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Cuando el coche se detuvo, nos miró.

— ¿Qué haríais si diese la orden de lanzar a Omega lejos de la costa?

— Pero el doctor Weis dijo…

— No me importa lo que dijera o lo que haga después. ¡Podemos detener a Omega!.

Barney se volvió y me miró.

— Ted… yo siempre puedo volver a Hawai y ayudar a mi padre a conquistar su vigésimo millón. Pero ¿y tú, qué? Weis puede acabar con tu carrera permanentemente. ¿Y qué será de Barney y del resto del personal del Proyecto?

— La responsabilidad es mío. Weis no se preocupará por los otros miembros. Y a mi me importa muy poco lo que haga… No puedo quedarme sentadito como si fuese un tonto y dejar que ese huracán sigo su camino. Tengo que ajustarle las cuentas al Omega.

— ¿Sin pensar en lo que te costará?

Asintió muy serio.

— Sin pensar en nada. ¿Estáis conmigo?

— Me parece que estoy tan loco como tú — le oí decir -. Hagámoslo.

Salimos del coche y subimos hasta el centro de control. Cuando el personal empezó a arremolinarse en nuestro torno, Ted alzó los brazos reclamando silencio.

— Escuchen ahora… el proyecto THUNDER está muerto. Tenemos que efectuar un trabajo de reconformar el tiempo. Vamos a empujar a ese huracán hacia el mar.

Luego empezó a dar órdenes como si hubiese estado ensayando toda su vida la llegada de este instante.

Cuando me dirigí hacia mi cabina, Barney me cogió del brazo.

— Jerry, pase lo que pase después, gracias por ayudarle.

— Somos cómplices — dije -. Antes, durante y después del hecho.

Sonrió.

— ¿Crees que yo seria capaz de mirar una nube en el cielo si tú no hubieses accedido a ayudarle en esto?

Antes de que pudiera pensar en una respuesta, ella dio media vuelta y se dirigió a la sección de computadores'.

Apenas teníamos treinta y seis horas antes de que Omega azotase la costa de Virginia y se encaminase hacia Washington subiendo por Chesapeake Bay. Treinta y seis horas para manipular el tiempo por todo el continente norteamericano.

A las tres horas, Ted nos tenía en torno a su escritorio, sosteniendo en la mano derecha un grueso fajo de notas.

— No es tan mala la cosa como podría haberlo sido — nos dijo, gesticulando hacia la pantalla trazadora -. Este gran Anticiclón, posado cerca de los Grandes Lagos, es una masa de aire frío y seco que puede formar una pantalla por toda la Costa Este, si podemos hacerlo cambiar de posición. Tuli, ésa es tu tarea.

Tuli asintió con los ojos brillantes de emoción.

— Barney, necesitaremos predicciones exactas para cada parte del país, aun cuando se necesite emplear todos los computadores del Departamento de Meteorología para proporcionárnoslas.

— De acuerdo, Ted.

— Jerry, las comunicaciones son la clave. Ponte en contacto con toda la nación encargada de este servicio. Y vamos a necesitar aviones, cohetes, incluso quizás hondas. Pon la pelota en marcha antes de que Weis descubra lo que maquinamos.

— ¿Qué hay de los canadienses? También estarás afectando su tiempo.

— Comunícate con ese individuo de enlace del Departamento de Estado y dile que el Departamento Meteorológico canadiense se ponga en contacto con nosotros. Sin embargo, al enlace no le expliques para qué.

— Es sólo cuestión de tiempo que Washington se entere — dije.

— La mayor parte de lo que tengamos que hacer es preciso realizarlo esta noche. Para cuando despierten, mañana por la mañana, ya estaremos lanzados.

Las velocidades centrales del viento en Omega habían ascendido a ciento veinte nudos al caer la tarde y seguían subiendo. Mientras el huracán marchaba hacia la costa, su furia aullante casi quedaba conjuntada por el estrépito de la acción en nuestro centro de control. No comimos, no dormimos. ¡Trabajamos!

Una media docena de satélites militares armados con lasers empezaron a lanzar torrentes de energía en zonas señaladas por las órdenes de Ted. Sus dotaciones habían sido alertadas semanas antes para cooperar con lo que les pidiese el Proyecto THUNDER y Ted y otros miembros de nuestro personal técnico les instruyeron antes de que comenzase la temporada de huracanes. Escuadrillas de aviones despegaron para sembrar productos químicos a todo lo largo de Long Island, en donde habíamos creado una célula débil tormentosa, en un vano intento de dirigir al Omega. Ted quería que la baja presión se profundizase, se intensificase… un agujero de presiones inferiores en el que el Anticiclón de los Grandes Lagos pudiera resbalar.

— intensificar la baja hará que Omega entre más deprisa también — destacó Tuli.

— Lo sé — fue la respuesta de Ted -. Pero los números están de nuestra parte, creo. Además, cuanto más deprisa se mueva Omega, menos posibilidades tiene de recuperar o fomentar las altas velocidades del viento.

A las diez de la noche habíamos pedido y recibido un análisis espacial del Centro Meteorológico Nacional, en Maryland. Indicaba que deberíamos desviar ligeramente la corriente en chorro, puesto que controlaba los sistemas de flujo de aire superior por toda la nación. Pero ¿cómo se desvía un río que tiene casi quinientos kilómetros de ancho, seis y medio de profundidad y que corre a lo largo de su rumbo a más de cuatrocientos ochenta kilómetros por hora?

— Se necesitaría una bomba de cien megatones — dijo Barney -, explotando a veinticinco kilómetros de altura por encima de Salt Lake City.

Ted por poco se ríe.

— Las N. U. necesitaron sólo un año para tenerla en su orden del día. Por no mencionar los ciudadanos soberanos de Utah y de otros puntos al este.

— Entonces, ¿qué hacemos?

Ted cogió la cafetera que tenía sobre el escritorio y se sirvió una taza de humeante liquido negro.

— El aire en chorro es una viva capa entre la tropopausa polar y de latitud media — murmuró, más para sí que para cualquiera de nosotros -. Si se refuerza el aire polar, debería empujar a la corriente en chorro hacia el sur…

Tomó un precavido chorro de café caliente.

— Tuli, ya estamos moviendo al anticiclón hacia el sur con respecto a los Grandes Lagos. ¿Qué tal mover una mayor masa polar desde el Canadá para que empuje a la corriente en chorro lo bastante como para que nos ayude?

— No tenemos suficientes tiempo y equipo para operar en Canadá — dije -. Y necesitaríamos permiso de Ottawa.

— ¿Y por qué no invertir el procedimiento? — preguntó Tuli -. Podríamos encoger el Anticiclón del desierto sobre Arizona y Nuevo Méjico ligeramente y la corriente en chorro se moverla hacia el sur.

Ted frunció las cejas.

— ¿Te parece que puedes lograrlo?

Necesitaré unos cuantos cálculos.

— Está biena la tarea.

A la mañana siguiente, en Boston, la gente que se habla ido a la cama con una predicción meteorológica de "calor, pocas nubes", despertó en medio de una lluvia del noreste muy fría. La baja que se intensificó durante la noche sorprendió a los encargados de las predicciones locales. La oficina en Boston del Departamento Meteorológico emitió predicciones corregidas durante toda la mañana. Mientras la pequeña tormenta lluviosa se marchaba, el anticiclón de los Grandes Lagos entró entonces y causó una serie de frentes de chubascos y por último logró el sol romper por entre las nubes. El aire frío del anticiclón hizo que las temperaturas locales bajasen más de diez grados en una hora. Para los ignorantes habitantes de Nueva Inglaterra, aquél fue, simplemente, otro día extraño, algo más azorador que la mayoría de los pasados.

El doctor Weis telefoneó a las siete y media de la mañana.

— ¿Marrett, ha perdido el juicio? ¿Qué cree que está haciendo? Le dije…

— No puedo charlar ahora, tenemos trabajo — repuso Ted.

— Mañana tendrá mi piel. Yo mismo se la llevaré. Pero primero voy a descubrir si tengo razón o me equivoco.

El Consejero Científico se volvió púrpura.

— Voy a enviar una orden a todas las instalaciones del Gobierno para que cesen…