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Runcorn tenía razón, le habría bastado hablar de esa posibilidad para ser denunciado a las autoridades supremas y encontrar bloqueada su carrera para siempre, suponiendo que no lo echaran a la calle inmediatamente. Exponer a un hombre a la ruina que le reportaría tan abominable escándalo era algo imposible de perdonar.
Todos lo observaban con extraña fijeza. Charles no disimulaba su impaciencia. Hester estaba exasperada por encima casi de lo soportable; no paraba de manosear el pañuelo de batista entre sus dedos y daba golpes insistentes, pero silenciosos con el pie en el suelo. Lo que pensaba quedaba reflejado en cada una de las finas arrugas con que se fruncía su cara.
– ¿Qué le parece a usted que deberíamos saber, señor Monk? -dijo Charles con viveza-. Si no hay nada que saber, le agradecería que no siguiera hurgando en la herida que nos ha causado esta tragedia. Que mi padre decidiera quitarse la vida o que su muerte fuera resultado de un accidente debido a una distracción provocada por su estado de ánimo, es cosa que no puede probarse y nosotros le quedaríamos muy agradecidos si dejara que prevaleciera la caritativa opinión de quienes consideraron que pudo ser un accidente. Mi madre murió porque tenía el corazón destrozado. Uno de nuestros viejos amigos ha sido brutalmente asesinado. Si no podemos servirle de ayuda, preferiría que nos permitiera sobrellevar el dolor a nuestra manera para que podamos continuar nuestras vidas. Mi esposa estaba totalmente equivocada al empeñarse en creer que pudiera existir una alternativa más lisonjera, pero es sabido que forma parte de la naturaleza de toda mujer tener un corazón tierno, lo que explica que le cueste aceptar una verdad tan amarga como ésta.
– No pretendía de mí otra cosa que comprobar que se trataba, efectivamente, de la verdad -se apresuró a decir Monk, sintiéndose instintivamente indignado por las críticas a las que se sometía a Imogen-. No me parece una actitud reprensible. -Desafió a Charles con mirada glacial.
– Una postura cortés la suya, señor Monk -dijo Charles mirando a Imogen con aire de superioridad, como dando a entender que Monk le había seguido la corriente-, pero estoy plenamente convencido de que ella, con el tiempo, llegará a la misma conclusión. Gracias por su visita. Considero que usted ha hecho lo que creía su deber.
Monk aceptó sin rechistar el final a su visita, y antes de percatarse de lo que hacía, se encontraba en el vestíbulo. Pensaba en Imogen y en el hiriente menosprecio de Hester y se había dejado vencer por el respeto que le infundía aquella casa, la altanería de Charles Latterly, su arrogancia y sus por otra parte naturales intentos de correr un tupido velo sobre la tragedia familiar y encubrirla bajo una vestidura menos vergonzosa.
Giró sobre sus talones y se enfrentó de nuevo con la puerta cerrada. Quería preguntar cosas sobre Grey y tenía el pretexto para hacerlo, mejor dicho, no tenía excusa para abstenerse de hacerlo. Dio un paso hacia delante y de pronto comprendió que habría sido una tontería. No podía volver atrás y llamar a la puerta como un criado que ruega que lo dejen entrar, pero tampoco irse por las buenas de aquella casa sin hacer más preguntas sabiendo que eran amigos de Joscelin Grey y que, como mínimo Imogen, le tenía estima. Tendió la mano hacia la puerta pero volvió a retirarla.
Pero la puerta se abrió y apareció Imogen. Se quedó sorprendida, a un paso de distancia de él, apoyada contra los cuarterones. El color le volvió a la cara.
– Lo siento -dijo con un suspiro-, no… no sabía que usted seguía aquí.
Monk no sabía qué decir, se había quedado sin habla, por absurdo que pudiera parecer. Los segundos seguían pasando. Por fin habló ella.
– ¿Hay alguna otra cosa, señor Monk? ¿Ha descubierto algo? -Levantó una voz llena de ansiedad y una mirada llena de esperanza, y en aquel instante Monk tuvo la seguridad de que había salido de la sala con el propósito de verlo y para confiarle algo que no había dicho ni a su marido ni a Hester.
– Estoy trabajando en el caso de Joscelin Grey -fue lo único que acertó a decir, ya que seguía debatiéndose en aquel estado de confusión fruto de la ignorancia. ¡Si pudiera recordar! Imogen bajó los ojos.
– En efecto, ésta es la razón de que haya venido a vernos, ¿verdad? Siento haberío interpretado mal. Lo que usted… quiere es saber algo más sobre el comandante Grey…
No, no era verdad.
– Yo… -dijo soltando un profundo suspiro- lamento profundamente tener que molestarla después de tan poco tiempo de…
Imogen irguió la cabeza, sus ojos brillaban de indignación, aunque él no sabía por qué. ¡Qué hermosa era, qué dulce! Despertaba en él anhelos que su memoria pugnaba por desentrañar: una sensación de paz, una época de risas y de confianza… ¿Cómo podía ser tan estúpido para entregarse a aquel torrente de emociones por una mujer que sólo había acudido a él en busca de consuelo para la tragedia familiar que estaba viviendo y que casi con toda seguridad lo miraba igual que habría mirado a un fontanero o a un bombero?
– Las penas nunca vienen solas -Imogen le hablaba con voz tensa-. Sé qué dicen los periódicos. ¿Que quiere saber del comandante Grey? Si supiéramos algo que pudiera servirle de ayuda, ya se lo habríamos dicho.
– Sí -se sentía herido al ver el tono que Imogen empleaba con él, estaba confuso, dolorido-, por supuesto ya me lo imagino. Yo… estaba pensando solamente si habría debido preguntar algo más. Ya veo que no. Buenas noches, señora Latterly.
– Buenas noches, señor Monk. -Irguió un poco más la cabeza y Monk casi habría asegurado que la había visto parpadear como si quisiera disimular unas lágrimas.
Pero aquello era absurdo. ¿Por qué tenía que llorar ahora? ¿Porque estaba triste? ¿Se sentía contrariada, disgustada, decepcionada? ¿Porque se había hecho esperanzas y esperaba más de él? ¡Si pudiera recordar!…
– Parkin, acompañe al señor Monk a la puerta.
Y sin volverlo a mirar ni esperar a que viniera la doncella, se fue y lo dejó solo.
9
Monk no tenía más remedio que volver al caso Grey, pese a que tanto Imogen Latterly, con sus ojos inquietantes, como Hester, con sus prontos y su inteligencia, interferían en sus pensamientos. No lograba concentrarse y tenía que obligarse a pensar en los detalles y a trazar esquemas a partir de la masa amorfa de hechos y suposiciones que se habían ido acumulando hasta el momento.
Se sentó en su despacho con Evan para revisar aquel cúmulo de informes que iba creciendo progresivamente, pero no pudo extraer ninguna conclusión de todo ello, siendo el conjunto negativo por entero. Nadie había forzado la entrada, lo que quería decir que había sido el propio Grey quien había abierto la puerta a su asesino y, si le había abierto la puerta de su casa, significaba que no tenía motivo alguno para temerlo. No era probable que invitase a su casa a un desconocido a aquella hora de la noche, lo más probable era que se tratase de una persona conocida que lo odiaba con una intensa pero secreta violencia.
¿O quizá Grey sabía de aquel odio, pero se creía a salvo del mismo? ¿Se figuraba que la persona en cuestión no tenía poder para hacerle ningún daño, ya fuera por razones emocionales o por razones físicas? Incluso aquella respuesta estaba fuera de su alcance.
La descripción que tanto Yeats como Grimwade le habían proporcionado del único visitante cuya presencia no había quedado explicada no encajaba con el físico de Lovel Grey, si bien era tan imprecisa que casi había que prescindir de ella. Si el hijo de Rosamond Grey lo era de Joscelin y no de Lovel, esto de por sí podía ser razón suficiente para matarlo, sobre todo si el propio Joscelin estaba enterado y quizá no se abstenía de recordárselo a su hermano. No habría sido la primera vez que una lengua despiadada, por la burla que provocan el resentimiento o la impotencia, habría provocado una rabia incontrolable.