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Caminó junto a mí hasta el Golden Glow, que está en la esquina de Jackson y Federal. Es un lugar para gente que bebe en serio; no tiene quiche ni palitos de apio para seducir a los bebedores de vino blanco que van de camino a los trenes de cercanías. Sal, la imponente mujer negra dueña del lugar, tiene una barra de caoba en forma de herradura, reliquia de una vieja mansión de Cyrus McCormick, y siete minúsculos compartimentos embutidos en un lugar encajonado entre un banco y una compañía de seguros.

Llevaba varias semanas sin ir por allí y ella vino hasta nuestro compartimento en persona a tomar nota. Pedí lo de costumbre, un Joh

En mi contestador tenía un mensaje de Adrie

Una niña pequeña contestó al teléfono y llamó a su mamá con voz aguda.

– Hola, Vic, tengo la información que querías.

– Espero que no te vayan a echar del trabajo ni del colegio de abogados por eso.

Soltó una risita.

– No, pero me debes un poco de trabajo detectivesco gratis. Bien, el caso es que el apartamento es propiedad de Niels Grafalk… ¿Vic? ¿Estás ahí? ¿Hola?

– Gracias, Adrie

Colgué y llamé al Windy City Balletworks para ver si tenían función aquella noche. Una voz grabada me dijo que las representaciones tenían lugar de miércoles a sábado a las ocho; los domingos, a las tres. Hoy era martes: Paige debía estar en casa.

Ferrant me miró cortésmente.

– ¿Algún problema?

Hice un gesto de disgusto.

– Nada que no sospechase desde esta mañana. Pero de todos modos es muy desagradable. Grafalk posee pisos, aparte de todo lo demás.

– ¿Sabe, señorita War…? ¿No tiene usted un nombre de pila? No consigo pronunciar su apellido sin hacerme un nudo en la lengua… Vic, se está comportando usted de un modo muy misterioso. Me parece entender que cree que Grafalk está detrás de los daños a la esclusa Poe, ya que nos hemos pasado la tarde tratando de demostrar que pierde dinero. ¿Le importaría contarme qué está pasando?

– En otro momento. Tengo que hablar con una persona esta misma noche. Lo siento, ya sé que es una grosería abandonarle así, pero tengo que verla.

– ¿A dónde va? -preguntó Ferrant.

– A la Gold Coast.

Me dijo que se venía conmigo. Me encogí de hombros y me dirigí a la puerta. Ferrant trató de poner algo de dinero sobre la mesa, pero Sal se lo impidió.

– Ya me pagará Vic cuando tenga dinero -dijo.

Llamé a un taxi en Dearborn. Ferrant entró conmigo, preguntando aún qué estaba pasando.

– Se lo diré más tarde -dije-. Es una historia demasiado larga como para empezar a contarla dentro de un taxi.

Nos detuvimos ante un macizo edificio de ladrillo rosa pálido con esquinas de cemento blanco y contraventanas lacadas en blanco. Ya era de noche, pero las farolas de hierro forjado iluminaban la fachada del edificio.

Ferrant se ofreció a acompañarrme dentro, pero le dije que era algo que tenía que hacer sola. Se quedó mirándome mientras llamaba a la campanilla, colocada en una caja de cobre iluminada en el exterior de la puerta. Un teléfono interior se encontraba también dentro de la caja para comunicarse con los inquilinos. Cuando la voz de Paige me llegó metálica a través del micrófono, puse una voz aguda y le dije que era Jea



Las escaleras estaban alfombradas de azul con dibujo de rosas. Mis cansados pies se hundieron agradablemente en el pelo. Paige estaba esperándome en la puerta, en lo alto de las escaleras, vestida con su albornoz blanco, sin maquillar y con el pelo recogido con una toalla, como se lo había visto después de los ensayos.

– ¿Qué te trae por la ciudad, Jea

– Vamos a hablar, Paige. Una pequeña conversación íntima.

– No tengo nada que decirte. ¡Sal de aquí antes de que llame a la policía! -La voz le salía en un ronco susurro.

– Estás en tu casa. -Me senté en un amplio sillón tapizado de brocado color teja y contemplé la amplia y luminosa habitación que tenía a mi alrededor. Una alfombra persa cubría unos dos tercios del oscuro parquet. Cortinas de brocado dorado estaban recogidas a los lados de las ventanas que dominaban la calle Astor y bajo ellas colgaba una gasa transparente-. A la policía le va a interesar mucho tu papel en la muerte de Boom Boom. Llámales, por favor.

– Piensan que fue un accidente.

– Pero ¿y tú, querida Paige? ¿También tú lo piensas?

Volvió la cara, mordiéndose el labio.

– Jea

No dijo nada, pero se quedó mirando un cuadro de la pared oeste como si buscase inspiración en él. Parecía una copia muy buena de Degas. Que yo supiese, podía ser un original. Incluso a pesar de las pérdidas de la compañía naviera, Niels Grafalk podía permitirse regalarle a su amante ese tipo de chuchería.

– ¿Cuánto hace que eres amante de Grafalk?

Las mejillas se le colorearon de rojo.

– Qué comentario más ofensivo. No tengo nada que decirte.

– Entonces te lo diré yo. Corrígeme si me equivoco. Jea

– No sé nada acerca de la Grafalk Steamship Line.

– Tú y tu hermana sois tan puras, Paige… No queréis saber nada acerca de dónde viene vuestro dinero con tal de que haya suficiente para gastar.

– Apenas conozco a Niels Grafalk, Vic. Le he conocido en alguna reunión en casa de mi hermana. Si él y Clayton tenían algún tipo de acuerdo financiero, yo sería la última persona en enterarme.

– Y una mierda, Paige. Grafalk es el dueño de este apartamento.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó, sentándose de pronto en un sofá junto a mí-. ¿Te lo dijo Jea

– No, Paige. Tu hermana ha guardado tu secreto. Pero los títulos de propiedad son públicos en Chicago. Tenía curiosidad acerca de este lugar, ya que sospechaba que Windy City no podía permitirse pagarte tanto. Bueno, ¿por dónde iba? Ah, sí. Grafalk consiguió que Clayton le diese trato preferente. A cambio, Grafalk le ayudó a abrirse camino en la sociedad de Lake Bluff cuando se mudaron allí. Les introdujo en el Club Náutico y todo lo demás. Bien, naturalmente no te gusta que Jea

Paige habló en voz muy baja:

– Eres totalmente insufrible, Vic. No entiendes absolutamente nada de todo esto, ni del tipo de vida que llevo.

La interrumpí.

– Jea