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— En este trabajo hay mucha letra pequeña que considerar.

— Fuera tenemos a una amiga nuestra. Me la llevaba a cenar y quiso venir a saludarte. En los últimos quince días no la has visto mucho.

— ¿Barney? ¿Dónde está?

— Abajo, en mi taller, con Tuli.

— ¿Tul está todavía aquí? ¿Qué ocurre esta noche?

Ted se apoyó indiferente en el quicio de la puerta, su corpachón llenando toda la abertura.

— Estamos haciendo unos cálculos sobre la sequía. Barney los repasa.

Cerré la carpeta y la coloqué en el cestillo de mi escritorio.

— Eso debe ser muy especial — dije, poniéndome en pie. Pudisteis haber utilizado el grupo de calculadoras de Eolo para comprobar vuestras cifras.

— Ya se hizo. Barney efectúa una doble comparación… y ve si Rossman ha hecho algo por el estilo.

Bajamos por un pasillo hasta los dominios de Ted. No tenía un despacho normal; su cuarto era lo bastante grande como para jugar al corro. Allí habla toda clase de cosas: un escritorio con una mesa a un lado y una consola electrónica al otro, media docena de archivadores, un maltrecho diván que de algún modo sacó clandestinamente de la Fuerza Aérea, una mesa de conferencias rodeada por el conjunto más dispar de sillas y no menos de cuatro cafeteras, plantadas en fila sobre el alféizar. Fuera de la ventana había una pequeña estación climatológica automática.

Toda la pared frontera a la puerta estaba cubierta por un mapa visor de los Estados Unidos continentales. Habla trabajado sin descanso durante semanas para construir el mapa exactamente tal y como lo quería.

Barney y Tuli se sentaban a la mesa de conferencia. Cuando entramos, ojeando papeles y notas, en parte impresas por el computador y en parte garabateadas a mano por Ted.

Ella alzó la vista al vernos.

Jerry, ¿cómo estás? Estupendamente, ¿Y tú?

Evidentemente se encuentra en forma maravillosa bromeó Ted -. Ahora, ¿qué hay de los números, Barney?

— No puedo encontrar en ellos ningún error llamativo — dijo encogiéndose de hombros -. Claro, no he tenido tiempo en realidad para examinarlos concienzudamente…

— Podrías utilizar nuestro computador — sugirió Ted. Tuli habló con su forma peculiar tranquila:

— El computador funciona a cualquier hora del día o de la noche. Se ve libre por entero de las flaquezas humanas, como, por ejemplo, de la necesidad del sueño.

— Está bien, voy ha pedirte un favor — dijo Ted, agitando las manos -.Me sentiría mejor acerca de los números si Barney los controlara.

— ¿Puedo empezar mañana por la noche? — preguntó ella

— Después de la cena — dije yo.

— Está bien, cenaremos juntos — repuso Ted.

— ¿Y de cualquier forma, a qué viene todo esto? — fue mi pregunta.

En vez de responder, Ted marchó hasta la consola que tenía ante el escritorio y oprimió unos cuantos botones. Un mapa del tiempo apareció en la pantalla iluminada: líneas y símbolos que mostraban masas de aire y núcleos tormentosos cruzando la nación y además el informe del tiempo en cada ciudad importante.

— He aquí el aspecto que tiene ahora — dijo Ted -. Los números del rincón inferior de la derecha son totales de precipitación en Nueva Inglaterra. Hasta ahora en este año, casi hemos tenido la mitad de la lluvia media de la región.

— Y de la nieve también — añadió en voz baja Tuli.

— Ese montón de cálculos que os enseñé — continuó Ted, sentándose tras el escritorio, es una predicción general para Nueva Inglaterra todo lo más anticipada que he podido hacer y sin perder demasiado el coeficiente de seguridad. Llega hasta fin de año.

— Siete meses — murmuró Barney -. La exactitud no creo que sea muy alta…





— Quizá no, pero echa un vistazo — Ted manejó los botones de la consola y contemplamos como los sistemas del tiempo se desplegaban a través de la superficie del continente. El aire cálido de verano subía desde los trópicos, las tempestades de última hora de la tarde mostraron brillantes símbolos de trecho en trecho, masas de aire más frío venían del norte y del oeste, disparando filas de chubascos a lo largo de sus frentes. Se podía ver cómo el otoño se apoderaba de la nación y los huracanes. alcanzaban Florida y la Costa del Golfo. Luego llegó el aire ártico, invernal y amargo, con pequeños símbolos en forma de estrellas indicando que la nieve salpicaba los dos tercios norte del país.

— Ahora estamos a treinta y uno de diciembre — dijo Ted cuando el mapa dejó de cambiar -. Feliz año nuevo.

— No muy feliz — observó Tuli -, si esas cifras de precipitación son correctas.

Consultó los números; Nueva Inglaterra habla recibido menos de la mitad de la cantidad de precipitación normal.

— Un ejemplo de sequía — dijo Ted -. Y bastante duro Esta zona de la nación va a tener dificultades. Mientras que el Oeste Medio sufrirá inundaciones.

¿Qué piensas hacer? — preguntó Barney.

— Impedirlo.

— ¿Cómo?

— No lo sé… todavía. Pero voy a hacer que la misión de este laboratorio sea averiguarlo.

Volviéndose hacia Ted y dejando de mirar al mapa, dije:

— Necesitaremos encontrar mucha mayor cantidad de dinero para trabajar en un problema de este tamaño.

Trabajaremos en ello — respondió Ted con firmeza. Preocúpate por el dinero. Y si encuentras gente que quiera pagarnos, estupendo. Pero, de cualquier forma, trabajaremos en el asunto.

Se volvió a Barney.

— ¿Rossman hace algo por el estilo?

— No, que yo sepa. Claro, sus predicciones oficiales jamás se adentran tanto en el futuro.

— ¿Y extraoficialmente?

— Creo que está tratando de descubrir qué tipo de técnica empleáis para la predicción. Tiene a un grupito de gente efectuando para él un trabajo especialisimo. Es muy secreto. Por lo menos, nadie ha querido hablarme de ello…

Ted no contestó, pero frunció el ceño.

Aquella noche utilicé la acera movible para volver al hotel. Era una noche hermosamente cálida, con una luna plateada en un cielo sin nubes y salpicado de estrellas. De pronto me encontré deseando que lloviera.

Mientras Ted estudiaba el sistema general de la sequía decidí echar un vistazo al clima político de Nueva Inglaterra. Descubrí que la mayor parte del personal que pertenecía al gobierno de los seis estados consideraba molesta la sequía, pero no grave. Nadie parecía terriblemente preocupado; las centrales de conversación de agua salada impedirían que la escasez fuese notable en las ciudades costeras y los pantanos interiores todavía tenían muy buen aspecto.

Pero iba a celebrarse una reunión de los Directores de Recursos de los estados de Nueva Inglaterra, una más perteneciente a las series de reuniones regionales de diversos departamentos de los gobiernos estatales. Esta era para la gente que se preocupaba por los recursos naturales… como, por ejemplo, del agua.

Arrinconé a Ted en el laboratorio sintético de Tuli y le hablé de la reunión.

— Va a celebrarse en el fin de semana del Cuatro de Julio.

— ¿Y vas a estropearte este fin de semana para hablar con un puñado de burócratas? — mostraba un evidente disgusto.

— Vamos a estropeárnoslo — repliqué, para hablar con las personas que pueden comprar el alivio a la sequía… si sabes vendérselo.

— ¿Si yo sé venderlo?. ¡Y aun me insultas! Está bien, patrón, puesto que quieres fuegos artificiales para el Glorioso Cuatro, los tendrás.

Tuve que poner en movimiento varias influencias para conseguir que me incluyeran en el orden del día de las conferencias. Por último necesité hablar con el congresista Ly

El mayor trabajo fue que Ted se preparase para hablar al grupo de profanos en meteorología. La primera vez ensayó su discurso, pasó cincuenta minutos mostrando diapositivas y explicando la ciencia de la meteorología. Tratamos de convencerle para que desistiese de tanta ciencia.