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Frodo lo acompañó hasta la puerta. Gandalf lo despidió agitando la mano, y desapareció a paso sorprendentemente rápido, aunque Frodo pensó que el viejo mago estaba más agobiado que de costumbre, como si llevase un gran peso sobre los hombros. La tarde moría y la figura embozada se perdió en el crepúsculo. Frodo no volvería a verlo por largo tiempo.

2

LA SOMBRA DEL PASADO

La charla no decreció ni en nueve ni en noventa y nueve días. La segunda desaparición del señor Bilbo Bolsón se discutió en Hobbiton y en verdad en toda la Comarca durante un año y un día, y se recordó todavía mucho más. Llegó a ser uno de esos cuentos que cuentan los abuelos para los niños hobbits. Y al fin, el loco Bolsón, que tenía la costumbre de desaparecer con una detonación y un relámpago para reaparecer con sacos repletos de oro y alhajas, se convirtió en un personaje legendario que continuó viviendo cuando ya los hechos verdaderos se habían olvidado del todo.

Pero entre tanto, la opinión general en la vecindad era que Bilbo (conocido ya como un poco chiflado) se había vuelto al fin completamente loco, y había escapado al mundo desconocido. Allí, sin duda habría caído en un estanque o en un río, encontrando un fin trágico, aunque nada prematuro. La culpa recayó casi toda sobre Gandalf.

«Si por lo menos ese maldito mago lo dejara tranquilo, quizá el joven Frodo se enderezara, llegando a tener un poco de buen sentido hobbit» decían. Y aparentemente el mago lo dejó tranquilo, y el joven Frodo se enderezó, pero el desarrollo del sentido hobbit no era demasiado visible. En efecto, pronto se ganó fama de extravagante, como Bilbo. Rehusó guardar duelo, y al año siguiente dio una fiesta en honor del centesimodecimosegundo cumpleaños de Bilbo, que llamó la Fiesta de ciento doce libras de peso. Estuvieron lejos de ese número; sólo veinte invitados y varios banquetes, en los que llovió bebida y nevó comida, como dicen los hobbits.

Algunos se escandalizaron bastante, pero Frodo siguió celebrando el cumpleaños de Bilbo, año tras año, hasta que al fin todos se acostumbraron. Frodo decía que no creía que Bilbo hubiera muerto. Cuando le preguntaban: «¿Dónde está entonces?» se encogía de hombros.

Vivía solo, como había vivido Bilbo; pero tenía muchos buenos amigos, especialmente entre los hobbits más jóvenes (casi todos descendientes del viejo Tuk), que de niños habían simpatizado con Bilbo, dentro y fuera de Bolsón Cerrado. Entre ellos estaban Folco Boffin y Fredegar Bolger, pero sus amigos íntimos eran Peregrin Tuk (llamado comúnmente Pippin) y Merry Brandigamo, cuyo nombre verdadero, muy poco recordado, era Meriadoc. Frodo correteaba con ellos por la Comarca, pero más a menudo vagabundeaba solo, asombrando a la gente razonable, pues lo vieron muchas veces lejos de la casa, caminando por las lomas y los bosques, a la luz de las estrellas. Merry y Pippin sospechaban que visitaba de vez en cuando a los Elfos, continuando la costumbre de Bilbo.





A medida que el tiempo pasaba, la gente comenzó a notar que también Frodo se «conservaba» bien. Exteriormente tenía la apariencia de un hobbit robusto y enérgico que apenas había sobrepasado la «veintena». «Algunos tienen suerte en todo», decían; pero cuando Frodo se acercó a los cincuenta años, edad comúnmente más sobria, la cosa empezó a parecerles rara.

El mismo Frodo, pasada la primera conmoción, encontró bastante agradable ser su propio amo y elSeñor Bolsón de Bolsón Cerrado. Durante algunos años fue feliz y no se preocupó mucho por el futuro. Pero el remordimiento no del todo consciente de no haber seguido a Bilbo, continuaba creciendo en él. Se descubrió a veces, especialmente en el otoño, pensando en tierras salvajes, y unas montañas extrañas que nunca había visto se le aparecieron en sueños. Comenzó a decirse: «Quizá algún día cruzaré el río». A lo que la otra mitad de la mente le respondía siempre: «Todavía no».

Así continuó hasta que pasó los cuarenta y se acercó a su quincuagésimo cumpleaños. Cincuenta era un número algo significativo (o temible); en todo caso, a esa edad le había ocurrido a Bilbo aquella aventura. Frodo comenzó a sentirse intranquilo, y los viejos caminos le parecían ahora demasiado trillados. Estudiaba los mapas y pensaba en lo que habría más allá; los mapas hechos en la Comarca mostraban en su mayoría espacios blancos fuera de las fronteras. Frodo se acostumbró a vagabundear por campos lejanos, casi siempre solo, por lo que Merry y otros amigos lo observaban con inquietud. A menudo se lo veía paseando y hablando con extraños caminantes que en ese tiempo comenzaban a aparecer en la Comarca.

Había rumores de cosas extrañas que ocurrían en el mundo exterior, y como Gandalf no había aparecido, ni había enviado ningún mensaje desde hacía años, Frodo andaba siempre en busca de noticias. Los Elfos, a quienes se veía muy raramente en la Comarca, cruzaban los bosques hacia el oeste, al atardecer; pasaban y no volvían, pues estaban abandonando la Tierra Media y ya no se preocupaban de los problemas. Había, en cambio, un número insólito de enanos. El antiguo Camino del Oeste corría a través de la Comarca y concluía en los Puertos Grises, y los enanos lo tomaban siempre en su camino hacia las minas de las Montañas Azules. Allí los hobbits tenían noticias de las tierras distantes, si querían tenerlas; por lo general los viajeros decían poco y los hobbits no preguntaban mucho. Pero ahora Frodo se encontraba a menudo con enanos de lejanas tierras que buscaban refugio en el Oeste. Estaban preocupados, y algunos hablaban en voz baja del Enemigo y de la Tierra de Mordor.

Los hobbits sólo conocían ese nombre por leyendas del oscuro pasado, como una sombra recordada apenas, aunque ominosa e inquietante. Parecía que el poder maléfico había desaparecido del Bosque Negro gracias a la intervención del Concilio Blanco, pero sólo para reaparecer con poder todavía mayor en las viejas fortificaciones de Mordor. Se decía que la Torre Oscura había sido reedificada. Desde allí se extendía el poder, a lo largo y a lo ancho, y en el lejano este y en el sur había guerras y crecía el temor. Los orcos se multiplicaban de nuevo en las montañas. Los trolls estaban en todas partes; ya no eran tontos, sino astutos, y traían armas terribles. Y también se hablaba de criaturas todavía más espantosas, pero que no tenían nombre.

Poco de eso llegó a oídos de los hobbits comunes, como es natural, pero hasta los más sordos y los más sedentarios comenzaron a oír cuentos extraños, y aquellos cuyas ocupaciones los llevaban a las fronteras del país veían cosas curiosas. Las conversaciones en El Dragón Verde, en Delagua, una tarde de primavera, en el quincuagésimo año de Frodo, demostraron que esos rumores habían llegado al corazón mismo de la Comarca, aunque la mayoría de los hobbits se los tomaran a risa.

Sam Gamyi estaba sentado en un rincón, cerca del fuego, de frente a Ted Arenas, el hijo del molinero, y varios rústicos jóvenes escuchaban la conversación.

—Se oyen cosas extrañas en estos días —dijo Sam.