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Para cuando llegó el siguiente Cuatro de Julio, la sequía era noticia importante. El año anterior sólo unos cuantos especialistas se interesaron. Ahora corrían historias en todos los medios periodísticos y casi cada día en la televisión. Los pantanos se habían secado, los arroyos desaparecieron, incluso los grandes ríos mostraban barras de arena y peñascos donde ninguna persona viva podía recordar nada excepto agua profunda y corriente. Delegaciones agrícolas exigían coléricas la acción y tuvimos que mantener a Ted cuidadosamente oculto de los periodistas por miedo de que diese la impresión de que podía vencer la sequía en unas pocas semanas. Nuestra línea oficial era la que llevaba a cabo la investigación, pero las respuestas quizá tardarían años en obtenerse.

Las ciudades del interior siguieron con racionamiento de agua aquel verano y las fábricas empezaron a cerrar, dejando a millares de personas sin empleo. Las ciudades costeras se desenvolvieron mejor con sus plantas desalinizadoras, pero no pudieron obtener bastante agua potable para satisfacer las demandas. Los jardines suburbanos comenzaron a amarillear y los pozos se secaron bajo la llamarada ininterrumpida del sol veraniego. Las fuentes públicas ornamentales fueron suprimidas, los acondicionadores de aire quedaron inútiles al no poder utilizar agua, los terrenos de pesca y acampamiento fueron cercados ante la amenaza de los fuegos forestales.

Pero en los ríos del Oeste Medio el agua desbordó las orillas para inundar ciudades y granjas por igual, bajo una serie implacable de lluvias torrenciales.

A mitad del verano Ted estaba preparado para los experimentos. La mayor parte de ellos se hicieron en el laboratorio, pero para otros alquilamos aviones y efectuamos pruebas muy en alta mar. Teníamos que conservar el máximo secreto con respecto a los experimentos, por miedo a que la prensa hiciera pensar al público que el problema quedaría resuelto con un ademán de Ted.

Casi la única vez que vi a Barney en todo aquel verano, excepto algún rápido saludo o una apresurada comida juntos, fue en agosto cuando la lluvia de meteoros Perseida efectuó su exhibición anual.

Esta lluvia luminosa alcanzó la cumbre en un fin de semana y yo la llevé a Thornton; en donde podíamos contemplar perfectamente cielo desde la playa.

Nos quedamos allá, en a playa, toda la noche, contemplando cómo los meteoros ardían al cruzar el cielo, tiras de luz contra las inmutables estrellas. Venían de todas direcciones, adquiriendo gran brillantez, algunos de ellos chisporroteando mientras cruzaban el firmamento y se apagaban, todo en el transcurso de un latido del corazón. Si se seguía su rumbo hacia atrás, todos apuntaban a la constelación de Perseo, el Héroe.

En cierto modo me recordaron a Ted; aquellos meteoros que se convertían a sí mismos en estrellas, parecían tener un lugar común mientras cruzaban el firmamento, brillantes, decididos, siguiendo un rumbo que jamás oscilaba. Se movían en absoluto silencio, en fantasmal contraste con su destellante luminosidad. Era como si supiesen exactamente dónde tenían que ir y se apresuraran a ocupar los lugares asignados antes de que terminase algún plazo celestial.

Durante horas nuestra conversación se limitó a breves referencias a los meteoros. Ocurrían muchísimas cosas por encima de nuestras cabezas para pensar en otros detalles. Pero, por último, el cielo empezó a palidecer y la lluvia de meteoros disminuyó. En alguna parte cerca de la casa oí cómo un pájaro empezaba a cantar. Las estrellas se desvanecían y el horizonte amarillo empezaba a colorearse.

Caminamos; de pronto tuvimos sueño y regresamos a la casa.

— ¿Cómo está Ted? — preguntó Barney.

— ¿No le has visto?

Negó con la cabeza.

— Hace más de una semana.

— Se encuentra bien — dije -. Trabajando como un demonio. Bueno, como dos demonios.

— Tío Jan dice que está como poseído… dominado por la idea de controlar el tiempo.

— Pero ¿por qué? ¿Por qué alguien se enfrasca tan en una idea?

Ella se detuvo y volvió para mirar al cielo iluminado levante.

— No lo sé. Quizá tenga miedo de que no haya otra cosa que pueda hacer tan importante. Sea lo que sea, eso podría destruirle. Si no resulta… o si no consigue hacerlo resultar… Se haría pedazos.

— Me lo imagino, pero todo parece ir muy bien comenté.

— Me da miedo por él, Jerry. Algo ocurre en Climatología. No estoy segura de lo que es, no dejan que meta las narices. El doctor Rossman tiene a un grupo especial trabajando solito. Incluso está al mando de una sección de nuestros computadores y nadie se les puede acercar.

— Eso puede significar disgustos.

Asintió con un gesto nada feliz.

— El doctor Rossman ha hecho varios viajes a Washington durante la semana pasada. Creo que para entrevistarse con el alto personal de Environmental Science Services Administration.





— ¿ESSA? ¿Y con quién habla allí?

— No estoy segura. Su secretaria dejó escapar algo sobre la sección de licencias, pero no comprendí a qué se refería.

XI

RUPTURA

Ted se puso furioso al enterarse de las noticias de Barney.

— ¡Muy propio de él! — Gritó en mi despacho a la mañana del lunes -. No puede imaginar lo que estamos haciendo. Así que se traslada a Washington tratando de ponernos impedimentos — siguió golpeando el puño en la palma de su otra mano mientras paseaba arriba y abajo, delante de mi escritorio.

— Parece que está pulsando contactos importantes — dije.

Ted se detuvo y me miró fulminante.

— ¿Contactos? ¡Vamos a ver si consigue algo tan bueno como nosotros tenemos!

Salió de estampida del despacho. Me levanté de la silla y fui tras él. Medio corriendo, le seguí pasillo abajo hasta su taller. Tuli y otros tres miembros del personal estaban enfrascados en una tremenda conversación cuando entramos.

— ¡Calma, aquí está el jefe!. ¡O uno de ellos. No sé si se referían a Ted o a mi.

— Que uno de vosotros opere los mandos de la pantalla visora ordenó Ted mientras se dirigía a~ gran mapa luminoso. Tul fue hasta el escritorio mientras Ted cogía una linterna cuyo rayo serviría de puntero. Está bien, volved al sistema normal.

Los símbolos del tiempo en el gran mapa desaparecieron brevemente cuando Tuli tocó los botones de la consola. Luego un dibujo de flechas de colores tomó forma en el mapa. Ted permaneció inmóvil durante un momento, todavía hirviendo de furor, tratando de dominarse a sí mismo.

Por último, dijo:

— Este es el sistema usual del viento para los Estados Unidos continentales durante el verano. — Señalando con la linterna, explicó -: La corriente en chorro viene sobre la Costa Oeste, se hunde hasta el Sur y luego gira hacia el noreste. Aire frío, esas flechas azules, que baja del Canadá, se mete en el torrente occidental y se decanta hacia el Atlántico.

Me miró de reojo para ver si lo entendía. Asentí.

— Las flechas rojas muestran el aire marítimo tropical que sube desde el Golfo de Méjico y el Caribe, a lo largo de la Costa Este. Para nosotros ése es el aire que trae lluvia.

Hizo un gesto a Tuli, que maniobró en otro juego de botones.

— ¿Ves ahora ese borde de altas presiones sobresaliendo hacia el océano? Asciende hasta grandes alturas. La posición se mueve en redondo un poquito, pero de ordinario no se separa de la costa. El aire de las alturas fluye hacia el norte a lo largo del lado Oeste del saliente… en el sentido de las agujas del reloj, en torno a un anticiclón… subiendo por los mares tropicales y a lo largo de la Costa Este.

— Eso es lo que guía el aire lluvioso hacia Nueva Inglaterra — deduje.

— Exacto. Ahora, fíjate en el sistema de sequía.

Tul hizo que los símbolos del mapa cambiaran. El borde de altas presiones se movió hacia el oeste tierra adentro y se instaló aproximadamente en torno a la cadena de montañas Apalaches. La corriente en chorro se curvó en una ruta más hacia el sur. Y las rojas flechas del aire lluvioso avanzaron hasta mitad del camino subiendo por la Costa Este, luego se dividieron; una parte giró hacia el mar, la otra penetró en los Estados del Oeste Medio.