Страница 2 из 217
SMOLOSIDOV, teniente.
STEPANOV, Boris Sergueievich, secretario del partido en Mavrino.
VITALIEVNA, Serafina (o Simochka), teniente del Ministerio de Seguridad.
VOLODIN, Dotnara (o Dotty), hija del fiscal Makariguin, esposa de I.A. Volodin.
YAKONOV, Antón Nikolaievich, coronel de ingenieros.
¿QUIÉN ES USTED?
Las agujas afiligranadas indicaban las cuatro y cinco.
A la luz ya mortecina de aquel día de diciembre, la esfera de bronce del reloj parecía casi negra en el estante.
La ventana, alta y de doble cuerpo, que nacía del mismo piso, abría el ojo en alguna parte hacia el animado ajetreo de la calle, donde los porteros apartaban a paladas la nieve de color marrón sucio que ya estaba barrosa bajo los pies de los transeúntes, a pesar de haber caído recientemente.
Con la mirada fija en la escena, pero la mente bien lejos de ella, el Consejero de Estado de segundo rango I
El Consejero de Estado de segundo rango, I
Las cuatro de la tarde no significaban la finalización de un día de trabajo, sino de la parte diurna más corta de la jornada laboral. Ahora todos irían a sus casas a cenar y a dormir un rato, hasta que más tarde, a partir de las diez, miles y miles de ventanas en sesenta y cinco ministerios de Moscú se encenderían de nuevo. Un solo hombre, protegido por una docena de paredes, como en una fortaleza, sufría de insomnio, y había ordenado a todo el personal oficial de Moscú a guardar vigilia con él hasta las tres o cuatro de la madrugada. Conociendo los hábitos nocturnos del Soberano, las seis decenas de ministros permanecían en vela, alertas como colegiales a la expectativa de ser requeridos. Para mantenerse despiertos ponían en pie de guerra a sus secretarios privados, y éstos enloquecían a los jefes de sección. Los encargados de los ficheros, subidos en escaleras, se concentraban en sus catálogos, los empleados de archivo corrían por los pasillos, nerviosas secretarias rompían las puntas de sus lápices.
Hoy mismo, en la víspera de la Navidad occidental, hacía dos días que las embajadas permanecían tranquilas, paralizadas, con sus teléfonos en silencio. En este mismo instante su personal estaría probablemente reuniéndose alrededor de los árboles de Navidad. Había trabajo nocturno en sus propios ministerios. Algunos jugarían al ajedrez, otros contarían historias, o dormitarían en sillas poltronas; pero siempre habría trabajo.
Los dedos nerviosos de Volodin hojeaban la revista, ágil y distraídamente, mientras en su interior aparecía una sensación de miedo, quemándole un poquito, y luego de apaciguarse, se enfriaba.
¡Cómo recordaba I
I
Si se hubiese tratado de algún otro profesor de medicina que no hubiese conocido personalmente, I
¿Habría una posibilidad de identificar a una persona hablando por un teléfono público, si colgaba inmediatamente, sin perder tiempo y desaparecía? ¿Sería posible reconocer una voz ahogada en el teléfono? A ciencia cierta no existía una técnica al respecto.
Se dirigió a su escritorio. Todavía podía distinguir a la luz del atardecer la primera carilla de las instrucciones de su nueva designación. Debía irse antes del día primero de año, el miércoles o el jueves. Era más lógico esperar. Era más razonable esperar.
¡Demonios! Un escalofrío sacudió sus hombros tan poco acostumbrados a semejantes cargas. Hubiera sido mejor no haberse enterado; no haber sabido nada, jamás haberse enterado.
Tomó las instrucciones y todo lo demás de su escritorio y lo llevó a la caja fuerte.
¿Cómo podía alguien condenar lo que Dobroumov había prometido? Mostraba la generosidad de un hombre de talento. El talento es siempre consciente de su propia riqueza y no tiene inconveniente en ser compartido.
Pero la inquietud de I
Luego, súbitamente, como si estuviese dejando escapar su última posibilidad, dejando de telefonear al garaje por su auto y de cerrar el tintero, I
Sus zapatos de estilo francés se hundieron en la nieve mojada y sucia.
Pasando el monumento a Vorovsky, en el semicerrado patio del ministerio, I
Giró, como para salvarse, hacia la derecha, bajando por Kuznestsky Most. Allí, apretado contra el cordón de la vereda, había un taxi próximo a arrancar. I