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En el flanco occidental de la Cima de los Vientos encontraron un hueco abrigado, y en el fondo una concavidad con laderas tapizadas de hierba. Dejaron allí a Pippin y Sam con el poney, los bultos y el equipaje. Los otros tres continuaron la marcha. Al cabo de media hora de trabajosa ascensión, Trancos alcanzó la cima; Frodo y Merry llegaron detrás agotados y sin aliento. La última pendiente había sido escarpada y rocosa.

Encontraron arriba, como había dicho Trancos, un amplio círculo de piedras trabajadas, desmoronadas ahora o cubiertas por un pasto secular. Pero en el centro había una pila de piedras rotas, e

Mirando de pie desde el borde del círculo de ruinas se alcanzaba a ver abajo y en torno un amplio panorama, en su mayor parte de tierras áridas y sin ninguna característica, excepto unas manchas de bosques en las lejanías del sur, y detrás de los bosques, aquí y allá, el brillo de un agua distante. Abajo, del lado sur, corría como una cinta el Viejo Camino, viniendo del oeste y serpenteando en subidas y bajadas, hasta desaparecer en el este detrás de una estribación oscura. Nada se movía allí. Siguiéndolo con la mirada, vieron las Montañas: las elevaciones más cercanas eran de un color castaño y sombrío; detrás se alzaban formas grises y más altas, y luego unos picos elevados y blancos que centelleaban entre nubes.

—¡Bueno, aquí estamos! —dijo Merry—. Qué triste y poco hospitalario parece todo. No hay agua ni reparo. Y ninguna señal de Gandalf. Pero no lo acuso de no habernos esperado, si es que vino por aquí.

—No estoy seguro —dijo Trancos, mirando pensativo alrededor—. Aunque hubiera llegado a Bree un día o dos después de nosotros, ya podría haber estado aquí. Puede cabalgar muy rápidamente cuando es necesario. —Calló de pronto y se inclinó a mirar la piedra que coronaba la pila; era más chata que las otras y más blanca, como si hubiera escapado al fuego. La recogió y la examinó mirándola por un lado y por otro—. Esta piedra ha sido manipulada hace poco —dijo—. ¿Qué piensas de estas marcas?

En la base chata Frodo vio unos rasguños:

—Parece ser un trazo, un punto, y tres trazos —dijo.

—El trazo de la izquierda podría ser una G runa ramificada —dijo Trancos—. Quizá sea una señal que nos dejó Gandalf, aunque no podemos estar seguros. Los trazos son finos, y sin duda recientes. Pero estas marcas podrían tener un significado completamente distinto, y sin ninguna relación con nosotros. Los Montaraces usan runas también, y a veces vienen aquí.

—¿Qué podrían significar, aun en el caso de que las hubiera hecho Gandalf?

—Diría —respondió Trancos— que representan G3, e indican que Gandalf estuvo aquí el 3 de octubre, esto es hace tres días. Pueden indicar también que tenía prisa y que el peligro no estaba lejos, de modo que no pudo escribir algo más largo o más claro, o no se atrevió. Si es así, hay que estar alerta.

—Quisiera tener la certeza de que fue él quien dejó estas marcas, aunque no sepamos su significado —dijo Frodo—. Sería un alivio saber que está en camino, delante o detrás de nosotros.

—Quizá —dijo Trancos—. Para mí, estuvo aquí y en peligro. Ha habido un fuego que quemó las hierbas, y me viene ahora a la memoria la luz que vimos hace tres días en el cielo del este. Sospecho que atacaron a Gandalf en esta misma cima, pero no podría decir con qué resultado. Ya no está aquí, y ahora tenemos que ocuparnos de nosotros mismos y encaminarnos a Rivendel del mejor modo posible.

—¿A qué distancia está Rivendel? —preguntó Merry, mirando alrededor desanimadamente; el mundo parecía vasto y salvaje visto desde lo alto de la Cima de los Vientos.

—No sé si el Camino ha sido alguna vez medido en millas más allá de La Posada Abandonada, a una jornada de marcha al este de Bree —respondió Trancos—. Algunos dicen que está a tal distancia, y otros a tal otra. Es una ruta extraña, y las gentes se alegran de llegar a destino, tarde o temprano. Pero sé cuánto me llevaría a mí, a pie, con tiempo bueno y sin contratiempos: doce días desde aquí al Vado de Bruinen, donde el Camino cruza el Sonorona que nace en Rivendel. Nos esperan por lo menos dos semanas de marcha, pues no creo que nos convenga tomar el Camino.

—¡Dos semanas! —dijo Frodo—. Pueden ocurrir muchas cosas en ese tiempo.





—Así es —dijo Trancos.

Permanecieron un momento en silencio, junto al borde sur de la cima. En aquel sitio solitario Frodo tuvo conciencia por primera vez del desamparo en que se encontraba y de los peligros a que estaba expuesto. Deseó amargamente que la fortuna lo hubiese dejado en la tranquila y amada Comarca. Observó desde lo alto el odioso Camino, que llevaba de vuelta al oeste, hacia el hogar. De pronto advirtió que dos puntos negros se movían allí lentamente, en el oeste, y mirando de nuevo vio que otros tres avanzaban en sentido contrario. Dio un grito y apretó el brazo de Trancos.

—Mira —dijo, apuntando hacia abajo.

Trancos se arrojó inmediatamente al suelo detrás del círculo de ruinas, tirando de Frodo. Merry se echó junto a ellos.

—¿Qué es eso? —preguntó en voz baja.

—No sé —dijo Trancos—, pero temo lo peor.

Se arrastraron de nuevo lentamente hasta el borde del anillo, y miraron por un intersticio entre dos piedras dentadas. La luz ya no era brillante, pues la claridad de la mañana se había desvanecido, y unas nubes que venían del este cubrían ahora el sol, que comenzaba a declinar. Todos veían los puntos negros, pero Frodo y Merry no distinguían ninguna forma; aunque algo les decía sin embargo que allí abajo, muy lejos, los Jinetes Negros estaban reuniéndose en el Camino, más allá de las estribaciones de la colina.

—Sí —dijo Trancos, que tenía ojos penetrantes y para quien no había ninguna duda—. ¡El enemigo está aquí!

Arrastrándose por el flanco sur de la colina, descendieron rápidamente a reunirse con los otros.

Sam y Peregrin no habían perdido el tiempo, y habían explorado la cañada y las pendientes vecinas. No muy lejos, en el flanco mismo de la colina, encontraron un manantial de agua clara, y al lado unas huellas de pisadas que no tenían más de un día o dos. En la cañada misma había señales de un fuego reciente, y otros signos que indicaban un campamento apresurado. Había algunas piedras caídas al borde de la cadena, en el flanco de la colina. Detrás de esas piedras Sam tropezó con una ordenada pila de leña.

—Me pregunto si el viejo Gandalf estuvo aquí —le dijo a Pippin—. Quien haya amontonado esta madera parece que tenía intención de volver.

Trancos se interesó mucho en estos descubrimientos.

—Ojalá me hubiese quedado aquí un rato a explorar yo mismo el terreno —dijo yendo de prisa hacia el manantial a examinar las pisadas.