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– Y ahora, hijo mío, vamos a tu casa. Tengo que reponer fuerzas. Unos cuantos bistecs con patatas y estaré de nuevo fuerte. He comido tanto alimento para perros que tengo miedo de ponerme a ladrar en cualquier momento.

Salimos fuera, montamos en el coche y lo llevé a casa. Cuando entramos, Fio estaba todavía sentada en la cocina bebiendo whisky. Le freí un huevo con tocino para empezar y nos sentamos al lado de Fio.

– Tu amigo es un guapo diablo -me dijo.

– El pretende ser el diablo -dije yo.

– Hace mucho tiempo -dijo él- que no he tenido un buen cacho de mujer en mis manos.

Se inclinó y le dio a Fio un largo beso. Cuando terminó, ella parecía en estado de shock.

– Ese fue el beso más cálido que me han dado en la vida -dijo ella- y me han dado unos cuantos.

– ¿De verdad? -preguntó él.

– Si haces el amor igual que besas, puede ser demasiado. ¡Simplemente demasiado!

– ¿Dónde está el dormitorio? -preguntó él.

– Sólo tienes que seguir a la señora -contesté.

Siguió a Fio al dormitorio y yo me serví un gran vaso de whisky.

Nunca en mi vida había oído gritos y gemidos como ésos, y la cosa duró unos buenos cuarenta y cinco minutos. Luego él salió solo, se sentó y se sirvió un trago.

– Hijo mío -me dijo- aquí tienes una mujer de las buenas.

Se fue hacia la salita y se tumbó en el sofá, se estiró y se quedó dormido. Yo entré en el dormitorio, me desnudé y me metí en la cama junto a Fio.

– Dios mío -dijo ella-. Dios mío, no lo puedo creer. Me puso en el cielo y el infierno.

– Sólo espero que no prenda fuego al sofá -dije.

– ¿Quieres decir que se duerme fumando? -Olvídalo.

Bueno, el tío empezó a hacerse el amo. Yo tuve que dormir en el sofá. Tuve que escuchar a Fio gritando y gimiendo en el dormitorio todas las noches. Un día, mientras Fio estaba de compras y nosotros estábamos bebiendo una cerveza en la mesita de la cocina, tuve unas palabras con él.

– Escucha -le dije- a mí no me importa ayudar a alguien a salir de un encierro pero ahora he perdido mi cama y mi mujer y voy a tener que pedirte que te vayas.

– Creo que me voy a quedar aquí por algún tiempo, hijo mío, tu señora es una de las mejores piezas que he tenido nunca.

– Mira, tío -le dije- no me hagas tomar medidas extremas para sacarte de aquí.

– ¿Un chico duro, eh? Bueno, mira, chico duro, tengo que darte una pequeña noticia. Mis poderes sobrenaturales han vuelto. Si tratas de joderme te vas a quemar los cojones. ¡Mira!

Teníamos un perro. Old bones; no era muy noble, pero ladraba por la noche, era un buen perro guardián. Bueno, él apuntó con su dedo a Old bones, el dedo hizo una especie de sonido chasqueante, se hinchó y una fina línea de fuego surgió en dirección a Old bones. El perro se quedó rígido y con el pelo erizado, y entonces desapareció. Ya no estaba allí. No había ni huesos, ni cenizas, ni siquiera ningún olor. Sólo aire.

– De acuerdo, hombre -le dije-. Puedes quedarte aquí un par de días más, pero luego tendrás que irte.

– Fríeme un buen filete -dijo- estoy hambriento, y me temo que mis reservas de esperma están disminuyendo notablemente.

Me levanté y eché un filete en la sartén.

– Hazme algunas patatas fritas para acompañarlo -dijo- y unas rodajas de tomate. Café no, no quiero. Ando con insomnio. Sólo me tomaré un par de cervezas más.

Cuando le estaba sirviendo la comida, Fio regresó.

– Hola, amor mío -dijo ella-. ¿Cómo estás?

– Muy bien -contestó-. ¿No tenéis algo de catsup?

Yo salí afuera, subí al coche y me fui hacia la playa.

Bueno, el tío de la barraca ahora tenía un nuevo diablo. Pagué mi cuarto y entré. Este diablo era muy poca cosa. La pintura roja que le habían pulverizado le estaba matando, y se estaba bebiendo una botella para no volverse loco. Era un tipo grande y fuerte, pero no tenía ninguna cualidad demoníaca en especial. Yo era uno de los pocos clientes. Había más moscas que personas allí dentro.

El charlatán de la entrada se me acercó:

– Me estoy muriendo de hambre desde que me robaste al verdadero. Supongo que lo exhibirás ahora en algún sitio, ¿no?

– Escucha -le dije-, daría cualquier cosa por poder devolvértelo. Yo sólo trataba de ser una buena persona.

– ¿Ya sabes lo que les pasa a las buenas personas en este mundo, no?



– Sí, acaban recorriendo la Séptima Avenida y Broadway vendiendo gacetillas.

– Mi nombre es Ernie Jamestown -dijo-, cuéntamelo todo. Tengo una habitación ahí en la parte trasera.

Seguí a Ernie a la habitación. Entramos. Su mujer estaba sentada en la mesa bebiendo whisky. Levantó la mirada y me vio.

– Escucha, Ernie, si este bastardo va a ser el nuevo diablo, es mejor olvidarlo todo. Para eso es lo mismo presentar un triple suicidio -dijo.

– Tranquilízate -dijo Ernie- y pasa la botella.

Le conté a Ernie todo lo que había pasado. El escuchó con atención y luego dijo:

– Yo puedo quitártelo de encima. El tiene debilidades, dos debilidades esenciales: la bebida y las mujeres. Y otra cosa. No sé cómo ocurre, pero cuando está encerrado, como lo estaba en la celda de los borrachos o en la jaula de ahí fuera, pierde sus poderes sobrenaturales. Bien, vamos a sacarlo de tu casa.

Ernie se fue hacia el armario y sacó un manojo de cadenas y candados. Entonces cogió el teléfono y llamó a una tal Edna Hemlock. Edna nos esperaría dentro de veinte minutos en la esquina del bar Woody's. Ernie y yo subimos a mi coche, paramos a comprar dos botellas de whisky en el almacén de licores, recogimos a Edna, y nos fuimos hacia mi casa.

Seguían en la cocina. Estaban monteándose como locos. Pero tan pronto como vio a Edna, el diablo se olvidó por completo de mi señora. La tiró fuera como a un par de medias rotas. Edna tenía de todo. Sus padres no habían cometido ni un solo error al concebirla.

– ¿Por qué no bebéis los dos un poco y os conocéis mejor? -dijo Ernie poniendo un gran vaso de whisky delante de cada uno.

El diablo miró a Ernie.

– Eh, madre, tú eres el tío que me metió en la jaula, ¿no?

– Bah, olvídalo -dijo Ernie- lo pasado, pasado.

– ¡Y un cuerno! -Le apuntó con su dedo y la línea de fuego surgió hacia Ernie; al instante ya no estaba allí.

Edna sonrió y cogió su whisky. El diablo hizo un gesto, cogió su vaso y se lo bebió de un trago.

– ¡Magnífico! -dijo-. ¿Quién lo compró?

– Ese hombre que acaba de dejar la habitación hace un momento -dije.

– Oh.

El y Edna se sirvieron otro trago y empezaron a devorarse con los ojos. Entonces mi señora le dijo:

– ¡Aparta tus ojos de esa zorra!

– ¿Qué zorra?

– ¡Ella!

– Tú bebe y cállate.

Señaló con el dedo a mi señora, hubo un pequeño chisporroteo y mi señora desapareció. Entonces me miró:

– ¿Y tú qué tienes que decir?

– Oh, yo soy el tío que te llevó las tenazas corta-alambres, ¿recuerdas? Estoy aquí para hacer los recados, traer las toallas y todo eso…

– Es agradable volver a disponer de mis poderes sobrenaturales.

– Sí, son muy útiles -dije yo- en cualquier caso, tenemos problemas de superpoblación…

Estaba comiéndose a Edna con los ojos. Estaba tan ciego que pude coger una de las botellas de whisky sin que se enterase. Agarré la botella, salí, subí a mi coche y regresé a la playa.

La mujer de Ernie seguía sentada en la habitación trasera. Se alegró al ver la botella. Serví dos vasos.

– ¿Quién es el tío que tenéis ahora encerrado en la jaula? -pregunté.

– Oh, es del equipo de rugby de la universidad. Trata de ganarse un poco de dinero.

– Tienes unos pechos muy bonitos -le dije.

– ¿De verdad? Ernie nunca me dice nada de mis pechos.

– Bebe. Es un whisky muy bueno.

Me acerqué hasta sentarme a su lado. Tenía unos muslos macizos y magníficos. Cuando la besé, no se resistió.