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Después de Calmacil, los Reyes recibieron el cetro adoptando nombres en lengua Númenóreana (o Adûnaica): Ar-Adûnakhôr, Ar-Zimrathôn, ArSakalthôr, Ar-Gimilzôr, Ar-Inziladûn. Inziladûn se arrepintió de la actitud de los Reyes y adoptó el nombre de Tar-Palantir, «El de Vista Penetrante». La hija de Inziladûn tuvo que haber sido la cuarta Reina, Tar-Míriel, pero el sobrino del Rey usurpó el cetro y se convirtió en Ar-Pharazôn el Dorado, último rey de los Númenóreanos.

En los días de Tar-Elendil, los primeros barcos de los Númenóreanos volvieron a la Tierra Media. La hija mayor de Tar-Elendil se llamaba Silmariën. El hijo de Silmariën fue Valandil, primero de los Señores de Andúnië en el oeste de la tierra, y fue renombrado por la amistad que lo unía a los Eldar. De él descendieron Amandil, el último señor, y su hijo Elendil el Alto.

El sexto Rey tuvo sólo una hija. Ella fue la primera Reina; pues fue entonces cuando se promulgó una ley para la casa real: el mayor de los hijos del Rey, cualquiera fuera su sexo, recibiría el cetro.

El reino de Númenor perduró hasta el término de la Segunda Edad, y su poder y esplendor crecieron de continuo; y hasta bien pasada la mitad de la Edad también crecieron la sabiduría y la dicha de los Númenóreanos. El primer signo de la sombra que habría de caer sobre ellos apareció en los días de Tar-Minastir, undécimo Rey. Él fue quien envió una gran fuerza en ayuda de Gil-galad. Amaba a los Eldar, pero los envidiaba. Los Númenóreanos se habían convertido por entonces en grandes marineros, habían explorado todos los mares hacia el este y empezaban a añorar las aguas prohibidas del Occidente; y cuanto más dichosa era su vida, tanto más deseaban la inmortalidad de los Eldar.

Además, después de Minastir, los Reyes se hicieron codiciosos, y buscaban la riqueza y el poder. En un principio los Númenóreanos habían llegado a la Tierra Media como maestros o amigos de los Hombres menos afortunados, afligidos por Sauron; pero luego sus puertos se convirtieron en fortalezas, y dominaron vastas tierras costeras. Atanamir y sus sucesores impusieron altos tributos, y los barcos de los Númenóreanos volvían cargados de botín.

Fue Tar-Atanamir quien primero habló abiertamente en contra de la Prohibición y declaró que la vida de los Eldar le pertenecía por derecho. Así, la sombra creció y el pensamiento de la muerte oscurecía el corazón de la gente. Entonces los Númenóreanos se dividieron: por una parte, estaban los Reyes y quienes los seguían, y se apartaron de los Eldar y los Valar; por la otra, unos pocos que se llamaron a sí mismos los Fieles. Vivían casi todos al oeste de la tierra.

Los Reyes y sus seguidores fueron abandonando poco a poco el empleo de las lenguas Eldarin; y por último el vigésimo Rey tomó un nombre real de la lengua Númenóreana, y se llamó a sí mismo Ar-Adûnakhôr, «Señor del Occidente». Esto les pareció a los Fieles de mal agüero, porque hasta entonces sólo le habían dado ese título a uno de los Valar, o al mismo Rey Antiguo 13. Y, en verdad, Ar-Adûnakhôr empezó a perseguir a los Fieles y a castigar a los que empleaban las lenguas élficas abiertamente; y los Eldar ya no fueron a Númenor.

No obstante, el poder y la riqueza de los Númenóreanos siguieron aumentando, pero la edad que alcanzaban fue decreciendo a medida que crecía el temor a la muerte, y la alegría los abandonó. Tar-Palantir intentó poner remedio al mal; pero era demasiado tarde, y en Númenor hubo rebelión y lucha. Cuando murió, su sobrino, jefe de la rebelión, se apoderó del cetro y se convirtió en el Rey Ar-Pharazôn. Ar-Pharazôn el Dorado fue el más orgulloso y poderoso de todos los Reyes, y no deseaba nada menos que llegar a gobernar el mundo.

Decidió desafiar a Sauron el Grande por el dominio de la Tierra Media; y por fin él mismo se hizo a la mar en un gran navío y desembarcó en Umbar. Tan grandes eran los Númenóreanos en poderío y esplendor que los propios servidores de Sauron lo abandonaron; y Sauron se humilló rindiendo honores y pidiendo clemencia.





Entonces Ar-Pharazón, en la locura de su orgullo, lo llevó como prisionero a Númenor. No transcurrió mucho tiempo antes de que Sauron hechizara al Rey y dominara a los consejeros y pronto cambió el corazón de todos los Númenóreanos, excepto los que quedaban de los Fieles, y los arrastró a la oscuridad.

Y Sauron le mintió al Rey, diciéndole que la vida sempiterna sería de quien se apoderara de las Tierras Imperecederas, y que la Prohibición había sido impuesta sólo para impedir que los Reyes de los Hombres superaran a los Valar. —Pero los grandes Reyes toman lo que les pertenece por derecho —dijo.

Por fin Ar-Pharazôn escuchó este consejo, porque sentía la mengua de sus días y el temor de la Muerte le impedía todo otro pensamiento. Preparó entonces las más grandes fuerzas que nunca hubiera visto el mundo, y cuando todo estuvo dispuesto, hizo resonar las trompetas y se hizo a la mar; y quebrantó la Prohibición de los Valar, yendo a hacer la guerra para arrancarles a los Señores de Occidente la vida sempiterna. Pero cuando Ar-Pharazôn puso pie en las costas de Aman la Bienaventurada, los Valar recurrieron al Único, y el mundo cambió. Númenor sucumbió y fue tragado por el Mar y las Tierras Imperecederas quedaron separadas para siempre de los círculos del mundo. Así llegó a su fin la gloria de Númenor.

Los últimos conductores de los Fieles, Elendil y sus hijos, escaparon de la Caída en nueve barcas llevando consigo un vástago de Nimloth y las siete Piedras Videntes (que los Eldar les habían regalado) 14; y fueron arrastrados por un huracán y arrojados a las costas de la Tierra Media. Allí establecieron en el noroeste los reinos Númenóreanos en el exilio, Arnor y Gondor 15. Elendil fue el Alto Rey y vivió en el norte, en A

Pero no era así. Sauron, por cierto, había sido atrapado en la destrucción de Númenor, y la forma corpórea en que había andado tanto tiempo pereció entonces; pero huyó a la Tierra Media como un espíritu de odio transportado por un viento oscuro. Le fue imposible recobrar otra vez una forma que pareciera adecuada a los ojos de los hombres y se volvió negro y espantoso, y de ahí en adelante sólo mediante el terror conservó su poder. Dominó nuevamente Mordor y se escondió allí por un tiempo en silencio. Pero mucha fue su cólera cuando se enteró que Elendil, a quien odiaba por sobre todos, se le había escapado y gobernaba ahora un reino fronterizo.

Por tanto, al cabo de un tiempo, hizo la guerra a los Exiliados, antes de que hubieran echado raíces. Orodruin irrumpió una vez más en llamas y recibió un nuevo nombre en Gondor: Amon Amarth, el Monte del Destino.

Pero Sauron atacó demasiado pronto, antes de haber recuperado su propio poder, mientras que el poder de Gil-galad había aumentado en su ausencia; y con la Última Alianza que se constituyó contra él, Sauron fue vencido y el Anillo Único le fue arrebatado 17. Así llegó a su término la Segunda Edad.