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EXTRACTO 17…Un tipo de tumor benigno, antes desconocido. Y yo sólo lo supe el otoño anterior, pero lo veía todos los benditos días, tomaba café con él, escuchaba sus risotadas marcianas, me quejaba de que estaba cansado de los forúnculos. Y no sospeché nada, nada en absoluto.

Y ahora, abrumado por esa inesperada piedad, no pude contenerme y dije, sabiendo que era inútil, que no obtendría respuesta:

— Fil, tú, ¿tú también estás bajo presión?

Por supuesto, no prestó atención a mi pregunta. Ni la escuchó. La tensión abandonó su semblante y desapareció en la aristocrática hinchazón, los párpados rojizos se aquietaron sobre los ojos, y volvió a chupar la pipa.

— No estoy parloteando — dijo—. Tu mismo te empujas a la locura. Inventaste tu supercivilización, y no puedes entender que eso es demasiado sencillo; es mitología contemporánea, y nada mas.

La piel me hormigueó. ¿Más complejo? ¿Peor, entonces? ¿Qué podía ser peor?

— Eres un astrónomo — continuó con tono de reproche—. Deberías conocer la paradoja fundamental de la xenología.

— La conozco. En su desarrollo, es muy probable que cualquier civilización…

— Etcétera — interrumpió él—. Es inevitable que hayamos observado rastros de su actividad, pero no fue así. ¿Por qué? Porque las supercivilizaciones no existen. Porque, por algún motivo, las civilizaciones no se convierten en supercivilizaciones.

— Sí, sí. La idea de que la razón se destruye a sí misma en las guerras nucleares. Es una gran tontería.

— Por supuesto que es una tontería — admitió con serenidad—. Y además es demasiado simplificado, demasiado primitivo en el reino de nuestra forma habitual de pensamiento.

— Espera. ¿Por qué sigues machacando con lo primitivo? Es claro que la guerra nuclear es un concepto primitivo. Pero no tiene por qué ser tan simple. Enfermedades genéticas, cierto aburrimiento ante la existencia, una reorientación de metas. Hay toda una bibliografía al respecto. Por mi parte, siento que las manifestaciones de las supercivilizaciones son de naturaleza cósmica, y que no podemos distinguirlas de los fenómenos cósmicos naturales. O toma nuestra situación, por ejemplo: ¿por qué dices que no es una manifestación de una supercivilización?

— Hmmm, demasiado humana. Han descubierto que los terráqueos están en el umbral del universo. Temen la competición, han decidido frenarla. ¿Es así?

—¿Por qué no?

— Porque eso es ficción. Ficción barata, con cubiertas baratas, de vivos colores. Es como tratar de meter a un pulpo en un par de pantalones de smoking. Y para colmo, no un pulpo común, sino un pulpo que ni siquiera existe.

Viecherovski movió la taza, apoyó el codo en la mesa, posó la barbilla en el puño, enarcó las cejas y miró el espacio, por sobre mi cabeza.

— Mira cómo resulta. Hace dos horas parecíamos haber llegado a una decisión. No importa qué fuerza actúa sobre nosotros, lo importante es cómo comportarnos bajo esa presión. Pero veo que no piensas para nada en eso; te obstinas en tratar de identificar la fuerza. Y con la misma terquedad vuelves a la hipótesis sobre la supercivilización. Estás dispuesto a olvidar — y ya olvidaste— tus débiles objeciones a esa hipótesis. Entiendo por qué te pasa eso. En el fondo de la mente tienes la idea de que cualquier supercivilización sigue siendo una civilización, y que dos civilizaciones siempre pueden llegar a un acuerdo, encontrar alguna especie de transacción, alimentar a los lobos y salvar a las ovejas. Y si sucede lo peor, siempre queda la dulce rendición a esa potencia hostil pero imponente, la noble retirada ante un enemigo digno de la victoria, y luego — las tretas del demonio— es posible, inclusive, recibir una recompensa por la razonable docilidad de uno. No me mires, con los ojos saliéndose de las órbitas, Dmitri. Dije que todo eso era subconsciente. ¿Y crees que eres el único? Es un rasgo muy, muy humano. Hemos rechazado a Dios, pero todavía no podemos erguirnos sobre las dos piernas sin apoyarnos en alguna muleta-mito. Sin embargo, tendremos que hacerlo. Deberemos aprender. Porque en tu situación, ¡no sólo no tienes amigos, sino que estás tan solo que ni siquiera tienes enemigos! Eso es lo que te niegas a entender.

Viecherovski calló. Traté de interrumpirlo, traté de encontrar argumentos para refutarle, de discutir con acaloramiento, con espumarajos en los labios… ¿pero para demostrar qué? No sé. El tenía razón. No es vergüenza admitirlo ante un oponente digno de uno. Quiero decir, eso no lo pensaba él, lo pensaba yo, o sea lo pensé de pronto, después de lo que dijo. Durante todo, el tiempo había tenido la sensación de ser el general de un ejército diezmado que vagaba en medio del fuego, buscando al general victorioso para entregarle mi espada. Que me molestaba menos mi situación, qué el hecho de no poder encontrar al general.

—¿Cómo que no hay enemigo? — dije por último—. Alguien quiso todo esto.

—¿Y quién quiso? — gangoseó Viecherovski— que cerca de la superficie de la tierra la piedra caiga con una aceleración de nueve ocho cero coma seis?

— No entiendo.





—¿Pero cae precisamente a esa velocidad?

— Sí.

—¿Y no metes a una supercivilización en ese asunto? ¿Para explicarlo?

— Espera. ¿Qué tiene que…?

—¿Quién quiso que la piedra cayese con exactitud a esa aceleración? ¿Quién?

Me serví más té. Me pareció que todo lo que tenía que hacer era sumar dos más dos, pero aun así no entendía nada.

—¿Quiere decir que nos encontramos ante una suerte de fuerza elemental? ¿Un fenómeno natural?

— Si te parece — respondió Viecherovski.

—¡Bueno, de veras! — Extendí las manos, derribé mi té y lo derramé en la mesa—. ¡Maldición!

Mientras limpiaba la mesa, Viecherovski continuó, con tono perezoso:

— Trato de hacer que los epiciclos se arrepientan, y trato de poner el sol, y no la tierra, en el centro de las cosas. Ya verás cómo todo ocupa su lugar.

Arrojé el trapo mojado al fregadero.

— Quiere decir que tienes una teoría.

— Sí, la tengo.

— Bien, oigámosla. De paso, ¿por qué no nos la dijiste enseguida? ¿Mientras Weingarten estaba aquí?

Las cejas de Viecherovski se movieron.

—¿Sabes? toda nueva teoría tiene un defecto: siempre crea una cantidad de discusiones, y yo no me sentía con ganas de discutir. Sólo quería asegurarles que se veían frente a una decisión, y que cada uno debía hacer esa elección por su cuenta, solo. En apariencia, no lo conseguí. Y creo que mi teoría habría servido como argumento adicional, porque su médula — en rigor la única conclusión que se puede extraer de ella— consiste en que ahora no sólo no tienen amigos, sino que tampoco tienen enemigos. De modo que quizá me equivoqué. Tal vez habría debido meterme en una discusión agotadora, que dejase más en claro la situación de ustedes. Tal como yo las veo, las cosas están así…

No puedo decir que no entendí su teoría, pero tampoco me es posible afirmar que la haya captado del todo. No puedo decir que su teoría me convenciera por completo, pero por otro lado todo lo sucedido encajaba muy bien en ella. Más aun, todo lo que alguna vez ocurrió, ocurría y ocurrirá siempre en el universo encajaba en ella… esa era la debilidad de la teoría. Olía a la afirmación de que la cuerda es sencillamente una cuerda.

Viecherovski introdujo el concepto del Universo Homeostático. «El universo conserva su estructura": ese era su axioma fundamental. Según sus palabras, las leyes de conservación de la energía y de la materia no eran otra cosa que manifestaciones discretas de la ley de conservación de la estructura. La ley de la entropía no decreciente contradice la homeostasis del universo, y por lo tanto es una ley parcial, y no universal. Complementaria de dicha ley era la de la reproducción constante de la razón. La combinación y el conflicto de esas dos leyes parciales eran una expresión de la ley universal de la conservación de la estructura.