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El día en que estaba señalado para la aparición del doctor Rossman ante el Comité, por casualidad, Tuli y yo visitamos a Ted en su cubil de Climatología. Y fue una suerte.

Barney vino para ver la sesión en el televisor de Ted. El doctor Rossman, con expresión amarga e infeliz, prefirió estar de acuerdo con el comandante Vincent en toda la línea. Las necesidades militares para el control del tiempo eran en extremo importantes, dijo. Posiblemente tan importantes como la necesidad militar de poseer proyectiles dirigidos y estaciones espaciales. La División de Climatología, dijo con la máxima claridad, estaba dispuesta a satisfacer los deseos del Pentágono.

Ted se alzó de su silla como si fuese a destrozar el televisor.

— ¡Se ha vendido! ¡Se imaginó que Weiss no puede vencer al Pentágono, así que se alinea con Vincent.

— No, espera, Ted. Quizá…

— ¡Sabe que me opongo al juego militar — exclamó Ted furioso — Trata de desembarazarse de mi respaldándoles!

Nada pudimos hacer por calmarle. Tuvimos la suerte de impedir que saltase al próximo tren subterráneo y se presentara en el local donde se celebraba la sesión del Comité, esgrimiendo una espada llameante.

Aquella noche nos llevamos a Ted a cenar y nos quedamos con él hasta bien entrada la madrugada. El doctor Barneveldt debía aparecer ante el Comité al día siguiente y esto fue lo único que consiguió calmarle. Pasó una hora en el teléfono conversando con el doctor Barneveldt, que estaba en su habitación de Washington, dándole instrucciones de última hora sobre el Proyecto THUNDER.

Tul se fue derecho a Climatología con Ted, al día siguiente, y se aseguró de llegar a tiempo para la teleemisión de la sesión.

Incluso en la pantallita del televisor portátil se podía advertir que el doctor Barneveldt impresionaba sin duda a los miembros del Comité. Su Premio Nobel le habla servido de tarjeta de presentación, y cuando se sentó ante la mesa de los testigos, teniendo delante una batería de micrófonos, era la idea misma que los congresistas tenían de un científico. Pareció advertirle, porque representó su papel con la máxima eficacia.

Después de asentir en que las aplicaciones militares del control del tiempo eran importantísimas, el doctor Barneveldt continuó diciendo:

— Pero también son igualmente importantes… no, mucho más… las necesidades de este nuevo conocimiento en tiempos de paz, para el mundo civil. Seria una lástima que las necesidades a corto plazo de los militares oscureciesen los beneficios a largo alcance que puede producir a la humanidad el control del tiempo. Si el hombre logra controlar el tiempo meteorológico, podrá incluso impedir que se produzcan causas de guerra. La pobreza, la enfermedad, el hambre… todas estas cosas quedan inmensamente influenciadas por el clima y el tiempo. Imagínense un mundo en donde no falte el agua, en donde las cosechas florezcan cada año, en donde las inundaciones desastrosas y las tormentas sean cosa del pa…

Jim Oe

— ¿Puede hacerse eso ahora?

El doctor Barneveldt dudó dramáticamente. Parecía estar disfrutando de la atención de las cámaras de televisión.

— Es posible comenzar a trabajar hacia esa meta. Algunos de mis colegas, de la División de Climatología y en otras partes, por ejemplo, han evolucionado una técnica que posiblemente podría impedir que los huracanes amenazasen nuestras costas…

El resto se perdió en la estampida de los periodistas hacia los teléfonos. Al caer la tarde el Proyecto THUNDER era la máxima noticia científica desde los aterrizajes en la Luna. Pero se trataba de una historia de Washington: el doctor Weis y el doctor Barneveldt eran los "expertos". Ted y el resto de nosotros nos quedamos en Boston, agradecidos por excepción de que Rossman nos hubiese mantenido fuera de la mirada del público.



Las audiencias del Comité de Ciencia siguieron durante semanas, pero resultó claro que el Proyecto THUNDER había alcanzado por lo menos una posición igual al plan del comandante Vincent para un programa militar de control del tiempo. La mayor parte de los congresistas mostró pruebas de que quería ambas cosas: el proyecto militar y el civil.

En efecto, el Comité dejó el problema surgido entre el Pentágono y THUNDER en manos de la Administración, que es lo que deseaba precisamente el doctor Weis, puesto que era consejero de la Casa Blanca en asuntos científicos y técnicos. Así que no nos pilló de sorpresa cuando, a principios de marzo, el doctor Weis nos invitó a Ted y a mí a su despacho en la Casa Blanca.

ciclogénesis: el nacimiento de una tormenta. Mézclese a partes iguales aire húmedo marítimo y aire frígido polar. Agítese bien en sentido contrario al movimiento de las agujas del reloj. Celóquese la tempestad ciclónica sobre cabo Hatteras a primeros de marzo y vigílese con atención. Obedeciendo la lógica del impulso de la energía solar, la rotación de la tierra, les vientos y las aguas en las zonas de su alrededor, la tempestad se muevo hacia el norte siguiendo la costa Atlántica. En las Carolinas deja caer lluvia congelada y escarcha, pero cuando penetra en Virginia un suministro mayor de aire polar, que viene por su cuenta, las precipitaciones se convierten en enormes y húmedos copes de nieve. Washington queda enterrado en blanco, mientras que, más al norte, en Filadelfia, Nueva York y Boston, ejércitos do hombres y máquinas empiezan su lucha en masa contra la nieve y esperan poder impedir que sus ciudades queden paralizadas por la ventisca que crece por momentos.

Cuando Ted y yo tomamos el tren subterráneo en Boston, el cielo estaba todavía claro. Pero sabíamos que Washington se encontraría en mitad de la ventisca mientras llegábamos a la estación terminal. Incluso subterráneamente se podían advertir los efectos del tiempo: las gente atestaba el terminal de la capital, llegando tarde al trabajo, trastornada, muchos con aspecto colérico. Los que bajaban por las escaleras mecánicas desde la calle tenían los hombros y los sombreros llenos de espesos copos de nieve. Las botas dejaban regueros húmedos por doquier. Una de las aceras rodantes subterráneas estaba atestada de gente.

Ted insistió en salir al exterior y caminar las pocas manzanas entre la terminal y la Casa Blanca. No se veía nada en las calles de la ciudad; incluso las aceras rodantes de superficie estaban desconectadas. Los pocos peatones que forcejeaban para caminar tenían que inclinarse casi hasta la cintura para resistir el fuerte viento. La nieve era espesa y pesada bajo las botas y al cabo de medio minuto tenía yo un frío que me llegaba hasta los huesos… penetrando incluso por mi recio abrigo, botas, guantes y sombrero de piel.

Pero a Ted le gustaba.

¡Con un par de compañías de esquiadores podríamos ocupar el Gobierno.

— A ti te lo dejo murmuré desde detrás del cuello de mi abrigo subido. No me gustan los días así.

— No te preocupes, todo pasará dentro de una hora, poco más o menos. Soplará viento norte. Volveremos a encontrarnos con la ventisca en Boston otra vez, esta noche.

— Perfecto cronometraje.

El despacho del doctor Weis era una habitación espaciosa y ventilada en la zona de la Casa Blanca reservada a los ejecutivos, con ventanales franceses que daban al jardín, ahora oculto por la nieve de la ventisca.

— Por lo menos aquí se está caliente — dijo mientras nos señalaban un par de sillas -. ¡Ustedes dos tienen el aspecto de haber venido a pie desde Boston!

— Si, esa sensación tengo yo — respondí.

Ted soltó la carcajada.

— Quiero darles un informe de primera mano de a situación en que estamos con THUNDER — dijo el doctor Weis, meciéndose hacia atrás ligeramente en su gran sillón tapizado.

— Antes de que lo haga — le interrumpió Ted -, debería saber algo acerca de la próxima temporada de huracanes. Hice unas pocas investigaciones preliminares la semana pasada. Muy impresionantes, pero parece ser que la temporada será igual a la del pasado año. Poco más o menos, el mismo número de tormentas. Es decir, si las dejamos desarrollarse.