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”Pero reconozco que fue un rudo golpe para los Sacovilla-Bolsón. Pensaban quedarse con Bolsón Cerrado, cuando Bilbo desapareció y se lo dio por muerto. Y he aquí que vuelve, los echa, y sigue viviendo y viviendo, manteniéndose siempre joven, ¡bendito sea! Y de pronto presenta un heredero con todos los papeles en regla. Los Sacovilla-Bolsón nunca volverán a ver Bolsón Cerrado por dentro, o al menos así lo esperamos.

—He oído decir que hay una considerable cantidad de dinero escondida allí —dijo un extranjero, viajante de comercio de Cavada Grande en la Cuaderna del Oeste—, y que todo lo alto de la colina de ustedes está plagado de túneles atestados de cofres con plata, oro y joyas.

—Entonces ha oído más de lo que yo podría decir ahora —respondió el Tío—. No sé nada de joyas. El señor Bilbo es generoso con su dinero y parece no faltarle; pero no sé nada de túneles. Vi al señor Bilbo cuando volvió, unos sesenta años atrás, cuando yo era muchacho. A poco de emplearme como aprendiz, el viejo Cavada (primo de mi padre) me hizo subir a Bolsón Cerrado para ayudarlo a evitar que la gente pisoteara el jardín mientras duraba la subasta y he aquí que en medio de todo aparece el señor Bilbo subiendo la colina, montado en un poney y cargando unas valijas enormes y un par de cofres. No dudo de que esta carga fuera en su mayor parte ese tesoro que él trajo de sitios lejanos, donde hay montañas de oro, según dicen, pero no era tanto como para llenar túneles. Mi muchacho Sam sabrá más acerca de esto, pues allí entra y sale cuando quiere. Lo enloquecen las viejas historias y escucha todos los relatos del señor Bilbo. El señor Bilbo le ha enseñado a leer, sin que ello signifique un daño, noten ustedes, y espero de veras que no le traiga ningún daño.

¡Elfos y dragones!, le digo yo. Coles y patatas son más útiles para mí y para ti. No te mezcles en los asuntos de tus superiores o te encontrarás en dificultades demasiado grandes para ti, le repito constantemente. Y he de decir lo mismo a otros —agregó, mientras miraba al extranjero y al molinero.

Pero el Tío no convenció a su auditorio. La leyenda de la riqueza de Bilbo estaba ya firmemente grabada en la mente de las nuevas generaciones de hobbits.

—Ah, pero es muy probable que él haya seguido aumentando lo que trajo al principio —arguyó el molinero, haciéndose eco de la opinión general—. Se ausenta muy a menudo, y miren la gente extranjera que lo visita: Enanos que llegan de noche; ese viejo hechicero vagabundo, Gandalf, y todos. Usted puede decir lo que quiera, Tío, pero Bolsón Cerrado es un lugar extraño, y su gente más extraña aún.

—Y usted también puede decir lo que quiera, aunque de esto sabe tan poco como de cuestiones de botes, señor Arenas —replicó el Tío, a quien el molinero le resultaba más antipático que de costumbre—. Si eso es ser extraño, entonces podemos encontrar cosas un poco más extrañas por estos lugares. Hay alguien, no muy lejos de aquí, que no ofrecería un vaso de cerveza a un amigo, aunque viviese en una cueva de paredes doradas. Pero en Bolsón Cerrado las cosas se hacen bien. Nuestro Sam dice que todosserán invitados a la fiesta, y que habrá regalos, no lo dude. Regalos para todos y en este mismo mes.

El mes era septiembre; un septiembre tan hermoso como se pudiera pedir. Uno o dos días más tarde se extendió el rumor (probablemente iniciado por el mismo Sam) de que habría fuegos artificiales como no se habían visto en la Comarca durante casi un siglo, al menos desde la muerte del viejo Tuk.

Los días se sucedían y El Día se acercaba. Un vehículo de extraño aspecto, cargado con bultos de extraño aspecto, entró en Hobbiton una noche y subió la Colina de Bolsón Cerrado. Los hobbits espiaban asombrados desde el umbral de las puertas, a la luz de las lámparas. La gente que manejaba el carro era extranjera: enanos encapuchados de largas barbas que entonaban raras canciones. Unos pocos se quedaron en Bolsón Cerrado. Hacia fines de la segunda semana de septiembre un carro que parecía venir del Puente del Brandivino entró en Delagua en pleno día. Lo conducía un viejo. Llevaba un puntiagudo sombrero azul, un largo manto gris y una bufanda plateada. Tenía una larga barba blanca y cejas espesas que le asomaban por debajo del ala del sombrero. Unos niñitos hobbits corrieron detrás del carro, a través de todo Hobbiton, loma arriba. Llevaba una carga de fuegos artificiales, tal como lo imaginaban. Frente a la puerta principal de la casa de Bilbo, el viejo comenzó a descargar; eran grandes paquetes de fuegos artificiales de muchas clases y formas, todos marcados con una gran G roja y la runa élfica, .

Era la marca de Gandalf, naturalmente, y el viejo era Gandalf el Mago, de reconocida habilidad en el manejo de fuegos, humos y luces, y famoso por esto en la Comarca. La verdadera ocupación de Gandalf era mucho más difícil y peligrosa, pero el pueblo de la Comarca no lo sabía. Para ellos Gandalf no era más que una de las «atracciones» de la fiesta. De aquí la excitación de los niños hobbits.

—¡La G es de Grande! —gritaban, y el viejo sonreía. Lo conocían de vista, aunque sólo aparecía en Hobbiton ocasionalmente y nunca se detenía mucho tiempo. Pero ni ellos ni nadie, excepto los más viejos de los más viejos, habían visto sus fuegos artificiales, que ya pertenecían a un pasado legendario.

Cuando el viejo, ayudado por Bilbo y algunos enanos, terminó de descargar, Bilbo repartió unas monedas, pero ningún petardo ni ningún buscapié, ante la decepción de los espectadores.

—¡Y ahora, fuera! —dijo Gandalf—. Tendrán de sobra a su debido tiempo.



Desapareció en el interior de la casa junto con Bilbo, y la puerta se cerró. Los niños hobbits se quedaron un rato mirando la puerta, y se alejaron sintiendo que el día de la fiesta no llegaría nunca.

Bilbo y Gandalf estaban sentados en una pequeña habitación de Bolsón Cerrado, frente a una ventana abierta que miraba al oeste sobre el jardín. La tarde era clara y serena. Las flores brillaban, rojas y doradas; escrofularias, girasoles y capuchinas cubrían los muros de barro y se asomaban a las ventanas redondas.

—¡Qué hermoso luce tu jardín! —dijo Gandalf.

—Sí —respondió Bilbo—, le tengo mucho cariño, lo mismo que a toda la vieja Comarca, pero creo que necesito un descanso.

—¿Quieres decir que seguirás adelante con tu plan?

—Así es. Me decidí hace meses, y no he cambiado de parecer.

—Muy bien. No es necesario decir nada más. Mantente en tu plan, en tu plan completo, y creo que dará buenos resultados, para ti y para todos nosotros.

—Así lo espero. De cualquier modo, quiero divertirme el jueves y hacer mi pequeña broma.

—Yo me pregunto quién reirá entonces —dijo Gandalf, sacudiendo la cabeza.

—Veremos —respondió Bilbo.

Al día siguiente, más y más carros subieron por la Colina. Hubo sin duda alguna queja a propósito de este «comercio local» pero esa misma semana Bolsón Cerrado empezó a emitir órdenes reservando toda clase de provisiones, artículos de primera necesidad y costosos manjares que pudieran obtenerse en Hobbiton, Delagua o cualquier otro lugar de la vecindad. La gente se entusiasmó; comenzó a contar los días en el calendario, mientras esperaba ansiosamente al cartero que les llevaría las invitaciones.