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está mi hermosa dama, hija de la dama del río,

delgada como vara de sauce, clara como el agua.

El viejo Tom Bombadil trayendo lirios de agua

vuelve saltando a casa. ¿Lo oyes cómo canta?

¡Hola, ven alegre dol, derry dol!, alegre oh,

Baya de Oro, Baya de Oro, alegre baya amarilla.

Pobre viejo Hombre-Sauce, ¡retira tus raíces!

Tom tiene prisa ahora. La noche sucede al día.

Tom vuelve de nuevo trayendo lirios de agua.

¡Hola, ven derry dol! ¿Me oyes cómo canto?

Frodo y Sam parecían como hechizados. El viento echó una última bocanada. Las hojas colgaron de nuevo silenciosas en las ramas tiesas. La canción estalló otra vez, y luego, de pronto, saltando y bailando a lo largo del sendero, por encima de las cañas, asomó un viejo y estropeado sombrero de copa alta y larga pluma azul sujeta a la cinta. Un nuevo brinco y un salto, y un hombre apareció a la vista, o por lo menos algo semejante a un hombre; demasiado grande y pesado para ser un hobbit, y no bastante alto como para pertenecer a la Gente Grande, aunque hacía bastante ruido, calzado con grandes botas amarillas, tranqueando entre las hierbas y los juncos como una vaca que baja a beber. Tenía una chaqueta azul y larga barba castaña; los ojos eran azules y brillantes, y la cara roja como una manzana madura, pero plegada en cientos de arrugas de risa. En las manos, sobre una hoja grande, como en una bandeja, traía un montoncito de lirios de agua blancos.

—¡Socorro! —gritó Frodo, y Sam corrió hacia el hombre adelantando las manos.

—¡Ho, oh! ¡Quietos! —gritó el personaje alzando una mano, y los hobbits se detuvieron en seco como paralizados—. Bien, mis amiguitos, ¿adónde vais, resoplando como fuelles? ¿Qué pasa aquí? ¿Sabéis quién soy? Soy Tom Bombadil. Decidme cuál es el problema. Tom tiene prisa. ¡No me aplastéis los lirios!

—Mis amigos están atrapados en el sauce —exclamó Frodo sin aliento.

—¡Una hendidura está triturando al señor Merry! —gritó Sam.

—¿Cómo? —gritó entonces Tom Bombadil dando un salto—. ¿El viejo Hombre-Sauce? Nada peor, ¿eh? Eso tiene fácil arreglo. Conozco la cancioneta que le hace falta. ¡Viejo y gríseo Hombre- Sauce! Le helaré la médula, si no se comporta bien. Le cantaré hasta sacarle afuera las raíces. Le cantaré un viento que le arrancará hojas y ramas. ¡Viejo Hombre-Sauce!

Depositando con cuidado los lirios de agua en el suelo, Tom Bombadil corrió hacia el árbol. Allí vio los pies de Merry que aún sobresalían. El resto ya había sido arrastrado al interior. Tom acercó la boca a la hendidura y se puso a cantar en voz baja. Los dos hobbits no alcanzaban a oír las palabras, pero la reanimación de Merry fue evidente. Las piernas patearon el aire. Tom se apartó de un salto, y arrancando una rama que colgaba a un costado, azotó el flanco del sauce.

—¡Déjalo salir, viejo Hombre-Sauce! ¿Qué pretendes? No tendrías que estar despierto. ¡Come tierra! ¡Cava hondo! ¡Bebe agua! ¡Duerme! ¡Bombadil habla!

Tomó entonces los pies de Merry y lo sacó de la hendidura que se había ensanchado de pronto.





Se oyó el sonido de algo que se desgarra, y la otra grieta se abrió también, y Pippin saltó afuera, como si lo hubiesen pateado. En seguida, con un sonoro chasquido, las dos fisuras volvieron a cerrarse. Un estremecimiento recorrió el árbol de las raíces a la copa, y siguió un completo silencio.

—¡Gracias! —dijeron los hobbits, uno tras otro.

Tom Bombadil se echó a reír.

—¡Bueno, mis amiguitos! —dijo inclinándose para mirarles las caras—. Vendréis a casa conmigo. Hay en mi mesa un cargamento de crema amarilla, panal de miel, mantequilla y pan blanco. Baya de Oro nos espera. Ya habrá tiempo para preguntas mientras cenamos. ¡Seguidme tan rápido como podáis!

Luego de esto Tom Bombadil recogió los lirios, y se fue saltando y bailando por el camino hacia el este, llamándolos con la mano, cantando otra vez en voz alta una canción que no tenía sentido.

Demasiado sorprendidos y demasiado aliviados para hablar, los hobbits lo siguieron tan rápidamente como podían. Pero esto no bastaba. Tom desapareció muy pronto delante de ellos, y el sonido del canto se hizo más lejano y débil. Pero de súbito la voz volvió flotando como una poderosa llamada.

¡Saltad, amiguitos, a lo largo del Tornasauce!

Tom va adelante a encender las velas.

El sol se oculta, pronto marcharéis a ciegas.

Cuando caiga la noche, las puertas se abrirán,

y en las ventanas brillará una luz amarilla.

No tengáis miedo ni de alisos ni de sauces,

ni de raíces ni de ramas. Tom va adelante.

¡Hola, ahora, alegre dol! ¡Bienvenidos a casa!

Luego los hobbits no oyeron más. Casi en seguida pareció que el sol se hundía entre los árboles, detrás de ellos. Recordaron la luz oblicua de la tarde que brillaba sobre el río Brandivino, y las ventanas de Gamoburgo que comenzaban a iluminarse con cientos de luces. Grandes sombras caían ahora alrededor; los troncos y las ramas, negros y amenazantes, se inclinaban sobre el sendero. Unas nieblas blancas comenzaban a alzarse ondulándose en la superficie del río, esparciéndose entre las raíces de los árboles, en las orillas. Del suelo, a los pies de los hobbits, un vapor tenebroso subía confundiéndose con el crepúsculo, que caía rápidamente.

Se hizo difícil seguir el sendero, y todos estaban muy cansados. Las piernas les pesaban como plomo. Unos ruidos raros y furtivos corrían entre los matorrales y juncos a los lados del camino, y si alzaban los ojos veían unas caras extrañas, retorcidas y nudosas, como sombras dibujadas en el cielo del crepúsculo, que los miraban asomándose a los barrancos y a los límites del bosque. Empezaban a tener la impresión de que todo aquel país era irreal, y que avanzaban tropezando por un sueño ominoso que no llevaba a ninguna vigilia.

En el momento en que ya aminoraban el paso y parecía que iban a detenerse, advirtieron que el suelo se elevaba poco a poco. Las aguas murmuraban ahora. Alcanzaron a vislumbrar en la penumbra el resplandor blanco de la espuma del río que se precipitaba en una pequeña cascada. En seguida los árboles terminaron, y la niebla quedó atrás. Salieron del bosque y se encontraron en una amplia extensión de hierbas. El río, estrecho y rápido, saltaba hacia ellos alegremente, reflejando aquí y allá la luz de las estrellas que ya brillaba en el cielo.

La hierba era allí corta y suave, como si la hubiesen segado. Detrás, los bordes del bosque parecían recortados como un cerco. El sendero era llano, estaba bien cuidado y bordeado de piedras, y subía serpenteando a la cima de una loma herbosa, grisácea bajo el pálido cielo estrellado. Allí arriba en otra ladera parpadeaban las luces de una casa. El sendero bajó y subió de nuevo por una larga pendiente de césped hacia la luz. De pronto un rayo amarillo salió brillantemente de una puerta que acababa de abrirse. Era la casa de Tom Bombadil, sobre y bajo la colina. Detrás el terreno se elevaba gris y desnudo, y más allá las sombras oscuras de las Quebradas de los Túmulos se perdían en la noche del este.