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– Dígame algunos nombres. De los perversos de la Brigada.

Los recitó como si fuera un chico, en un examen aprendido de memoria. De un modo automático. Nervioso. Con la lista aprendida de carrerilla.

– ¿Alguno más?

– ¿No son suficientes?

En eso tenía razón. Había citado a un director de cine bien conocido, a un ayudante del fiscal del distrito, un político importante, uno de esos que deberían estar tras las escenas pero que lograba permanecer en el candelero, abogados de grandes empresas, doctores, banqueros, grandes propietarios de terrenos. Hombres cuyos nombres acostumbraban a aparecer en la prensa cuando donaban algo o les daban un premio por sus actos humanitarios. Hombres cuyos nombres en una lista de adhesiones a una candidatura política significaban votos. Había como para poner por un tiempo a la alta sociedad de Los Ángeles boca abajo.

– ¿No irá a olvidar todo esto cuando la policía le interrogue, Tim?

– ¡No! ¿Por qué iba a hacerlo? Quizá si coopero logre inmunidad… me dejen libre.

– No va a salir usted libre. Acéptelo. Pero al menos – añadí -, no acabará fertilizando el campo de coles de McCaffrey.

Consideró esto. Debía de resultarle difícil considerar lo bien que estaba, con las cuerdas erosionándole las muñecas y tobillos.

– Escuche -me dijo -. Yo le he ayudado a usted. Ahora ayúdeme a mí, a lograr un trato. Cooperaré… yo no he matado a nadie.

El poder que me atribuía era ficticio. Pero, de todos modos, lo utilicé.

– Haré lo que pueda -le dije magnánimamente -, pero en buena medida depende de usted. Si la niña Qui

– ¡Entonces vaya allí, por Dios! ¡Sáquela de ese lugar! No le doy más de un día. Gus se ocupará de ello: tendrá un accidente y jamás hallarán el cadáver. Es cuestión de tiempo. Gus está seguro de que ella ha visto demasiado.

– Dígame cómo puedo sacarla de allí sana y salva. Apartó la vista.

– Le mentí acerca de dónde estaba. No es en el edificio más alejado, sino en el anterior, el que tiene la puerta azul. Una puerta de metal. Tengo la llave de la cerradura en mis pantalones claros. Están colgados en el armario de mi habitación.

Le dejé, fui a buscarla y regresé haciendo oscilar la llave.

– Lo está haciendo muy bien, Tim.



– Estoy siendo sincero con usted. Sólo le pido que me ayude.

– ¿Hay alguien con ella?

– No. No hay necesidad. Will la tiene bajo sedantes. La mayor parte del tiempo está sin sentido, o dormida. Mandan a alguien a que la alimente, a limpiarla. Está atada a la cama. La habitación es un bloque sólido de cemento. Ünicamente hay una salida… a través de la puerta. Sólo hay un tragaluz, que tienen abierto. Si se cierra, quien esté dentro muere sofocado en cuarenta y ocho horas.

– ¿Podría entrar Will Towle en La Casa sin levantar sospechas?

– Seguro. Tal como le dije, tiene guardia las veinticuatro horas del día, por si los Caballeros se portan demasiado mal con los crios. La mayor parte de las veces no es nada grave: rasguños, moretones. A veces a los crios les da un ataque y entonces les da Valium o Mellaril, o una dosis de Thorazine. Sí, él podría aparecer por allí en cualquier momento.

– Bien. Va usted a llamarle, Tim. Le va a decir que tiene que hacer una de esas visitas de emergencia. Quiero que entre en La Casa una media hora después de que oscurezca… digamos que a las siete treinta. Asegúrese que estará en punto. Y solo. Quiero que suene convincente…

– Resultaría más convincente si pudiera moverme un poco.

– Tendrá que contentarse con lo que tiene. Tengo confianza en usted, use su experiencia dramática. Lo hizo usted muy bien como Bill Roberts.

– ¿Cómo lo sa…?

– No lo sabía. Fue una buena suposición. Usted es un actor bien enseñado, así que era perfecto para ese papel. ¿También incluía el personaje el matar a Hickle?

– Eso es historia pasada -me contestó-. Sí, yo hice la llamada. El montarlo todo en su oficina fue idea de Hayden, una de sus bromas. Es un tío con muy mala leche. Con un sentido del humor muy retorcido. Pero, como le he dicho antes, yo nunca he matado a nadie. En lo de Hickle, ni estaba allí. De eso se ocuparon Hayden y el primo Will. Ellos, y Gus, decidieron cerrarle la boca… la misma historia de siempre, supongo. Hickle era miembro de la Brigada, uno de los primeros. Pero además trabajaba en su tiempo libre a los niños del parvulario de su esposa.

«Recuerdo que, después de que lo detuviesen, los tres se reunieron para hablar de ello. Gus estaba gritando airado: "¡Ese estúpido cabezota! ¡Yo le suministro a ese cabeza de chorlito el bastante coño sin pelos como para tenerlo sonriendo todo el resto de su vida, y va y hace una cosa tan estúpida como ésa!" Tal como veo yo la cosas, a Hickle siempre lo habían considerado como débil y estúpido, fácilmente influenciable. Estaban seguros de que, una vez empezase a hablar de lo del jardín de infancia, ya no sabría cerrar la boca y haría que todo se fuera al traste. Tuvieron que liquidarlo.

»E1 modo en que lo hicieron fue que Hayden le llamara y le dijese que tenía buenas noticias. Hickle le había pedido a Hayden que tratase de enchufarle con el fiscal del distrito, lo cual ya demuestra lo tonto que era. Quiero decir que, en ese momento, Hickle era noticia de primera página. Y sólo el admitir que uno lo conocía era ya llenarse de mierda. Pero él había llamado a Hayden, para pedirle ayuda. Hayden hizo ver que iba a ayudarle. Y un par de días después le llamó y le dijo que sí, que tenía buenas noticias, que podía enchufarle. Se encontraron en casa de Hayden, muy en secreto, sin nadie por allí. Por lo que he podido descubrir, Will le puso algo en el té… ese tipo no bebía alcohol. Algo que uno podía controlar perfectamente en el tiempo y cuyos efectos desaparecían, de modo que era muy difícil descubrir trazas, a menos de que uno lo estuviera buscando específicamente. Will calculó la dosis, es muy bueno con esto. Y cuando Hickle hubo perdido el conocimiento lo trasladaron a la casa de usted. Hayden forzó la cerradura, es todo un manitas, incluso hace espectáculos de magia para los niños en La Casa. Se disfraza de payaso, Blimbo el Payaso, y hace sus juegos de manos.»

– Olvídese de la magia. Siga con Hickle.

– Eso es todo: le metieron allá dentro y simularon un suicidio. No sé quién apretó el gatillo; no estaba allí. Lo único por lo que sé algo es porque hice el papel de Bill Roberts y unos días más tarde Gus me contó de qué iba todo. Estaba en uno de esos momentos de humor muy negro, cuando habla como un auténtico megalomaníaco. «No creas que tu primo el doctor es puro y noble, chico», me dijo. «Yo podría quemarle el culo y quemarles el culo a un montón de gente pura y noble con una sola llamada telefónica». Se pone de esa manera, en contra de los ricos, cuando recuerda lo pobre que fue y cómo nosotros, los ricos, lo maltratábamos. Aquella noche, después de que hubieron matado a Hickle, estábamos sentados en su oficina. El bebía ginebra y comenzó a recordar cuando él trabajaba para el señor Hickle, el padre de Stuart; lo hacía desde que era niño. El era huérfano y algún tipo de organización caritativa había hecho algo que, básicamente, equivalía a haberlo vendido a los Hickle, como si fuera un esclavo. Dijo que el viejo Hickle había sido un monstruo. Tenía un carácter de mil diablos, y le gustaba tratar a la servidumbre a patadas. Me explicó cómo lo soportó todo, cómo mantuvo la vista bien alerta, enterándose de todos los secretos sucios de la familia, como las rarezas de Stuart y otras cosas… lo fue archivando todo y lo utilizó para salir de Brindamoor, para conseguir el trabajo en Jedson. Lo recuerdo sonriéndome, medio borracho, con cara de loco. «Descubrí muy pronto», me dijo, «que el conocimiento es poder.» Luego habló acerca de Earl, de cómo aquel individuo estaba tarado, pero haría cualquier cosa por él. «Se comería mi mierda y diría que es caviar», me dijo. «Eso es poder.»