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Algo trepaba ahora lentamente, y se lo oía respirar, como si siseara con los dientes apretados. Luego Frodo vio dos ojos pálidos que subían, junto al tronco.

Se detuvieron y miraron hacia arriba, sin parpadear. De pronto se volvieron, y una figura indistinta bajó deslizándose por el tronco y desapareció.

Casi en seguida Haldir llegó trepando rápidamente por las ramas.

—Había algo en este árbol que nunca vi antes —dijo—. No era un orco. Huyó tan pronto como toqué el árbol. Parecía astuto, y entendido en árboles, y hubiese pensado que era uno de vosotros, un hobbit.

”No tiré, pues no quería provocar ningún grito: no podemos arriesgar una batalla. Una fuerte compañía de orcos ha pasado por aquí. Cruzaron el Nimrodel, y malditos sean esos pies infectos en el agua pura, y siguieron el viejo camino junto al río. Parecían ir detrás de algún rastro, y durante un rato examinaron el suelo, cerca del sitio donde os detuvisteis. Nosotros tres no podíamos enfrentarnos a un centenar de modo que nos adelantamos y hablamos con voces fingidas arrastrándolos al interior del bosque.

”Orophin ha regresado de prisa a nuestras moradas para advertir a los nuestros. Ninguno de los orcos saldrá jamás de Lórien. Y habrá muchos Elfos ocultos en la frontera norte antes que caiga otra noche. Pero tenéis que tomar el camino del sur tan pronto como amanezca.

El día asomó pálido en el este. La luz creció y se filtró entre las hojas amarillas de los mallorn, y a los hobbits les recordó el sol temprano de una fresca mañana de estío. Un cielo azul claro se mostraba entre las ramas mecidas por el viento. Mirando por una abertura en el lado sur del flet, Frodo vio todo el valle del Cauce de Plata extendido como un mar de oro rojizo que ondulaba dulcemente en la brisa.

La mañana había comenzado apenas y era fría aún cuando la Compañía se puso en camino guiada esta vez por Haldir y su hermano Rúmil.

—¡Adiós, dulce Nimrodel! —exclamó Legolas. Frodo volvió los ojos y vio un brillo de espuma blanca entre los árboles grises—. Adiós —dijo, y le parecía que nunca oiría otra vez un sonido tan hermoso como el de aquellas aguas, alternando para siempre unas notas i

Regresaron al viejo sendero que iba por la orilla oeste del Cauce de Plata, y durante un tiempo lo siguieron hacia el sur. Había huellas de orcos en la tierra. Pero pronto Haldir se desvió a un lado y se detuvo junto al río a la sombra de los árboles.

—Hay alguien de mi pueblo del otro lado del arroyo —dijo—, aunque no podéis verlo.

Llamó silbando bajo como un pájaro, y un Elfo salió de un macizo de arbustos; estaba vestido de gris, pero tenía la capucha echada hacia atrás, y los cabellos le brillaban como el oro a la luz de la mañana. Haldir arrojó hábilmente una cuerda gris por encima del agua, y el otro la alcanzó y ató el extremo a un árbol cerca de la orilla.

—El Celebrant es aquí una corriente poderosa, como veis —dijo Haldir—, de aguas rápidas y profundas, y muy frías. No ponemos el pie en él tan al norte, si no es realmente necesario. Pero en estos días de vigilancia no tendemos puentes. He aquí cómo cruzamos. ¡Seguidme!

Amarró el otro extremo de la cuerda a un árbol, y luego corrió por encima sobre el río, y de vuelta, como si estuviese en un camino.

—Yo podría cruzar así —dijo Legolas—, pero ¿y los otros? ¿Tendrán que nadar?

—¡No! —dijo Haldir—. Tenemos otras dos cuerdas. Las ataremos por encima de la otra, una a la altura del hombro y la segunda a media altura, y los extranjeros podrán cruzar sosteniéndose en las dos.

Cuando terminaron de instalar este puente liviano, la Compañía pasó a la otra orilla, unos con precaución y lentamente, otros con más facilidad. De los hobbits, Pippin demostró ser el mejor pues tenía el paso seguro y caminó con rapidez sosteniéndose con una mano sola, pero con los ojos clavados en la otra orilla y sin mirar hacia abajo. Sam avanzó arrastrando los pies, aferrado a las cuerdas, y mirando las aguas pálidas y torrentosas como si fueran un precipicio.





Respiró aliviado cuando se encontró a salvo en la otra orilla.

—¡Vive y aprende!, como decía mi padre. Aunque se refería al cuidado del jardín y no a posarse como los pájaros o caminar como las arañas. ¡Ni siquiera mi tío Andy conocía estos trucos!

Cuando toda la Compañía estuvo al fin reunida en la orilla este del Cauce de Plata, los Elfos desataron las cuerdas y las enrollaron. Rúmil, que había permanecido en la otra orilla, recogió una de las cuerdas, se la echó al hombro, y se alejó saludando con la mano, de vuelta a Nimrodel a continuar la guardia.

—Ahora, amigos —dijo Haldir—, habéis entrado en el Naith de Lórien, o el Enclave, como vosotros diríais, pues esta región se introduce como una lanza entre los brazos del Cauce de Plata y el Gran Anduin. No permitimos que ningún extraño espíe los secretos del Naith. A pocos en verdad se les ha permitido poner aquí el pie.

”Como habíamos convenido, ahora le vendaré los ojos a Gimli el Enano. Los demás pueden andar libremente por un tiempo hasta que nos acerquemos a nuestras moradas, abajo en Egladil, en el Ángulo entre las aguas.

Esto no era del agrado de Gimli.

—El arreglo se hizo sin mi consentimiento —dijo—. No caminaré con los ojos vendados, como un mendigo o un prisionero. Y no soy un espía. Mi gente nunca ha tenido tratos con los sirvientes del Enemigo. Tampoco causamos daño a los Elfos. Si creéis que yo llegaría a traicionaros, lo mismo podríais esperar de Legolas, o de cualquiera de mis amigos.

—Tienes razón —dijo Haldir—. Pero es la ley. No soy el dueño de la ley, y no puedo dejarla de lado. Ya he hecho mucho permitiéndote cruzar el Celebrant.

Gimli era obstinado. Se plantó firmemente en el suelo, las piernas separadas, y apoyó la mano derecha en el mango del hacha.

—Iré libremente —dijo—, o regresaré a mi propia tierra, donde confían en mi palabra, aunque tenga que morir en el desierto.

—No puedes regresar —dijo Haldir con cara seria—. Ahora que has llegado tan lejos tenemos que llevarte ante el Señor y la Dama. Ellos te juzgarán, y te retendrán o te dejarán ir, como les plazca. No puedes cruzar de nuevo los ríos, y detrás de ti hay ahora centinelas que te cerrarán el paso. Te matarían antes que pudieses verlos.

Gimli sacó el hacha del cinturón. Haldir y su compañero tomaron los arcos.

—¡Malditos Enanos, qué testarudos son! —exclamó Legolas.

—¡Un momento! —dijo Aragorn—. Si he de continuar guiando esta Compañía, haréis lo que yo ordene. Es duro para el Enano que lo pongan así aparte. Iremos todos vendados, aun Legolas. Será lo mejor, aunque el viaje parecerá lento y aburrido.

Gimli rió de pronto.

—¡Qué tropilla de tontos pareceremos! Haldir nos llevará a todos atados a una cuerda, como mendigos ciegos guiados por un perro. Pero si Legolas comparte mi ceguera, me declaro satisfecho.