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– ¿Volvió? -Monk habló por vez primera, su voz era tranquila y la pregunta era lógica, pero había preocupación en su rostro y un velo en su mirada.
– Sí, varias veces y, pasado un cierto tiempo, papá consideró que había llegado el momento de preguntar por George. Habían recibido cartas suyas, por supuesto, pero George les había dado muy pocos detalles -sonrió con tristeza-, lo mismo que yo. Ahora me pregunto si no habríamos debido contar más cosas. O por lo menos contárselas a Charles. Ahora vivimos en mundos diferentes y, si se las contara ahora, no haría más que angustiarlo inútilmente.
Miró más allá de Monk y contempló a una pareja que seguía el mismo camino, los dos cogidos del brazo.
– Ahora ya tiene muy poca importancia. Joscelin Grey volvió otra vez y se quedó a cenar y entonces empezó a contarles cosas de Crimea. Dice Imogen que él era siempre muy delicado con las palabras, que no utilizaba nunca un lenguaje impropio y que, aunque mamá estaba muy abatida y se entristeció mucho al conocer las condiciones espantosas en que estaban, Joscelin parecía tener un especial sentido de lo que podía decirse sin traspasar los límites de la pena y la admiración para caer en el horror puro y simple. Les habló de batallas, pero no les dijo nada del hambre ni de las enfermedades y siempre les habló tan encomiásticamente de George, que se sintieron orgullosos de escucharlo.
»Por supuesto que también le hicieron preguntas acerca de sus hazañas. Había sido testigo de la Carga de la Brigada Ligera en Balaclava y les habló del valor sublime de los soldados, de que nunca se había visto soldados más valientes ni más leales al deber, aunque también les confesó que aquella carnicería había sido la cosa más espantosa que había presenciado en su vida, entre otras cosas porque fue tan inútil. Se habían lanzado a caballo contra las armas enemigas; él así lo contó.
Hester se estremeció al recordar las carretas cargadas de muertos y heridos, los esfuerzos realizados durante toda la noche, la inutilidad de aquel esfuerzo, la sangre. ¿Había experimentado Joscelin Grey alguna cosa de las avasalladoras emociones de ira y piedad que ella sentía?
– Les explicó que no habían tenido la menor posibilidad de sobrevivir a la carga -dijo con voz tranquila, tan baja que casi quedó apagada por el murmullo del viento-. Imogen dijo que Joscelin estaba furioso y que comentó cosas terribles de lord Cardigan. Creo que ése debió de ser el momento en que más me habría gustado Joscelin.
Pese al profundo dolor que sentía, Monk pensó que también a él le habría gustado entonces. Había oído hablar de aquella carga suicida y, una vez disipado el arrebato de admiración que levantó, lo único que había dejado era una rabia creciente ante aquella flagrante incompetencia y aquella devastación, ante vanidades individuales, las rivalidades absurdas que de una manera tan inútil e insensata habían malbaratado tantas vidas.
¿Cómo era posible que él pudiera odiar a Joscelin Grey?
Aunque Hester siguió hablando, Monk ya no la escuchaba. La muchacha estaba muy seria, el rostro cariacontecido ante tanto dolor y tanta muerte. Él habría querido tocarla y decirle con sencillez y de una manera elemental, sin palabras, que él sentía lo mismo que ella.
¿Qué repulsión no sentiría Hester si supiera que la persona que había apaleado a Joscelin Grey hasta matarlo en aquella horrible habitación de su casa era él?
– … cuanto más intimidaban -decía ella- más le tomaban aprecio, no por su amistad con George, sino por él mismo. Mamá esperaba con ansia sus visitas y se preparaba para recibirlo con varios días de antelación. ¡Menos mal que no llegó a enterarse de cómo murió!
Monk consiguió reprimir la pregunta que ya iba a hacerle sobre la fecha en la que había muerto su madre. Se acordó de que había sufrido una especie de ataque, de que tenía el corazón destrozado.
– Siga -le dijo, sin embargo-. ¿O eso es todo?
– No -dijo Hester negando con la cabeza-, hay mucho mas. Como le he dicho, todos los de la casa le cobraron una gran simpatía, Imogen y Charles también. A Imogen le gustaba oír hablar de la valentía de los soldados y del hospital de Shkodér, supongo que en parte por mí.
Monk recordó lo que había oído acerca del hospital militar, de Florence Nightingale y de sus mujeres, del denodado esfuerzo físico que desplegaban, indiferentes a la condena social. Los hombres desempeñaban por tradición el oficio de enfermeros y las pocas mujeres que había en este sector eran las más fuertes y rudas y hacían poca cosa más que dedicarse a limpiar la basura y los desechos.
Hester volvió a hablar:
– Hacía unas cuatro semanas que se conocían cuando les habló por primera vez del reloj…
– ¿Del reloj?
Monk no sabía nada de ningún reloj, salvo que Grey llevaba el suyo encima cuando encontraron su cadáver, y que Constable Harrison había localizado uno en una casa de empeños, que después resultó no tener ninguna relación con Joscelin Grey.
– Sí, el reloj de Joscelin Grey-replicó Hester-. Parece que era un reloj de oro de gran valor personal porque se lo había regalado su abuelo, que había luchado con el duque de Wellington en Waterloo. Estaba abollado porque había recibido un impacto de bala de un mosquete francés; precisamente gracias a él, su abuelo había salvado la vida. A decirle Joscelin que él también quería ser soldado, el anciano le regaló el reloj. Joscelin Grey lo consideraba como un talismán, y al ver al pobre George muy nervioso la noche antes de la batalla del Alma, quizá porque intuía lo que acabaría por sucederle, Joscelin le dejó el reloj. Como George murió al día siguiente, Joscelin no lo recuperó. No le daba importancia, pero les encareció que, si les devolvían el reloj junto con las pertenencias de George, se lo entregaran, que les quedaría agradecidísimo. Lo describió minuciosamente, incluso la inscripción que tenía en el interior.
– ¿Y se lo devolvieron? -preguntó Monk.
– No, porque el reloj no apareció. No tenían ni la más remota idea de qué había podido sucederle al reloj, pero el caso es que el ejército no lo devolvió junto con las otras cosas de George, las que le encontraron encima y el resto de sus pertenencias personales. Supongo que alguien lo robaría. Es un delito repugnante, pero es evidente que suele ocurrir. Estaban desolados, especialmente papá.
– ¿Y Joscelin Grey?
– Estaba disgustado, como es lógico, pero según Imogen hizo lo posible para disimularlo y además no volvió a hablar nunca más del asunto.
– ¿Y el padre de usted?
Hester dejó vagar la mirada a lo lejos, la fijó en el viento que movía las hojas.
– Papá no podía devolverle el reloj, ni menos aún reemplazarlo con otro, ya que a pesar de su valor material tenía un valor intrínseco muy superior, que era lo que realmente importaba. Así pues, cuando Joscelin Grey le propuso embarcarse en una empresa financiera, papá pensó que era lo mínimo que podía hacer para compensarlo. Por otra parte, a juzgar por lo que dijeron él y Charles, en aquel momento les pareció un plan excelente.
– ¿Fue el plan en el que su padre perdió el dinero?
Hester tensó el rostro.
– Sí, no lo perdió todo, pero sí gran parte. Sin embargo, lo que hizo que se quitara la vida -por fin Imogen ha aceptado que fue así- fue el haber recomendado a sus amigos que invirtieran dinero y algunos perdieron mucho más que él. De ahí la vergüenza que sintió. Joscelin Grey también perdió dinero, claro, y estaba desolado.
– ¿Se rompió la amistad a partir de aquel momento?
– No inmediatamente, sino una semana más tarde, cuando papá se pegó un tiro. Joscelin Grey envió una carta de pésame y Charles le respondió dándole las gracias y dándole a entender que, dadas las circunstancias, era mejor para todos interrumpir las relaciones.
– Sí, tuve ocasión de leer la carta. No sé por qué, pero Grey la conservaba.
– Mamá murió al cabo de unos días -continuó Hester con voz tranquila-. Se hundió y ya no volvió a levantar cabeza. Naturalmente, no era momento para ceremonias sociales, ya que todo el mundo estaba de luto… -Titubeó un momento-. Y seguimos estándolo.