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El Señor Mantecona sacudió la cabeza.

—Que haya un poco de gente decente y respetable en los caminos, no hará mal a nadie —dijo—. Pero no queremos más chusma ni rufianes. Y no queremos más intrusos en Bree, ni cerca de Bree. Queremos que nos dejen en paz. No quiero ver acampar por aquí e instalarse por allá a toda una multitud de extranjeros que vienen a echar a perder nuestro país.

—Te dejarán en paz, Cebadilla —dijo Gandalf—. Hay espacio suficiente para varios reinos, entre el Isen y el Aguada Gris, o a lo largo de las costas meridionales del Brandivino, sin que nadie venga a habitar a menos de varias jornadas de cabalgata de Bree. Y mucha gente vivía antiguamente en el norte, a un centenar de millas de aquí, o más, en el otro extremo del Camino Verde: en las Quebradas del Norte o en las cercanías del Lago del Crepúsculo.

—¿Allá arriba, cerca del Muro de los Muertos? —dijo Mantecona, con un aire aún más dubitativo—. Dicen que es una región habitada por fantasmas. Sólo ladrones se atreverían a vivir allí.

—Los Montaraces van allí —dijo Gandalf—. El Muro de los Muertos, dices. Así lo han llamado durante largos años; pero el verdadero nombre, Cebadilla, es Fornost Erain, Norburgo de los Reyes. Y allí volverá el Rey, algún día, y entonces verás pasar alguna hermosa gente.

—Bueno, esto suena un poco más alentador, lo reconozco —dijo Mantecona—. Y será sin duda bueno para los negocios. Siempre y cuando deje en paz a Bree.

—La dejará en paz —dijo Gandalf—. La conoce y la ama.

—¿De veras? —dijo Mantecona, perplejo—. Aunque no me imagino cómo puede conocerla, sentado en ese alto trono, allá en ese inmenso castillo, a centenares de millas de distancia, y bebiendo el vino de un cáliz de oro, no me extrañaría. ¿Qué es para él El Poneyo un jarro de cerveza? ¡No porque mi cerveza no sea buena, Gandalf! Es excepcionalmente buena desde que viniste en el otoño del año pasado y le echaste una buena palabra. Y te diré que en medio de todos estos males, ha sido un consuelo, te diré.

—¡Ah! —dijo Sam—. Pero él dice que tu cerveza siempre es buena.

—¿Él dice?

—Claro que sí. Trancos. El jefe de los Montaraces. ¿No te ha entrado todavía en la cabeza?

Mantecona entendió al fin, y la cara se le transformó en una máscara de asombro: boquiabierto, los ojos redondos en la cara rechoncha, sin aliento.

—¡Trancos! —exclamó cuando pudo respirar otra vez—. ¡Él con corona y todo, y un cáliz de oro! Bueno, ¿dónde vamos a parar?

—A tiempos mejores, al menos para Bree —respondió Gandalf.

—Así lo espero, en verdad —dijo Mantecona—. Bueno, ha sido la charla más agradable que he tenido en un mes de días lunes. Y no negaré que esta noche dormiré más tranquilo y con el corazón aliviado. Ustedes me han traído en verdad muchas cosas en que pensar, pero lo postergaré hasta mañana. Estoy listo para acostarme, y no dudo que también ustedes se irán a dormir de buena gana. ¡Eh, Nob! —llamó, mientras iba hacia la puerta—. ¡Nob, camastrón!





”¡Nob! —se dijo en seguida, palmeándose la frente—. ¿Qué me recuerda esto?

—No otra carta de la que se ha olvidado, espero, señor Mantecona —dijo Merry.

—Por favor, por favor, señor Brandigamo, ¡no venga a recordármelo! Pero ahí tiene, me cortó el pensamiento. ¿Dónde estaba? Nob, caballerizas... Ah, eso era. Tengo aquí algo que les pertenece. Si se acuerdan de Bill Helechal y el robo de los caballos: el poney que ustedes le compraron, está aquí. Volvió solo, sí. Pero por dónde anduvo, ustedes lo sabrán mejor que yo. Parecía un perro viejo, y estaba flaco como una caña, pero vivo. Nob lo ha cuidado.

—¡Qué! ¡Mi Bill! —exclamó Sam—. Bueno, diga lo que diga el Tío, nací con buena estrella. ¡Otro deseo que se cumple! ¿Dónde está? —Y no quiso irse a la cama antes de haber visitado a Bill en el establo.

Los viajeros se quedaron en Bree el día siguiente, y el Señor Mantecona no tuvo motivos para quejarse de los negocios, al menos aquella noche. La curiosidad venció todos los temores, y la casa estaba de bote en bote. Por cortesía, los hobbits fueron a la Sala Común durante la velada y contestaron a muchas preguntas. Y como la gente de Bree tenía buena memoria, a Frodo le preguntaron muchas veces si había escrito el libro.

—Todavía no —contestaba—. Ahora voy a casa a poner en orden mis notas. —Prometió narrar los extraños sucesos de Bree, y dar así un toque de interés a un libro que al parecer se ocuparía sobre todo de los remotos y menos importantes acontecimientos del «lejano sur».

De pronto, uno de los más jóvenes pidió una canción. Y entonces hubo un silencio, y todos miraron al joven con enfado, y el pedido no fue repetido. Evidentemente nadie deseaba que algo sobrenatural ocurriera otra vez en la Sala Común.

Sin problemas durante el día, ni ruidos durante la noche, nada turbó la paz de Bree mientras los viajeros estuvieron allí; pero a la mañana siguiente se levantaron temprano, porque como el tiempo continuaba lluvioso deseaban llegar a la Comarca antes de la noche, y los esperaba una larga cabalgata. Todos los habitantes de Bree salieron a despedirlos, y estaban de mejor humor que el que habían tenido en todo un año; y los que aún no habían visto a los viajeros engalanados se quedaron pasmados de asombro: Gandalf con su barba blanca y la luz que parecía irradiar, como si el manto azul fuera sólo una nube que cubriera el sol; y los cuatro hobbits como caballeros andantes salidos de cuentos casi olvidados. Hasta aquellos que se habían reído al oírles hablar del Rey empezaron a pensar que quizá habría algo de verdad en todo aquello.

—Bien, buena suerte en el camino, y buen retorno —dijo el señor Mantecona—. Tendría que haberles advertido antes que tampoco en la Comarca anda todo bien, si lo que he oído es verdad. Pasan cosas raras, dicen. Pero una idea se lleva la otra, y estaba preocupado por mis propios problemas. Si me permiten el atrevimiento, les diré que han vuelto cambiados de todos esos viajes, y ahora parecen gente capaz de afrontar las dificultades con serenidad. No dudo que muy pronto habrán puesto todo en su sitio. ¡Buena suerte! Y cuanto más a menudo vuelvan, más halagado me sentiré.

Le dijeron adiós y se alejaron a caballo, y saliendo por la puerta del oeste se encaminaron a la Comarca. El poney Bill iba con ellos, y como antes cargaba con una buena cantidad de equipaje, pero trotaba junto a Sam y parecía satisfecho.

—Me pregunto qué habrá querido insinuar el viejo Cebadilla —dijo Frodo.

—Algo puedo imaginarme —dijo Sam, con aire sombrío—. Lo que vi en el Espejo: los árboles derribados y todo lo demás, y el viejo Tío echado de Bolsón de Tirada. Tendría que haber vuelto antes.

—Y es evidente que algo anda mal en la Cuaderna del Sur —dijo Merry—. Hay una escasez general de hierba para pipa.

—Sea lo que sea —dijo Pippin—, Lotho ha de andar detrás de todo eso, puedes estar seguro.