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Gildor guardó silencio un rato, y al fin dijo: —No me gustan estas noticias. El retraso de Gandalf no presagia nada bueno. Pero está dicho: «No te entrometas en asuntos de magos, pues son astutos y de cólera fácil». Te corresponde a ti decidir: sigue o espéralo.

—Y también se ha dicho —respondió Frodo—: «No pidas consejo a los Elfos, pues te dirán al mismo tiempo que sí y que no».

—¿De veras? —rió Gildor—. Raras veces los Elfos dan consejos indiscretos, pues un consejo es un regalo muy peligroso, aun del sabio al sabio, ya que todos los rumbos pueden terminar mal. ¿Qué pretendes? No me has dicho todo lo que a ti respecta; entonces, ¿cómo podría elegir mejor que tú? Pero si me pides consejo te lo daré por amistad. Pienso que debieras partir inmediatamente, sin dilación, y si Gandalf no aparece antes de tu partida, permíteme también aconsejarte que no vayas solo. Lleva contigo amigos de confianza y de buena voluntad. Tendrías que agradecérmelo, pues no te doy este consejo de muy buena gana. Los Elfos tienen sus propios trabajos y sus propias penas, y no se entrometen en los asuntos de los hobbits o de cualquier otra criatura terrestre. Nuestros caminos rara vez se cruzan con los de ellos, por casualidad o a propósito; quizá este encuentro no sea del todo casual, pero el propósito no me parece claro y temo decir demasiado.

—Te estoy profundamente agradecido —dijo Frodo—. Pero me gustaría que me dijeras con claridad qué son los Jinetes Negros. Si sigo tu consejo, no he de ver a Gandalf durante mucho tiempo y he de conocer cuál es el peligro que me persigue.

—¿No es bastante saber que son siervos del Enemigo? —respondió Gildor—. ¡Escapa de ellos! ¡No les hables! Son mortíferos. No me preguntes más. Mi corazón me anuncia que antes del fin, tú, Frodo, hijo de Drogo, sabrás más de estas cosas terribles que Gildor Inglorion. ¡Que Elbereth te proteja!

—¿Dónde encontraré coraje? —preguntó Frodo—. Es lo que más necesito.

—El coraje se encuentra en sitios insólitos —dijo Gildor—. Ten fe. ¡Duerme ahora! En la mañana nos habremos ido, pero te enviaremos nuestros mensajes a través de las tierras. Las Compañías Errantes sabrán de tu viaje, y aquellos que tienen poder para el bien estarán atentos. ¡Te nombro amigo de los Elfos, y que las estrellas brillen para ti hasta el fin del camino! Pocas veces nos hemos sentido tan cómodos con gente extraña; es muy agradable oír palabras del Idioma Antiguo en labios de otros peregrinos del mundo.

Frodo sintió que el sueño se apoderaba de él, aún antes que Gildor terminara de hablar.

—Dormiré ahora —dijo, y el Elfo lo llevó junto a Pippin; y allí Frodo se echó sobre una cama y durmió sin sueños toda la noche.

4

UN ATAJO HACIA LOS HONGOS

A la mañana siguiente Frodo despertó renovado. Estaba acostado bajo una enramada; las ramas de un árbol bajaban entrelazadas hasta el suelo. La cama era de helecho y musgo, suave, profunda y extrañamente fragante. El sol refulgía entre las hojas temblorosas, todavía verdes. Frodo se levantó de un salto y salió.

Sam estaba sentado en la hierba, cerca del linde del bosque. Pippin, de pie, estudiaba el cielo y el tiempo. No había señales de los Elfos.

—Nos han dejado frutas, bebidas y pan —dijo Pippin—. Ven a desayunar. El pan es casi tan bueno como anoche. Yo no quería dejarte nada, pero Sam insistió.

Frodo se sentó junto a Sam y empezó a comer.

—¿Cuál es el plan de hoy? —preguntó Pippin.

—Caminar hacia Los Gamos tan rápido como sea posible —respondió Frodo, volviendo su atención a la comida.

—¿Crees que volveremos a ver a alguno de los Jinetes? —preguntó Pippin alegremente.

Al sol de la mañana, la posibilidad de encontrarse con todo un escuadrón de Jinetes no le parecía muy alarmante.

—Sí, quizá —respondió Frodo, no muy a gusto con el recuerdo—. Espero cruzar el río sin que nos vean.





—¿Descubriste algo sobre ellos por lo que te dijo Gildor?

—No mucho, sólo insinuaciones y adivinanzas —dijo Frodo evasivamente.

—¿Le preguntaste sobre el olfato?

—No lo discutimos —dijo Frodo, con la boca llena.

—Tendrías que haberlo hecho; estoy seguro de que es muy importante.

—Y yo estoy seguro de que Gildor se hubiera negado a explicármelo —dijo Frodo, bruscamente ahora—. ¡Déjame en paz! No tengo ganas de responder a una sarta de preguntas mientras estoy comiendo. Quiero pensar.

—¡Cielos! —dijo Pippin—. ¿Durante el desayuno?

Se alejó hacia el borde del prado. La mañana brillante, traidoramente brillante, según Frodo, no había desvanecido el temor de que lo persiguieran, y pensaba ahora en las palabras de Gildor. Oyó la alegre voz de Pippin, que corría por la hierba, cantando.

«No, no podría —se dijo—. Una cosa es llevar a mis jóvenes amigos a recorrer la Comarca hasta sentirnos muertos de hambre y cansancio, y añorar la comida y la cama, y otra cosa es llevarlos al exilio donde el hambre y el cansancio no tienen remedio aunque ellos quieran acompañarme. La herencia es sólo mía. Ni siquiera creo que deba llevar a Sam.»

Miró a Sam Gamyi y descubrió que él estaba observándolo.

—Bien, Sam —le dijo—, ¿qué sucede? Abandonaré la Comarca tan pronto como me sea posible. He decidido no esperar ni siquiera un día en Cricava, si puedo evitarlo.

—¡Bien, señor!

—¿Todavía piensas venir conmigo?

—Sí.

—Será muy peligroso, Sam. Ya es peligroso. Quizá no volvamos, ninguno de nosotros.

—Si usted no vuelve, señor, es verdad que yo tampoco volveré —replicó Sam—. ¡No lo abandones!, me dijeron. ¡Abandonarlo! Ni siquiera lo pienso. Iré con él, aunque suba a la luna; y si alguno de esos Jinetes Negros trata de detenerlo, tendrá que vérselas con Sam Gamyi, dije. Ellos se echaron a reír.

—¿Quienes son ellos? ¿Y de qué hablas?

—Los Elfos, señor. Tuvimos una conversación anoche. Parecían saber que usted se iba, y no vi la necesidad de negarlo. ¡Maravilloso pueblo los Elfos, señor! ¡Maravilloso!

—Así es —dijo Frodo—. ¿Te siguen gustando, ahora que los viste más de cerca?

—A decir verdad, parecen estar por encima de mis simpatías o antipatías —respondió Sam lentamente—. Lo que yo pienso no importa mucho. Son bastante diferentes de lo que yo esperaba; tan jóvenes y viejos, tan alegres y tristes, si puede decirse así.