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Un camión con remolque de setenta toneladas tocó la bocina detrás de mí. Di un salto en el asiento y me di cuenta de que casi había parado el Omega en el carril de en medio de la Ke

Eran las tres de la tarde y no había comido aún. Tras dejar el coche en el garaje subterráneo de Grant Park, me metí en el Spot, un pequeño bar y asador detrás de la Ajax, a tomarme un sandwich de pavo. Para celebrar la ocasión, me tomé también un plato de patatas fritas y una Coca-Cola. Mi bebida no alcohólica favorita, pero no suelo tomarla por eso de las calorías.

Crucé Adams para llegar al Edificio Ajax cantando «Todo va mejor con Coca-Cola» para mis adentros. Le dije al guardia que quería ver a Roger Ferrant -el hombre de la Lloyds- que estaba en la oficina de Riesgos Especiales. Tras hacerme esperar un poco -no encontraban el número de teléfono de Riesgos Especiales-, consiguieron dar con Ferrant. Le encantaría verme.

Con mi tarjeta de visitante prendida a la solapa subí hasta el piso cincuenta y tres. Ferrant salió del despacho de nogal a mi encuentro. Un mechón de pelo castaño le flotaba ante los ojos y se iba ajustando la corbata mientras se acercaba.

– Tiene noticias para nosotros, ¿verdad? -me preguntó ansioso.

– Me temo que aún no. Tengo que hacerles unas cuantas preguntas más que no se me habían ocurrido ayer.

Se le cayó la cara, pero dijo alegremente:

– Me imagino que no debo esperar milagros. Y ¿por qué iba usted a tener éxito donde han fallado el FBI, el Guardia Costera de los Estados Unidos y el Cuerpo de Ingenieros de la Armada?

Me condujo amablemente al despacho, que estaba aún más revuelto que el día anterior.

– Me quedo en la ciudad hasta que se haga la encuesta en el Soo el lunes que viene y luego vuelvo a Londres. ¿Cree que habrá solucionado el problema para entonces?

Hablaba en broma, pero yo dije:

– Tendré la respuesta dentro de veinticuatro horas. Pero no creo que le vaya a gustar.

Vio que estaba muy seria. Me creyera o no, dejó de reírse y me preguntó lo que podía hacer para ayudarme.

– Hogarth dijo ayer que era usted la persona que más sabía en el mundo acerca de los transportes en los Grandes Lagos. Quiero saber qué es lo que va a ocurrir ahora que esa esclusa está averiada.

– ¿Puede explicarme lo que quiere decir, por favor?

– El accidente de la esclusa debe de haber causado un gran impacto, ¿no? ¿O pueden seguir pasando los barcos a través de ella?

– Oh… bueno, los transportes no se han inmovilizado totalmente. Han cerrado las esclusas McArthur y Davis durante unos días mientras limpian los destrozos y las verifican, pero aún se puede utilizar la esclusa Sabin. Es la que está en la parte canadiense. Naturalmente, los barcos más grandes no podrán navegar por los lagos durante un año, o el tiempo que les lleve reparar la esclusa Poe. La Poe era la única en la que cabían los cargueros de mil pies.

– ¿Es eso muy importante? ¿Tiene un gran impacto financiero?

Se retiró el pelo de los ojos y volvió a aflojarse la corbata.

– La mayoría de los transportes se hacen entre Duluth y Thunder Bay y puertos más al sur. El sesenta por ciento de los cereales de Norteamérica pasa por esos dos grandes puertos en cargueros. Es una barbaridad de cereal, ¿sabe?, cuando uno piensa en todo lo que se produce en Manitoba y en la parte alta del Medio Oeste… Puede que unos setecientos millones de toneladas. Y luego está toda la producción de Duluth -frunció los labios al pensar en ello-. Por las esclusas del Soo pasan al año más cargamentos que por Panamá y Suez juntos, y sólo están abiertas nueve meses al año en lugar de todo el año, como los otros dos. Así que fíjese si habrá impacto financiero.

– Los cargamentos seguirán saliendo, pero los barcos pequeños tendrán ventajas, ¿no es así? -insistí.

Sonrió.

– Sólo hasta que vuelvan a poner la esclusa Poe en marcha. Ha habido mucho desconcierto, tanto en el mercado del cereal como entre los transportistas de los Grandes Lagos desde que la esclusa explotó. Volverán a tranquilizarse dentro de unas semanas, cuando se den cuenta de que la mayoría del tráfico no se verá afectado.

– Excepto para los transportistas que trabajan principalmente con barcos de mil pies.



– Sí, pero de esos no hay muchos. Naturalmente, los que trabajan con cereal, como la Eudora, están buscando para encontrar quién les lleve sus cargamentos en barcos pequeños, aunque sean barcos de 740 pies. Grafalk está consiguiendo muchas órdenes. No han aumentado las tarifas, de todos modos, cosa que está haciendo gente menos escrupulosa.

– ¿Es Grafalk una empresa rentable?

Me miró sorprendido.

– Son los transportistas más importantes de los lagos.

Sonreí.

– Ya lo sé. No hacen más que decírmelo. Pero, ¿ganan dinero? Tengo entendido que los barcos pequeños no son rentables, y son los que componen el total de su flota.

Ferrant se encogió de hombros.

– Nosotros aseguramos el casco. No sé decirle qué cantidad de mercancías transportan. Recuerde, sin embargo, que la rentabilidad es una cuestión relativa. Puede que Grafalk no gane tanto como una firma como American Marine, pero eso no quiere decir que no sea rentable.

Hogarth entró mientras hablábamos.

– ¿Por qué quiere saberlo, señorita Warshawski?

– No es curiosidad malsana solamente. ¿Saben? Nadie va a reivindicar la explosión; ni el FALN, ni los armenios. Si no es un acto cualquiera de terrorismo, tendría que tener una razón. Estoy tratando de encontrar la razón, aunque ésta sea conseguir los cargamentos de los grandes navios para los barcos pequeños como los que tiene Grafalk.

Hogarth parecía asombrado.

– Grafalk no, se lo aseguro, señorita Warshawski. Niels Grafalk procede de una vieja familia de navieros. Está dedicado a su flota, a sus negocios… y es un caballero.

– Eso es muy bonito -dije-. Le honra a usted. Pero han hecho saltar por los aires un barco de cincuenta millones de dólares, la industria naviera americana se ha conmocionado, aunque sea temporalmente, y se han interrumpido muchos negocios. No sé cómo interpretarían los tribunales una cosa así, pero alguien va a tener que pagar por estos trastornos. Resulta que Grafalk gana mucho con el accidente. Quiero saber el estado en que se encuentra su negocio. Si le va bien, entonces no tiene motivos.

Ferrant parecía divertido.

– Desde luego, busca usted el lado menos agradable de la naturaleza humana… Jack, tú sabes algo de cómo le van los negocios, ¿no? Busca en tus ficheros, mira cómo ha asegurado sus cargamentos y cuál es el seguro de indemnización de sus trabajadores.

Hogarth dijo tercamente que tenía que ir a una reunión y que eso le parecía una pérdida de tiempo.

– Entonces lo haré yo -dijo Ferrant-. No tienes más que decirme dónde están los ficheros y ya lo miro yo. La verdad es que creo que la señorita Warshawski ha tenido una idea interesante. Tendremos que comprobarlo.

Hogarth acabó llamando a su secretaria por el intercomunicador y le pidió que trajese los archivos pertenecientes a los últimos cinco años de la Grafalk Steamship.

– Pero no dejes que el chico se entere que lo has hecho. Se pone muy quisquilloso cuando está en juego el nombre de su familia.

Hogarth se marchó a su reunión y Ferrant hizo unas cuantas llamadas telefónicas mientras yo contemplaba los barcos sobre el lago Michigan. Monroe Harbor se estaba llenando rápidamente con su flota veraniega de barcos deportivos. Mucha gente aprovechaba el hermoso tiempo que estaba haciendo; el horizonte estaba lleno de velas blancas.

Después de unos veinte minutos de espera, una mujer de mediana edad vestida con un traje sastre austero, entró en la oficina empujando un carrito lleno de archivadores.