Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 40 из 153

—¡Bien! Decidido. ¡Tres hurras por el capitán Frodo y sus compañeros! —gritaron los otros mientras bailaban alrededor.

Merry y Pippin entonaron una canción que habían preparado aparentemente para esta oportunidad. La habían compuesto tomando como modelo la canción de los enanos que había acompañado la partida de Bilbo, tiempo atrás. Y la melodía era la misma:

Adiós les decimos al hogar y a la sala.

Aunque sople el viento y caiga la lluvia

hemos de partir antes que amanezca,

lejos, por el bosque y la montaña alta.

Rivendel, donde los Elfos habitan aún,

en claros al pie de las nieblas del monte,

cruzando por páramos y eriales iremos deprisa

y de allí no sabemos adónde.

Delante el Enemigo y detrás el terror,

dormiremos bajo el dosel del cielo,

hasta que al fin se acaben las penurias,

el viaje termine, y la misión concluya.

¡Hay que partir, hay que partir!

¡Saldremos a caballo antes que amanezca!

—¡Muy bien! —dijo Frodo—. En este caso hay mucho que hacer antes de irnos a la cama. Dormiremos bajo techo, aunque sólo sea esta noche.

—¡Oh! ¡Eso era poesía! —dijo Pippin—. ¿Realmente piensas partir antes que amanezca?





—No lo sé —respondió Frodo—. Temo a esos Jinetes Negros y estoy seguro de que es imprudente quedarse mucho tiempo en un mismo sitio, especialmente en un sitio adonde se sabe que yo iría. También Gildor me aconsejó no esperar. Pero me gustaría tanto ver a Gandalf... Me di cuenta de que el mismo Gildor se turbó cuando supo que Gandalf no había aparecido. La partida depende de dos cosas. ¿Cuánto tiempo necesitarían los Jinetes para llegar a Gamoburgo? ¿Y cuándo podremos partir? Tendremos que hacer muchos preparativos.

—Como respuesta a esa segunda pregunta —contestó Merry—, te diré que podemos partir dentro de una hora. Prácticamente he preparado todo. Hay seis poneys en un establo al otro lado del campo; provisiones y enseres están todos empaquetados, excepto unas pocas ropas de uso y los alimentos perecederos.

—Parece haber sido una conspiración muy eficiente —dijo Frodo—. Pero ¿y los Jinetes Negros? ¿Habría peligro si esperamos a Gandalf un día más?

—Todo depende de lo que pienses que harán los Jinetes, si te encuentran aquí —respondió Merry—. Podrían haber llegado ya, por supuesto, si no los hubiesen detenido en la Puerta Norte, donde el seto desciende hasta el río, de este lado del Puente. Los guardias no les habrían permitido cruzar de noche, aunque ellos hubiesen podido abrirse paso a la fuerza. Aun a la luz del día, tratarían de no dejarlos pasar, por lo menos hasta mandarle un mensaje al Señor de la Casa, pues no les agradaría el aspecto de los Jinetes, y seguramente estarían asustados. Por supuesto, Los Gamos no podría resistir mucho tiempo un ataque decidido. Y es posible que en la mañana se permita pasar a un Jinete Negro que llegue preguntando por el señor Bolsón. Es bastante conocida tu idea de regresar y establecerte en Cricava.

Frodo se quedó sentado un rato, muy pensativo.

—Me he decidido —dijo al fin—. Partiré mañana, tan pronto amanezca; pero no iré por el camino, sería más seguro quedarse aquí. Si yo atravesase la Puerta Norte, mi partida se conocería en seguida, en vez de mantenerse en secreto, al menos unos pocos días más, como tendría que ser. Además, el Puente y el Camino del Este próximos a las fronteras estarán vigilados, entre o no en Los Gamos algún Jinete. No sabemos cuántos son; por lo menos dos, y quizá más. Lo único que nos queda es partir en una dirección del todo inesperada.

—¡Pero eso significa que entraremos en el Bosque Viejo! —dijo Fredegar, horrorizado—. No puedes pensar en algo semejante. Es tan peligroso como los Jinetes Negros.

—No tanto —dijo Merry—. Parece una solución desesperada, pero creo que Frodo tiene razón; sólo así podríamos evitar que nos siguieran en seguida. Con un poco de suerte podríamos ganar una considerable ventaja.

—Pero no tendrás ninguna suerte en el Bosque Viejo —objetó Fredegar—. Nadie ha tenido suerte ahí. Te perderás. La gente nunca entra en el bosque.

—¡Oh, sí! —dijo Merry—. Los Brandigamo entran a veces, cuando les da por ahí. Tenemos una entrada particular. Frodo la conoció hace tiempo. Yo he estado en varias ocasiones, casi siempre durante el día, por supuesto, cuando los árboles están quietos y adormecidos.

—¡Bueno, haced como mejor os parezca! —dijo Fredegar—. Tengo más miedo del Bosque Viejo que de cualquier otra cosa; las historias que he oído son verdaderas pesadillas. Pero mi voto apenas cuenta, pues no iré con vosotros. De todos modos, me alegra que alguien se quede para contarle todo a Gandalf, cuando vuelva, y estoy seguro de que no tardará.

El Gordo Bolger, aunque quería mucho a Frodo, no deseaba abandonar la Comarca ni ver lo que había más allá. Era de una familia de la Cuaderna del Este, de Bolgovado, los Campos del Puente, para ser más exactos; pero él nunca había ido más allá del Puente del Brandivino. De acuerdo con el plan original, la obligación de Bolger era quedarse allí y tratar con los preguntones y mantener así todo lo posible el engaño de que el señor Bolsón continuaba en Cricava. Hasta habían traído algunas ropas viejas de Frodo para ayudarlo a interpretar ese papel. Nadie dudaba de que ese papel podía ser de veras peligroso.

—¡Excelente! —exclamó Frodo cuando comprendió el plan—. De otro modo no podríamos haber dejado un mensaje para Gandalf. No sé si esos Jinetes saben leer o no, pero no me hubiese atrevido a correr el riesgo de un mensaje escrito, pensando que ellos podrían entrar y revisar la casa. Pero si Gordo está dispuesto a custodiar la fortaleza, lo que significa que Gandalf sabrá adónde fuimos, eso me decide. Mañana temprano entraré en el Bosque Viejo.

—Está bien —dijo Pippin—. Total, prefiero nuestra tarea a la de Gordo, que aguardará aquí la llegada de los Jinetes Negros.

—Espera a encontrarte en medio del bosque —dijo Fredegar—. Mañana antes de esta hora desearás estar aquí conmigo.

—Basta de discusiones —dijo Merry—. Todavía tenemos que ordenar las cosas y dar los últimos toques al equipaje. Los despertaré antes que amanezca.

Cuando por fin se acostaron, Frodo tardó en dormirse. Le dolían las piernas. Le alegraba saber que partirían a caballo. Al fin cayó en un vago sueño; creía estar mirando a través de una ventana alta, sobre un mar oscuro de árboles enmarañados. De abajo, entre las raíces, venía el murmullo de unas criaturas que se arrastraban y bufaban. Estaba seguro de que tarde o temprano lo descubrirían por el olfato.