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En fin, Jeanie se sirvió otro vaso de whisky, me preguntó mi nombre y en qué habitación estaba. Le dije que vivía por los pisos de arriba y que sólo quería tomar un trago con alguien.

– Te vi una noche en el bar Clamber hace cerca de una semana -dijo- estabas muy divertido, tenías a todo el mundo riéndose, invitabas a beber a todos.

– No recuerdo.

– Yo sí me acuerdo. ¿Te gusta mi camisón?

– Sí.

– ¿Por qué no te quitas los pantalones y te pones más cómodo?

Lo hice y me volví a sentar en la cama con ella. Todo pasó muy despacio. Recuerdo estar diciéndole que tenía unas tetas muy bonitas y luego estaba chupándole una. Luego me di cuenta de que estábamos metidos en el ajo. Yo estaba encima. Pero algo no funcionó bien. Me eché a un lado.

– Lo siento -dije.

– No pasa nada -dijo- me sigues gustando.

Nos sentamos y nos acabamos el whisky, hablando vagamente.

Entonces se levantó y apagó las luces. Yo me sentí muy triste y me metí en la cama pegado a su espalda. Jeanie estaba caliente, llena, y yo podía sentir su respiración, y podía sentir su pelo contra mi cara. Mi pene comenzó a levantarse y yo se lo apoyé en el trasero. Ella se movió y lo guió hacia dentro.

– Ahora -dijo- ahora, eso es…

Estuvo muy bien de ese modo, largo y agradable, luego acabamos y nos dormimos.

Cuando me desperté ella seguía durmiendo. Me levanté y empecé a vestirme. Estaba completamente vestido cuando ella se volvió y me miró:

– Otra vez antes de que te vayas.

– De acuerdo.

Me desnudé otra vez y me metí en la cama. Se volvió de espaldas y lo hicimos de nuevo, del mismo modo. Luego de que yo llegara al orgasmo, ella siguió dándome la espalda.

– ¿Volverás aquí a verme? -me preguntó.

– Por supuesto.

– ¿Vives arriba?

– Sí, en la 309. Puedo venir a verte o tú puedes ir a verme.

– Prefiero que vengas tú a verme -dijo.

– De acuerdo -dije-. Me vestí, abrí la puerta, salí y la cerré. Caminé hacia la escalera, subí, monté en el ascensor y apreté el botón número 3.

Fue cerca de una semana después, una noche, bebiendo vino con Marty. Hablábamos de cosas varias sin importancia y entonces dijo:

– Cristo, me siento como un idiota.

– ¿Otra vez?

– Sí. Mi chica, Jeanie. Te hablé de ella.

– Sí. La que vive en el sótano. Estás enamorado de ella.

– Sí. Pues la han echado del sótano. Ni siquiera podía pagar el alquiler del sótano.

– ¿Y adonde ha ido?

– No sé. Se ha ido. Me enteré de que la habían echado. Nadie sabe lo que hizo después, adonde fue. Fui a la reunión de Alcohólicos Anónimos y no estaba allí. Me siento mal, Hank, me siento muy mal. Yo la quería. Voy a perder la cabeza.

Yo no contesté.

– ¿Qué puedo hacer, tío? Estoy completamente desquiciado…

– Bebamos por su suerte, Marty, por su buena suerte.

Bebimos un gran trago por ella.

– Era magnífica, Hank, tienes que creerme, era magnífica.

– Te creo, Marty.

Una semana más tarde echaron a Marty por no pagar el alquiler y yo conseguí un trabajo en un matadero. Había un par de bares mexicanos cruzando la calle. Me gustaban esos bares mexicanos. Después del trabajo, yo olía a sangre, pero allí a nadie le importaba. No era hasta que subía en el autobús de vuelta a casa que las narices empezaban a arrugarse y la gente me miraba como a un sucio diablo y yo comenzaba a sentirme otra vez como un salvaje. Eso ayudaba.

Hombre mazo

Ro

A Ro

De todas formas, un hombre necesita una mujer de vez en cuando, pensó, si más no para probarse a sí mismo que puede conseguirla. El sexo era algo secundario. No había un mundo de amantes, ni nunca lo habría.

7:20. Se volvió hacia ella para pedirle otra cerveza. Ella se acercó sonriendo, la cerveza delante de sus tetas. Uno no podía evitar que le gustara mientras se acercaba de ese modo.

– ¿Te gusta trabajar aquí? -le preguntó él.

– Oh, sí, conozco a muchos hombres.

– ¿Buenos tipos?

– Buenos y de los otros.



– ¿Cómo puedes clasificarlos?

– Lo puedo saber sólo con mirarlos.

– ¿Qué clase de hombre soy yo?

– Oh -se rió- usted es bueno, por supuesto.

– Te has ganado la propina -dijo Ro

7:25. Ellos dijeron a las 7. Levantó la vista. Allí estaba Curt. Traía al tío con él. Se acercaron y se sentaron a su lado. Curt despotricaba contra un lanzador de béisbol, pidió una jarra de cerveza.

– Los Rams son peores que la mierda -dijo Curt-. Me han costado más de 500 dólares esta temporada.

– ¿Crees que Prothro está acabado?

– Sí, ya no es nadie -dijo Curt-. Ah, éste es Bill. Bill, éste es Ro

Se estrecharon las manos. La camarera llegó con el jarro.

– Caballeros -dijo Ro

– Ah -dijo Bill.

– Ah, sí -dijo Curt.

La camarera se rió y se fue.

– Es buena cerveza -dijo Ro

– No querrás emborracharte -dijo Curt.

– ¿Es de fiar? -preguntó Bill.

– Tiene las mejores referencias -contestó Curt.

– Mira -dijo Bill- no quiero comedias. Es mi dinero.

– ¿Cómo sé yo que no es usted un cochino poli? -preguntó Ro

– ¿Cómo sé yo que no te vas a largar con los 25.000 dólares?

– Tres de los grandes.

– Curt dijo dos y medio.

– Lo acabo de subir. No me gusta usted.

– A mí tampoco me preocupa mucho tu culo. Y tengo la suficiente inteligencia como para no seguir hablando contigo.

– Seguirá. Usted solo nunca se atrevería a hacerlo.

– ¿Sueles hacer estas cosas a menudo?

– Sí. ¿Y usted?

– Está bien, caballeros -dijo Curt- a mí no me interesan sus disputas. Yo quiero mi billete grande por el contrato.

– Tú eres el que mejor sales, Curt -dijo Bill.

– Sí -dijo Ro

– Cada hombre es experto en sus propios asuntos -dijo Curt encendiendo un cigarrillo.

– Curt, ¿cómo sé que este tío no va a largarse con los tres grandes?

– No lo hará, porque si lo hace no podrá volver a trabajar. Y es el único trabajo que sabe hacer.

– Eso es horrible -dijo Bill.

– ¿Qué tiene de horrible? Tú lo necesitas ¿no?

– Bueno, sí.

– Otras personas también necesitan de él. Dicen que cada hombre es bueno para una cosa. El es bueno para esto.

Alguien metió una moneda en la máquina de discos y ellos se quedaron un rato en silencio, oyendo la música y bebiendo cerveza.

– Me gustaría de verdad darle a esa rubia -dijo Ro

– A mí también me gustaría -dijo Curt- si lo tuviera.

– Vamos a pedir otro jarro -dijo Bill-. Estoy nervioso.

– No hay porqué preocuparse -dijo Curt. Se volvió para pedir otro jarro de cerveza-. Esos 500 dólares que he perdido con los Rams, los recuperaré con los caballos en Anita. Lo abren el 26 de diciembre y yo estaré allí.

– ¿Va a correr Shoe en la apertura? -preguntó Bill.

– No he leído los periódicos, pero supongo que correrá. No puede dejar de participar en una sola carrera. Lo lleva en la sangre. Es un gran caballo.

– Longden no corre -dijo Ro