oírlo valía la pena hacer un viaje de ciento diez días, será mejor que escuches. —Se sentó con un bufido—. Lo compuse yo mismo —le murmuró a Frodo— para el Dúnadan, hace ya mucho tiempo, cuando me dijo quién era. Casi desearía que mis aventuras no hubieran terminado, y así yo podría ir con él cuando le llegue el día.

Aragorn le sonrió, y se volvió otra vez a Boromir.

—Por mi parte perdono tus dudas —dijo—. Poco me parezco a esas estatuas majestuosas de Elendil e Isildur tal como puedes verlas en las salas de Denethor. Soy sólo el heredero de Isildur, no Isildur mismo. He tenido una vida larga y difícil; y las leguas que nos separan de Gondor son una parte pequeña en la cuenta de mis viajes. He cruzado muchas montañas y muchos ríos, y he recorrido muchas llanuras, hasta las lejanas tierras de Rhún y Harad donde las estrellas son extrañas.

”Pero mi hogar está en el Norte, si es que tengo hogar. Pues aquí los herederos de Valandil han vivido siempre en una línea continua de padres a hijos durante muchas generaciones. Nuestros días se han ensombrecido, y somos menos ahora, aunque la Espada siempre encontró un nuevo guardián. Y esto te diré, Boromir, antes de concluir. Somos hombres solitarios, los Montaraces del desierto, cazadores; pero las presas son siempre los siervos del Enemigo, pues a éstos se los encuentra en muchas partes, y no solamente en Mordor.

”Si Gondor, Boromir, ha sido una firme fortaleza, nosotros hemos cumplido otra tarea. Muchas maldades hay más poderosas que vuestros muros y vuestras brillantes espadas. Conocéis poco de las tierras que se extienden más allá de vuestras fronteras. ¿Paz y libertad, dijiste? El Norte no las hubiera conocido mucho sin nosotros. El temor hubiese dominado pronto toda la región. Pero cuando unas criaturas sombrías vienen de las lomas deshabitadas, o salen arrastrándose de unos bosques que no conocen el sol, huyen de nosotros. ¿Qué caminos se atrevería alguien a transitar, qué seguridad habría en las tierras tranquilas, o en las casas de los simples mortales por la noche, si los Dúnedain se quedasen dormidos, o hubiesen bajado todos a la tumba?

”Y no obstante no nos dan las gracias, menos que a vosotros. Los viajeros nos miran de costado, y los aldeanos nos ponen motes ridículos. «Trancos» soy para un hombre gordo que vive a menos de una jornada de ciertos enemigos que le helarían el corazón, o devastarían la aldea, si no montáramos guardia día y noche. Sin embargo no podría ser de otro modo. Si las gentes simples están libres de preocupaciones y temor, simples serán, y nosotros mantendremos el secreto para que así sea. Ésta ha sido la tarea de mi pueblo, mientras los años se alargaban y el pasto crecía.

”Pero ahora el mundo está cambiando otra vez. Llega una nueva hora. El Daño de Isildur ha sido encontrado. La batalla es inminente. La Espada será forjada de nuevo. Iré a Minas Tirith.

—El Daño de Isildur ha sido encontrado, dices —replicó Boromir—. He visto un anillo brillante en la mano del Mediano, pero Isildur pereció antes que comenzara esta edad del mundo, dicen. ¿Cómo saben los Sabios que este anillo es el mismo? ¿Y cómo ha sido transmitido a lo largo de los años, hasta el momento en que es traído aquí por tan extraño mensajero?

—Eso se explicará —dijo Elrond.

—Pero todavía no, ¡te lo suplico, Señor! —exclamó Bilbo—. El sol ya sube al mediodía y necesito algo que me fortalezca.

—No te había nombrado —le dijo Elrond sonriendo—. Pero lo hago ahora. ¡Acércate! Cuéntanos tu historia. Y si todavía no la has puesto en verso, puedes contarla en palabras sencillas. Cuanto más breve seas, más pronto tendrás tu refrigerio.

—Muy bien —dijo Bilbo—, seré breve, si tú me lo pides. Pero contaré ahora la verdadera historia, y si a alguien se la he contado de otro modo —miró de soslayo a Glóin—, le ruego que la olvide y me perdone. Sólo desearía probar que el tesoro era de veras mío en aquellos días, y librarme del nombre de ladrón que algunos me pusieron. Pero quizá yo entienda las cosas un poco mejor ahora. De cualquier modo, esto es lo que ocurrió.

Para algunos de los que estaban allí la historia de Bilbo era completamente nueva, y escucharon asombrados, mientras el viejo hobbit, no de mala gana, volvía a relatar su aventura con Gollum, de cabo a rabo. No omitió ninguno de los enigmas. Hubiera hablado también de la fiesta y de cómo había dejado la Comarca, si se lo hubieran permitido; pero Elrond alzó la mano.