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Y cuando murió la pobre criatura en la primavera siguiente —al fin y al cabo ya tenía más de cien años—, Frodo se enteró, sorprendido y profundamente conmovido, de que le había dejado todo su dinero y el de Lotho para que ayudase a los hobbits a quienes las calamidades de la Comarca habían dejado sin hogar. Y así terminó aquella larga enemistad.

El viejo Will Pieblanco había estado encerrado en las Celdas más tiempo que todos, y aunque tal vez lo maltrataran menos, necesitaba comer mucho antes de volver a la alcaldía, y Frodo aceptó el cargo de Suplente hasta que el señor Pieblanco estuviese de nuevo en condiciones. Lo único que hizo durante su mandato fue reducir el número de los Oficiales de la Comarca, y limitarles las funciones a lo que era adecuado y normal. El cometido de echar del país a los últimos rufianes fue confiado a Merry y a Pippin, y cumplido rápidamente. Las pandillas que se habían refugiado en el sur, al tener noticias de la Batalla de Delagua, huyeron ofreciendo poca resistencia al Thain. Antes de Fin de Año los contados sobrevivientes quedaron cercados en los bosques, y aquellos que se rindieron fueron puestos en las fronteras.

Mientras tanto los trabajos de restauración avanzaban con rapidez y Sam estaba siempre ocupado. Los hobbits son laboriosos como las abejas, cuando la situación lo requiere y si se sienten bien dispuestos. Ahora había millares de manos voluntarias de todas las edades, desde las pequeñas pero ágiles de los jóvenes y las muchachas hasta las arrugadas y callosas de los viejos y aun de las abuelas. Para el Año Nuevo no quedaba en pie ni un solo ladrillo de las Casas de los Oficiales, ni de ningún edificio construido por los «Hombres de Zarquino»; pero los ladrillos fueron todos empleados en reparar numerosas cavernas antiguas, a fin de hacerlas más secas y confortables. Se encontraron grandes cantidades de provisiones, y víveres, y cerveza que los rufianes habían escondido en cobertizos y graneros y en cavernas abandonadas, especialmente en los túneles de Cavada Grande y en las viejas canteras de Scary. Y así, en las fiestas de aquel Fin de Año hubo una alegría que nadie había esperado.

Una de las primeras tareas que se llevaron a cabo en Hobbiton, antes aún de la demolición del molino nuevo, fue la limpieza de la Colina y de Bolsón Cerrado, y la restauración de Bolsón de Tirada. El frente del nuevo arenal fue nivelado y transformado en un gran jardín cubierto, y en la parte meridional de la colina excavaron nuevas cavernas y las revistieron de ladrillos. La Número Tres le fue restituida al Tío, quien solía decir, sin preocuparse de quiénes pudieran oírlo:

—Es viento malo aquel que no trae bien a nadie, como siempre he dicho, y es bueno lo que termina mejor.

Hubo algunas discusiones a propósito del nombre que le pondrían a la nueva calle. Algunos propusieron Jardines de la Batalla, otros Smials Mejores. Pero al cabo, con el buen sentido propio de los hobbits, le pusieron simplemente Tirada Nueva. Y no era más que una broma al gusto de Delagua el referirse a ella con el nombre de Terminal de Zarquino.

La pérdida más grave y dolorosa eran los árboles, pues por orden de Zarquino todos habían sido talados sin piedad a lo largo y a lo ancho de la Comarca; y eso era lo que más afligía a Sam. Sobre todo porque llevaría largo tiempo curar las heridas, y sólo sus bisnietos verían alguna vez la Comarca como había sido en los buenos tiempos.

De pronto un día (porque había estado demasiado ocupado durante semanas enteras para dedicar algún pensamiento a sus aventuras), se acordó del don de Galadriel. Sacó la cajita y la mostró a los otros Viajeros (porque así los llamaban ahora a todos) y les pidió consejo.

—Me preguntaba cuándo lo recordarías —dijo Frodo—. ¡Ábrela!

Estaba llena de un polvo gris, suave y fino, y en el medio había una semilla, como una almendra pequeña de cápsula plateada.

—¿Qué puedo hacer con esto? —dijo Sam.





—¡Echa el polvo al aire en un día de viento y deja que él haga el trabajo! —dijo Pippin.

—¿Dónde? —dijo Sam.

—Escoge un sitio como vivero, y observa qué les sucede a las plantas que están en él —dijo Merry.

—Pero estoy seguro de que a la Dama no le gustaría que me lo quedara yo solo, para mi propio jardín, habiendo tanta gente que ha sufrido y lo necesita —dijo Sam.

—Recurre a tu sagacidad y tus conocimientos, Sam —dijo Frodo—, y luego usa el regalo para ayudarte en tu trabajo y mejorarlo. Y úsalo con parsimonia. No hay mucho, y me imagino que todas las partículas tienen valor.

Entonces Sam plantó retoños en todos aquellos lugares en donde antes había árboles especialmente hermosos o queridos, y puso un grano del precioso polvo en la tierra, junto a la raíz. Recorrió la Comarca, a lo largo y a lo ancho, haciendo este trabajo, y si prestaba mayor cuidado a Delagua y a Hobbiton nadie se lo reprochaba. Y al terminar, descubrió que aún le quedaba un poco del polvo, y fue a la Piedra de las Tres Cuadernas, que es por así decir el centro de la Comarca, y lo arrojó al aire con su bendición. Y la pequeña almendra de plata, la plantó en el Campo de la Fiesta, allí donde antes se erguía el árbol; y se preguntó qué planta crecería. Durante todo el invierno, esperó tan pacientemente como pudo, tratando de contenerse para no ir a ver a cada rato si algo ocurría.

La primavera colmó con creces las más locas esperanzas de Sam. En su propio jardín los árboles comenzaron a brotar y a crecer como si el tiempo mismo tuviese prisa y quisiera vivir veinte años en uno. En el Campo de la Fiesta despuntó un hermoso retoño: tenía la corteza plateada y hojas largas y se cubrió de flores doradas en abril. Era en verdad un mallorn, y la admiración de todos los vecinos. En años sucesivos, a medida que crecía en gracia y belleza, la fama del árbol se extendió por todos los confines de la Comarca y la gente hacía largos viajes para ir a verlo; el único mallornal oeste de las Montañas y al este del Mar, y uno de los más hermosos del mundo.

Desde todo punto de vista, 1420 fue en la Comarca un año maravilloso. No sólo hubo un sol esplendente y lluvias deliciosas, en los momentos oportunos y en proporciones perfectas; una atmósfera de riqueza y de prosperidad, una belleza radiante, superior a la de esos veranos mortales que en esta Tierra Media centellean un instante y se desvanecen. Todos los niños nacidos o concebidos en aquel año, y fueron muchos, eran hermosos y fuertes, y casi todos tenían abundantes cabellos dorados, hasta entonces raros entre los hobbits. Hubo tal cosecha de frutos que los hobbits jóvenes nadaban por así decir en fresas con crema; e iban luego a sentarse en los prados a la sombra de los ciruelos y comían hasta que los huesos de las frutas se apilaban en pequeñas pirámides, o como cráneos amontonados por un conquistador, y así continuaban. Y ninguno se enfermaba, y todos estaban contentos, excepto aquellos que tenían que segar los pastos.

En las viñas de la Cuaderna del Sur pesaban los racimos, y la cosecha de «hoja» fue asombrosa; y hubo tanto trigo que para la Siega todos los graneros estaban abarrotados. La cebada de la Cuaderna del Norte fue tan excelente que la cerveza de 1420 quedó grabada en la memoria de todos durante largos años, y llegó a ser un dicho proverbial. Y así una generación más tarde no era raro que un viejo campesino al dejar el pichel sobre la mesa de una taberna, luego de beber una pinta de cerveza bien ganada, exclamara con un suspiro: —¡Ah, ésta sí que era una auténtica catorce veinte!