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La guerra real no se parecía a la guerra legendaria, ni en su proceso ni en su conclusión. Si hubiese inspirado o encaminado el desarrollo de la leyenda, entonces, por cierto, el Anillo habría sido utilizado contra Sauron; no habría sido aniquilado sino esclavizado, y Barad-dûr hubiera sido ocupada y no destruida. Saruman, como no puede apoderarse del Anillo, envuelto en las confusiones y traiciones de la época, hubiera encontrado en Mordor los eslabones perdidos de sus propias investigaciones sobre la historia del Anillo, y no habría tardado en fabricar un Gran Anillo propio con el que podría desafiar el Señor de la Tierra Media. En ese conflicto ambos bandos hubieran odiado y despreciado a los hobbits; no hubieran sobrevivido mucho tiempo ni siquiera como esclavos.

Podrían haberse ideado otros cambios de acuerdo con los gustos y opiniones de los aficionados a las alegorías o las referencias tópicas. Pero detesto cordialmente la alegoría en todas sus manifestaciones, y siempre me ha parecido así desde que me hice bastante viejo y cauteloso como para detectarlas. Prefiero la historia, auténtica o inventada, de variada aplicabilidad al pensamiento y la experiencia de los lectores. Pienso que muchos confunden «aplicabilidad» con «alegoría»; pero la primera reside en la libertad del lector, y la otra en un pretendido dominio del autor.

Un autor no puede, por supuesto, dejar de ser afectado por su propia experiencia, pero los modos en que el germen de una historia utiliza el suelo fértil de la experiencia son extremadamente complejos, y cualquier intento de definir el proceso no es más que el mero atisbo de una evidencia inadecuada y ambigua. Es también falso, aunque naturalmente atractivo, cuando la vida de un autor y la de un crítico coinciden en el tiempo, suponer que el movimiento de las ideas o los acontecimientos de la época sean necesariamente las influencias más poderosas. Uno en verdad tiene que encontrarse bajo la sombra de la guerra para sentir toda su opresión, pero a medida que los años pasan parece olvidarse que ser joven en 1914 no era una experiencia menos odiosa que la de vivir en 1939 y los años siguientes. En 1918, sólo uno de mis amigos íntimos no había muerto o para hablar de un asunto menos doloroso: algunos han supuesto que «El saneamiento de la Comarca» refleja la situación de Inglaterra en el tiempo en que yo estaba concluyento mi relato. No es así. El capítulo es parte esencial del argumento, previsto desde un comienzo, aunque modificado en este caso por el carácter de Saruman tal como se desarrolló en la historia, sin, tengo que decirlo, ningún significado alegórico ni ninguna referencia política contemporánea. En realidad está basada en una experiencia, aunque (la situación económica era muy distinta) muy anterior. El país en que pasé mi infancia había sido ruinmente destruido antes que yo tuviera diez años, en días en que los coches de motor eran raros (yo nunca había visto uno) y los hombres construían todavía trenes suburbanos. He visto recientemente en un periódico la imagen de la última decrepitud de un molino de grano que tiempo atrás me había parecido tan importante. Nunca me gustó el aspecto del joven molinero, pero su padre, el viejo molinero, tenía una barba negra y no se llamaba Arenas.

PRÓLOGO

1

De los Hobbits



Este libro trata principalmente de los Hobbits, y el lector descubrirá en sus páginas mucho del carácter y algo de la historia de este pueblo. Podrá encontrarse más información en los extractos del Libro Rojo de la Frontera del Oeste que ya han sido publicados con el título de El Hobbit. El relato tuvo su origen en los primeros capítulos del Libro Rojo, compuesto por Bilbo Bolsón —el primer Hobbit que fue famoso en el mundo entero— y que él tituló Historia de una ida y de una vuelta, pues contaba el viaje de Bilbo hacia el este y la vuelta, aventura que más tarde complicaría a todos los Hobbits en los importantes acontecimientos que aquí se relatan.

No obstante, muchos querrán saber desde un principio algo más de este pueblo notable, y quizá algunos no tengan el libro anterior. Para esos lectores se han reunido aquí algunas notas sobre los puntos más importantes de la tradición hobbit, y se recuerda brevemente la primera aventura.

Los Hobbits son un pueblo sencillo y muy antiguo, más numeroso en tiempos remotos que en la actualidad. Amaban la paz, la tranquilidad y el cultivo de la buena tierra, y no había para ellos paraje mejor que un campo bien aprovechado y bien ordenado. No entienden ni entendían ni gustan de maquinarias más complicadas que una fragua, un molino de agua o un telar de mano, aunque fueron muy hábiles con toda clase de herramientas. En otros tiempos desconfiaban en general de «la Gente Grande», como nos llaman, y ahora nos eluden con terror y es difícil encontrarlos. Tienen el oído agudo y la mirada penetrante, y aunque engordan fácilmente, y nunca se apresuran si no es necesario, se mueven con agilidad y destreza. Dominaron desde un principio el arte de desaparecer rápido y en silencio, cuando la Gente Grande con la que no querían tropezar se les acercaba casualmente, y han desarrollado este arte hasta el punto de que a los Hombres puede parecerles verdadera magia. Pero los Hobbits jamás han estudiado magia de ninguna índole, y esas rápidas desapariciones se deben únicamente a una habilidad profesional, que la herencia, la práctica y una íntima amistad con la tierra han desarrollado tanto que es del todo inimitable para las razas más grandes y desmañadas.

Los Hobbits son gente diminuta, más pequeña que los Enanos; menos corpulenta y fornida, pero no mucho más baja. La estatura es variable, entre los dos y los cuatro pies de nuestra medida. Hoy pocas veces alcanzan los tres pies, pero se dice que en otros tiempos eran más altos. De acuerdo con el Libro Rojo, Bandobras Tuk, apodado el Toro Bramador, hijo de Isengrim II, medía cuatro pies y medio y era capaz de montar a caballo. En los archivos de los Hobbits se cuenta que sólo fue superado por dos famosos personajes de la antigüedad, pero de este hecho curioso se habla en el presente libro.

En cuanto a los Hobbits de la Comarca, de quienes tratan esas relaciones, conocieron en un tiempo la paz y la prosperidad y fueron entonces un pueblo feliz. Vestían ropas de brillantes colores, y preferían el amarillo y el verde; muy rara vez usaban zapatos, pues las plantas de los pies eran en ellos duras como el cuero, fuertes y flexibles, y los pies mismos estaban recubiertos de un espeso pelo rizado muy parecido al pelo de las cabezas, de color castaño casi siempre. Por esta razón el único oficio que practicaban poco era el de zapatero, pero tenían dedos largos y habilidosos que les permitían fabricar muchos otros objetos útiles y agradables. En general los rostros eran bonachones más que hermosos, anchos, de ojos vivos, mejillas rojizas y bocas dispuestas a la risa, a la comida y a la bebida. Reían, comían y bebían a menudo y de buena gana; les gustaban las bromas sencillas en todo momento y comer seis veces al día (cuando podían). Eran hospitalarios, aficionados a las fiestas, hacían regalos espontáneamente y los aceptaban con entusiasmo.