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– Bueno, ¿qué piensas hacer?

B. B. reaccionó como si acabara de despertar.

– Necesito recuperar el dinero. No puedo permitir que mi dinero desaparezca así como así.

– Tenemos que afrontar la posibilidad de que Doe esté metido. Y si es él quien se ha quedado con el dinero, no lo recuperaremos sin un poco de violencia. ¿Estás dispuesto a correr ese riesgo?

– Tengo a los DevilDogs en Gainesville -dijo B. B.-. Sabemos que ha sido Doe. Solo tenemos que llamarlos para que vengan y se lo saquen.

El Jugador meneó la cabeza. Se suponía que B. B. era el cerebro, pero cuando aquella zorra no estaba con él se comportaba como un cuerpo sin cabeza.

– En el condado les han puesto las cosas muy difíciles a las bandas de moteros, ya lo sabes. Si los DevilDogs se presentan aquí, el departamento del sheriff no les quitará el ojo de encima. Si un alcalde y jefe de policía tiene problemas o muere, aunque sea un mierda como Doe, se abrirá una investigación. Y si alguno de esos idiotas cae en manos de la poli, estamos jodidos. ¿Crees que tendrán la boca cerrada? Cuando quieras darte cuenta, los de la DEA * * estarán buscando pistas sobre el laboratorio y eso acabará llevándoles hasta nosotros.

– Bueno -dijo B. B., tranquilo-. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo recuperamos el dinero?

– Creo que tenemos que convencer a Doe para que lo «encuentre», que comprenda que no le conviene jodernos.

– ¿Y cómo piensas hacer eso?

El Jugador no dijo nada.

B. B. lo interpretó como una señal de que el Jugador también se había quedado sin ideas. Se levantó, caminó hasta la puerta y apoyó una mano en el pomo.

– Esperemos hasta que vuelva Desiree. A ella seguro que se le ocurre algo.

– ¿Y ya está? -preguntó el Jugador.

– Por el momento sí. Ya está. -Y entonces, de pronto, su rostro se iluminó como si algo le hubiera hecho gracia-. Aunque después habrá más. -Y se fue.

Dos vasos más tarde, con la claridad sorda que le daba el vodka, el Jugador abrió la puerta. Era Doe, que estaba apoyado contra el marco, vestido de uniforme, con una botella de Yoo-hoo en la mano.

– He recibido una queja por el ruido -dijo-. Los vecinos dicen que hay mucho ruido en esta habitación.

El Jugador se apartó para dejarle pasar y cerró la puerta enseguida.

– ¿Quieres un poco? -le preguntó levantando su vaso de plástico.

Doe alzó su botella.

– Nunca salgo de casa sin esto.

El Jugador se sentó junto a la ventana.

– Dime, ¿qué quieres?

– He recibido una queja por el ruido -repitió Doe-. Los vecinos dicen que hay mucho ruido en esta habitación.

– La primera vez me ha hecho gracia.

– ¿Y la segunda?

– Mira, esto no son las pruebas para la revista de la Muscular Distrophy Association, así que ¿por qué no me dices qué quieres?

Doe dio un trago y enseñó sus dientes torcidos.

– No me gusta molestarte cuando estás solito en un motel barato bebiendo vodka, y normalmente no lo haría, pero, joder, me parece que te interesará lo que voy a decirte.

– Pues dilo.





– En primer lugar, vamos a dejarnos de gilipolleces, ¿vale? -Caminó hasta el tocador y dejó la botella con fuerza; una grieta se abrió en el conglomerado-. Sé que tú y B. B. pensáis que os he estafado, ¿a que sí? Que yo me he cargado a Cabrón y me he llevado la pasta y ahora estoy tratando de cargarle el muerto a ese crío para salvarme el culo. ¿Es eso?

El Jugador trató de parecer impasible. Sabía que aquello era una confrontación. Doe había ido para salvarse el culo por lo que había hecho o para aclarar las cosas. Bien. Tanto si era lo uno como si era lo otro, poco importaba: había cosas más trascendentales en juego que los cuarenta mil dólares. La continuidad del negocio, por ejemplo. Y el poder. Cuando aquel pequeño duelo terminara, necesitaba que Doe viera en él a una persona dura, decisiva y al mando. Todo lo demás, incluso la pasta, era secundario.

Dio un sorbo a su bebida.

– Sí, es eso.

– Y me imagino que queréis que devuelva el dinero o me enfrente a las consecuencias.

– Sí, por ahí van los tiros.

– Pues tal vez deberíais meteros vuestra opinión por el culo. ¿No lo habíais pensado?

– No, no se me había ocurrido. Pero, ya que lo mencionas, quizá puedas explicarme por qué.

Doe meneó la cabeza con incredulidad.

– En primer lugar, yo no maté a Cabrón. Y eso significa que lo ha hecho otro y que ese otro sigue ahí fuera y tiene la pasta. No me creas si no quieres, pero llevamos en esto el tiempo suficiente para que sepas que si lo hubiera hecho lo diría. Joder, si hubiera robado la pasta y le hubiera matado, al menos reconocería que le había matado. Diría que él trató de estafarnos y le descubrí y que trató de matarme.

– Bueno, ahora que sabemos qué mentiras dirías si estuvieras mintiendo, escuchemos el segundo punto.

– Lo segundo -dijo Doe- es… ¿por qué coño os iba a engañar? Si me dejáis fuera o tratáis de dejarme fuera, estaré peor que si las cosas siguen como están. Saco demasiado dinero con esto, así que, en vez de husmear en mis cosas, piensa con tu jodida cabeza por un momento. No tengo deudas, tengo un montón de pasta en las Caimán. Quiero más, y no pienso echarlo todo a perder.

Todo era cierto. A corto plazo, Doe tenía relativamente poco que ganar con aquello y nada a largo plazo. De hecho, la única razón por la que seguía dudando de Doe era aquel chico, Altick, que decía haberle visto merodeando cerca de la caravana de Cabrón. Pero supuso que eso podía ser por la chica.

Durante unos minutos, permaneció sentado en silencio, pensando.

– ¿Y esos son los dos puntos?

– No, hay uno más. El punto número tres es que B. B. ha llamado hoy a la comisaría tratando de fingir otra voz y ha dicho que tú mataste a Cabrón y te llevaste la pasta. Bueno, no sé quién tiene el dinero, pero a lo mejor no es tan importante, porque lo que está claro es que B. B. ha decidido joderte y seguro que prefieres tenerme de tu lado.

– Si forzaba la voz, ¿cómo sabes que era B. B.?

– Porque es un imbécil y le reconocí. Además, ¿quién sabe que Cabrón está muerto aparte de tú, yo, B. B., y esa puta?

– ¿Y cómo sé que no eres tú el que trata de joder a B. B.?

– Tendrás que decidir a quién crees, porque si B. B. descubre que no voy a por ti, es posible que tenga un plan de emergencia y te coja por sorpresa.

El Jugador terminó su bebida y dejó su vaso de plástico.

– De acuerdo -dijo al cabo de un minuto, un minuto que dejó pasar sobre todo para hacer esperar a Doe-. Lo tendré presente. Pero dejemos clara una cosa. No me importa si te has llevado el dinero o no. Este es tu territorio, y tú tienes que mantenerlo limpio. Comprobaré lo que me has dicho de B. B. Si descubro que me estás engañando, me voy a enfadar mucho. Pero si lo que dices es verdad, tendremos una nueva dirección, y la nueva dirección quiere que soluciones este embrollo. -Se puso en pie-. Porque si no eres capaz de hacer eso, no me sirves. Así que para el lunes por la mañana quiero tener el dinero o que me expliques adónde ha ido a parar. Y si te decides por el número dos, ya puedes esmerarte para convencerme. Y ahora lárgate.

Doe se terminó su botella y la dejó caer en el suelo.

– Eso me gusta -dijo-. Me gusta ese tono autoritario. Es lo que necesitamos por aquí. -Fue hasta la puerta y se dio la vuelta-. ¿Quieres que me ocupe de B. B.?

– ¿Por qué? ¿Es que te va todo tan bien que te sobra tiempo?

– No -dijo Doe-. Había pensado que preferirías no mancharte las manos. Pero haz lo que quieras, jefe.

Cuando Doe se fue, el Jugador se levantó para ponerse otra bebida. Así que ese cabrón de B. B. estaba tratando de joderle… ¿Por qué? En realidad era tan patoso que no le preocupaba. Una llamada anónima. Había perdido el control, pero, aun en el caso de que no tramara nada malo contra él, lo mejor era quitarlo de en medio.

* Drug Enforcement Administration, la Administración para el Control de Drogas de EE.UU.