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– Supongo que no. ¿Cómo tomaste esa decisión?

Estaba a punto de volver a encogerme de hombros cuando me acordé de la chaqueta, así que me quedé quieto.

– A veces parto de una suposición, otras confío en mi intuición y algunas me da igual. Hago lo que puedo.

– Ya lo creo -Susan sonrió-. Lo noté en el hotel, cuando intenté ducharme. Incluso con un solo brazo.

– Soy muy poderoso -añadí.

– Mucha gente murió en este viaje.

– Así es.

– Y eso te preocupa…

– Sí.

– Esta vez ha sido peor.

– Hubo mucha sangre, demasiada -dije-. La gente muere. Probablemente algunas personas deben morir, pero esta vez fue excesivo. Necesitaba sacármelo de encima, depurarme.

– La pelea con Zachary -dijo Susan.

– ¡Maldita seas! Nada se te escapa, ¿verdad?

– Casi nada de lo que te ocurre se me escapa. Te quiero y he llegado a conocerte a fondo.

– Sí, la pelea con Zachary. Fue una especie de… bueno… tal vez fue como expulsar el veneno. No estoy seguro. Creo que a Hawk le ocurrió algo parecido. Aunque tal vez para Hawk sólo fue una competencia. No le gusta perder, no está acostumbrado a perder.

– Lo comprendo. A veces me pregunto esas cosas con respecto a mí misma. Pero comprendo lo que quieres decir.

– ¿Comprendes que hay más cosas?





– ¿Cuáles?

– Tú -respondí-. El ataque en la ducha. Es como si necesitara amarte para regresar sano y salvo de los sitios a los que a veces voy.

Susan frotó el dorso de su mano izquierda en mi mejilla derecha.

– Sí, también lo sé.

El taxista paró delante de la Torre de Correos. Pagué y le dejé una espléndida propina. Nos tomamos de la mano mientras subíamos en el ascensor. Era el anochecer de un día cualquiera. Encontramos mesa en seguida.

– Turístico -murmuró Susan-, muy turístico.

– Es verdad -reconocí-, pero podrás tomar Mateus rosado, yo tomaré cerveza Amstel y veremos cómo el sol se pone sobre Londres. Podemos comer patitos con cerezas y yo puedo citar a Yeats.

– Y más tarde puede haber otra ducha -añadió Susan.

– Sólo si no bebo demasiada Amstel ni como demasiados patitos con cerezas.

– En ese caso podemos ducharnos por la mañana -propuso Susan.

Robert B. Parker

Robert B. Parker, la mayor revelación de la novela negra actual, nació el 17 de septiembre de 1932 en Springfield, Massachusetts.

Fue soldado durante la guerra de Corea, trabajó en una compañía de seguros y participó posteriormente en una agencia de publicidad, hasta que decidió dedicarse a la enseñanza. Fue entonces cuando escribió su tesis doctoral sobre los detectives privados en las novelas de Hammett, Chandler y Ross MacDonald. «Después -dice- tenía tanta necesidad de un Marlowe, que decidí crearlo.» Y así nació Spenser, un detective privado que trabaja en Boston, hace jogging, levanta pesas, bebe cerveza Amstel y está profundamente enamorado de Susan Silberman, psicóloga y consultora escolar.

Característica fundamental en la obra de Parker es la importancia concedida al sexo femenino. Observando que con harta frecuencia en la literatura norteamericana las mujeres están olvidadas o mal tratadas, Parker decidió escribir sobre el héroe y el amor: «Quise ver si el héroe americano podía ser un hombre total. Si podía ser un hombre completo sin perder los valores de la infancia. Si podía enfrentar la edad adulta asumiendo tanto el poder amar como el poder matar…»

Para Parker, como para Chandler o Ross MacDonald, la novela negra es una excusa para bucear en las profundidades del alma humana. «Más que por la trama de la novela negra -dice-, estoy interesado por los personajes y el comportamiento humano… el crimen es un simple pretexto para la acción del héroe. La acción es simplemente la dramatización de su carácter. Y lo que a mí realmente me interesa es su carácter…»

De aquí surge la tremenda fuerza de Spenser, un héroe profundamente humano, enamorado e incorruptible, cuyas aventuras han saltado ya de los libros a la televisión.


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