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Bill Helechal, acobardado, se arrastró hasta la puerta y la abrió.

—¡Dame la llave! —dijo Merry. El bandido se la arrojó a la cabeza y escapó hacia la oscuridad. Cuando pasaba junto a los poneys, uno de ellos le lanzó una coz que lo alcanzó en plena carrera. Con un alarido se perdió en la noche, y nunca más volvió a saberse de él.

—Buen trabajo, Bill —dijo Sam, refiriéndose al poney.

—Allá va el famoso Hombre Grande —dijo Merry—. Más tarde iremos a ver al Jefe. Lo que ahora queremos es alojamiento por esta noche, y como parece que han demolido la Posada del Puente, para levantar este caserío tétrico, ustedes tendrán que acomodarnos.

—Lo siento, señor Merry —dijo Hob—, pero no está permitido.

—¿Qué no está permitido?

—Alojar huéspedes imprevistos, y consumir alimentos de más, y esas cosas —dijo Hob.

—¿Qué diantre pasa? —preguntó Merry—. ¿Han tenido un año malo, o qué? Creía que el verano había sido espléndido, y la cosecha óptima.

—Bueno, sí, el año fue bastante bueno —dijo Hob—. Cultivamos mucho y de todo, pero no sabemos adónde va a parar. Son esos «recolectores» y «repartidores», supongo, que andan por aquí contando y midiendo y llevándoselo todo para almacenarlo. Es más lo que recolectan que lo que reparten, y la mayor parte de las cosas nunca las volvemos a ver.

—¡Oh, ya basta! —dijo Pippin, bostezando—. Todo esto es demasiado fatigoso para mí esta noche. Tenemos víveres en nuestros sacos. Danos sólo un cuarto donde echarnos a descansar. De todos modos, será mejor que muchos de los lugares que hemos conocido.

Los hobbits de la puerta todavía parecían inquietos, pues era evidente que se estaba quebrantando alguna norma; pero era imposible tratar de contradecir a cuatro viajeros tan autoritarios, todos armados por añadidura, y dos de ellos excepcionalmente altos y fornidos. Frodo ordenó que volvieran a cerrar las puertas. De todos modos, parecía justificado montar guardia mientras hubiese bandidos merodeando. Los cuatro compañeros entraron en la casa de los guardianes y se instalaron lo más cómodamente que pudieron. Era desnuda e inhóspita, con un hogar miserable en el que el fuego siempre se apagaba. En los cuartos de la planta alta había pequeñas hileras de camastros duros, y en cada una de las paredes un letrero y una lista de normas. Pippin los arrancó de un tirón. No tenían cerveza y muy poca comida, pero los viajeros compartieron lo que traían y todos disfrutaron de una cena aceptable; y Pippin quebrantó la Norma cuatro poniendo en el hogar la mayor parte de la ración de leña del día siguiente.

—Bueno, ¿qué les parece si fumamos un poco mientras nos cuentan las novedades de la Comarca? —dijo.

—No hay hierba para pipa ahora —dijo Hob—; y la que hay, se la han guardado los Hombres del Jefe. Todas las reservas parecen haber desaparecido. Lo que hemos oído es que carretones enteros de hierba partieron por el Camino Verde desde la Cuaderna del Sur, a través del Vado de Sarn. Eso fue al final del año pasado, después de la partida de ustedes. Pero ya antes la habían estado sacando en secreto de la Comarca, en pequeñas cantidades. Ese Lotho...

—¡Cierra el pico, Hob Guardacercas! —gritaron varios hobbits—. Sabes que no está permitido hablar así. El Jefe se enterará, y todos nos veremos en figurillas.





—No tendría por qué enterarse de nada, si algunos de los presentes no fueran soplones —replicó Hob, enfurecido.

—¡Está bien, está bien! —dijo Sam—. Es suficiente. No quiero saber nada más. Ni bienvenida, ni cerveza, ni hierba para pipa, y un montón de normas y de cháchara digna de los orcos. Esperaba descansar, pero por lo que veo tenemos afanes y problemas por delante. ¡Vamos a dormir y olvidémonos de todo hasta mañana!

Era evidente que el nuevo «Jefe» tenía medios para enterarse de las novedades. Desde el Puente hasta Bolsón Cerrado había unas cuarenta millas largas, pero alguien las había recorrido a gran velocidad. Y Frodo y sus amigos no tardaron en descubrirlo. No tenían aún planes definidos, pero pensaban de algún modo en ir todos juntos a Cricava, y descansar allí un tiempo. Ahora, sin embargo, viendo cómo estaban las cosas, decidieron ir directamente a Hobbiton. Así pues, al día siguiente tomaron el Camino, y marcharon a un trote lento pero constante. Aunque el viento había amainado, el cielo seguía gris, y el país tenía un aspecto triste y desolado; pero al fin y al cabo era primero de noviembre, en las postrimerías del otoño. No obstante, les sorprendió ver tantos incendios, y humaredas que brotaban desde muchos sitios en los alrededores. Una gran nube trepaba a lo lejos hacia el Bosque Cerrado.

Al caer de la tarde llegaron a las cercanías de Los Ranales, una aldea situada sobre el camino, a unas veintidós millas del Puente. Allí tenían la intención de pasar la noche: El Leño Flotantede Los Ranales era una buena posada. Pero cuando llegaron al extremo este de la aldea encontraron una barrera con un gran letrero que decía CAMINO CERRADO; y detrás de la barrera un nutrido pelotón de Oficiales de la Comarca provistos de garrotes y con plumas en los sombreros. Tenían una actitud arrogante y al mismo tiempo temerosa.

—¿Qué es todo esto? —dijo Frodo, casi tentado de soltar la carcajada.

—Es lo que es, señor Bolsón —dijo el Jefe de los Oficiales, un hobbit con tres plumas—. Están ustedes arrestados por Violación de Puerta, y por Destrucción de Normas, y por Ataque a Guardianes, y por Transgresiones Reiteradas, y por Haber Pernoctado en los Edificios de la Comarca sin Autorización, y por Sobornar a los Guardias con Comida.

—¿Y qué más? —dijo Frodo.

—Con esto basta para empezar —dijo el Jefe de los Oficiales de la Comarca.

—Si usted quiere, yo podría agregar algunos motivos más —dijo Sam—. Por Insultar al Jefe, por Tener Ganas de Estamparle un Puñetazo en la Facha Granujienta, y por Pensar que los Oficiales de la Comarca parecen una tropilla de Fantoches.

—Oiga, don, ya basta. Por orden del Jefe tienen que acompañarnos sin chistar. Ahora los llevaremos a Delagua y los entregaremos a los Hombres del Jefe; y cuando él se haya ocupado del caso, podrán decir lo que tengan que decir. Pero si no quieren quedarse en las Celdas demasiado tiempo, yo si fuera ustedes pondría punto en boca.

Ante la decepción de los Oficiales de la Comarca, Frodo y sus compañeros estallaron en carcajadas.

—¡No sea ridículo! —dijo Frodo—. Yo voy a donde me place, y cuando se me da la gana. Y da la casualidad que ahora iba a Bolsón Cerrado por negocios, pero si insisten en acompañarnos, bueno, es asunto de ustedes.

—Muy bien, señor Bolsón —le dijo el jefe, empujando hacia un lado la barrera—. Pero no olvide que está bajo arresto.

—No lo olvidaré —dijo Frodo—. Jamás. Pero quizá pueda perdonarlo. Y ahora, porque no pienso ir más lejos por hoy, si tiene la amabilidad de escoltarme hasta El Leño Flotante, le quedaré muy agradecido.