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– Ahórrese las descripciones intelectuales y explíqueme cómo mató a Bruno.
– Lo sabe todo, ¿no es así?
– Lo que me falta por saber me lo va a contar usted – hice un gesto en el aire con la pistola-. Bruno.
– Lo hicimos… lo hicieron la noche después de despachar al doctor y a la profesora. Halstead no quería que Earl le acompañase, pero Gus insistió. Dijo que era mejor que fueran dos para aquel trabajo. Tengo la sensación de que los dominaba, enfrentándolos el uno contra el otro. Esta vez ni fui, Halstead condujo y asesinó. Usó un palo de béisbol del almacén de suministros deportivos. Yo estaba allí cuando regresó y se lo contó a Gus: encontraron al vendedor cenando y lo mataron a golpes en la misma mesa. Earl se comió lo que quedaba de cena.
Dos asesinatos echados sobre la conciencia de dos hombres muertos. Todo perfecto. Aquello olía mal, y se lo dije.
– Así es como fueron las cosas. No estoy diciendo que yo sea totalmente inocente. Sabía lo que iban a hacer cuando les llevé a la casa del matasanos. Y les di la llave del apartamento. Pero yo no cometí ninguno de los asesinatos.
– ¿Y cómo consiguió la llave?
– Me la dio el primo Will. No sé de dónde la sacó él.
– Muy bien. Ya hemos hablado del quién, ahora hablemos del porqué de toda esta carnicería.
– Suponía que ya lo sabía…
– No suponga ni una higa.
– De acuerdo, de acuerdo. Es por la Brigada, que es una tapadera para los que gustan de abusar sexualmente de niños. El médico ese y la chica lo descubrieron y estaban haciéndoles chantaje. ¡Qué estúpidos que fueron al creer que iba a salirles bien!
Recordé las fotos que Milo me había mostrado aquel primer día. Habían pagado un precio demasiado alto por su estupidez.
Aparté las sangrientas imágenes de mi mente y volví con Kruger.
– ¿Todos los Caballeros son unos pervertidos?
– No. Sólo una cuarta parte, el resto son gente totalmente honrada. Eso hace que sea más fácil disimularlo todo, al ocultar a los pervertidos entre los demás.
– ¿Y los crios nunca hablan?
– No hasta que… escogemos con mucho cuidado a los que los pervertidos se llevan a casa, sobre todo a aquellos que no pueden hablar, defenderse. Los retrasados mentales, o los que no saben inglés, los que tiene grandes problemas mentales. A Gus le encantan los huérfanos porque no tienen lazos familiares, nadie se preocupa por ellos.
– ¿Fue Rodney uno de los elegidos?
– Ajá
– ¿Y su miedo al doctor tenía algo que ver con eso?
– Aja. Uno de los raros se pasó un tanto a lo bestia con él. Un cirujano. Gus les aconseja que se vayan con cuidado, que no sean muy brutos. No quiere que los niños sufran mucho… la mercancía estropeada pierde su valor. Pero no siempre le hacen caso. Esos tipos no son normales, ¿sabe?
– Los sé -la ira y el asco me hacía difícil ver las cosas claras. El patearle la cabeza hasta hundirla huviera sido satisfactorio, en lo que a los instintos primarios se refiere, pero ése era un placer que iba que tener que negarme a mí mismo.
– Yo no soy uno de ellos -insistía, sonando como si estuviera convencido de ello-. En realidad, creo que es algo repugnante.
Me incliné y lo agarré por el cuello.
– ¡Pero les ha ayudado en todo, jodido cabrón!
Su rostro se amorató, con sus ojos desorbitándose. Le solté la cabeza. Cayó al suelo. Lo golpeó con la nariz, que empezó a sangrar. Se agitó en sus ligaduras.
– No me lo diga: sólo estaba cumpliendo órdenes.
– ¡No lo entiende! -sollozó. Verdaderas lágrimas, que se mezclaban con el bigote de sangre que le salía de la nariz, dándole un aspecto patético. Si no hubiera sido por su especialización en arte dramático, quizá me hubiera impresionado-: Gus me recogió cuando todos los demás, mis llamados amigos y mi familia, me dejaron de lado por aquello de Saxon. Y podrá pensar lo que quiera, pero no fue un asesinato. Fue un… accidente… Saxon no era una víctima inocente. El también quería matarme a mí… y ésa es la pura verdad.
– Él no se encuentra en posición de defender su caso.
– ¡Mierda! Nadie me creyó. Excepto Gus. Él sabía cómo podían ser las cosas en aquel lugar. Todos pensaron que yo era la oveja negra… la vergüenza de la familia y todas esas mamonadas. Él me dio responsabilidades. Y yo estuve a la altura de sus esperanzas: demostré lo que valía, demostré que uno no necesita un título universitario. Todo era perfecto, yo llevaba La Casa tan perfectamente como…
– Sí, es usted un perfecto matón nazi, Tim. Pero lo que quiero son respuestas…
– Pregunte -dijo cansinamente.
– ¿Desde cuánto hace que la Brigada es una tapadera para los pervertidos sexuales?
– Desde el principio.
– ¿Cómo en Méjico?
– Justo como allá. Pero por lo que él contaba, allá abajo la policía lo sabía todo. Lo único que tenía que hacer era entregar unos cuantos sobornos. Y le dejaban que llevase allá hombres de negocios ricos de Acapulco: japoneses, muchos árabes… para que se entretuviesen con los niños. Aquel lugar se llamaba La Casa Cristiana del Padre Agustino, o algo parecido en español. Todo fue a las mil maravillas durante mucho tiempo, hasta que un nuevo comisario de policía, una especie de beato, muy religioso, se hizo cargo y no le gustó ni pizca lo que descubrió. Gus afirma que el tipo le sacó miles de dólares como soborno y luego le traicionó, cerrando el lugar de todos modos. Entonces vino aquí arriba y montó la barraca. Se trajo al loco de Earl con él.
– ¿Earl era su hombre de confianza en Méjico?
– Aja. Supongo que era el que movía toda la mierda. Seguía a Gus como un perrito. El tipo hablaba español como un demente… quiero decir que tenía buen acento, pero que todo lo que decía era incomprensible… estamos hablando de alguien con el cerebro dañado. Un robot con muchos tornillos sueltos.
– De todos modos, McCaffrey lo hizo asesinar. Kruger hizo lo más aproximado a alzarse de hombros que le permitían las cuerdas.
– Ya irá conociendo a Gus. Es frío. Ama el poder. Métase en su camino y está perdido. Todos esos matones no tenían ninguna posibilidad.
– ¿Cómo se lo montó tan rápido en Los Ángeles.
– Enchufes.
– ¿El primo Willie?
Dudó. Le hurgué con la 38.
– Sí, él. Y el juez Hayden. Y algunos otros. Uno parecía llevarle a otro. Cada uno de ellos conocía al menos a otro pervertido oculto. Resultaba asombroso cuanta gente de esa hay. El que el primo Will lo fuera resultó una sorpresa para mí, porque lo conocía muy bien. Siempre me pareció un tipo de esos tan rectos, más cristianos que Cristo. Mis padres siempre me lo ponían como un ejemplo a seguir: el bueno y famoso primo médico -rió roncamente-. Y el tipo es un jodeniños. Más risas.
– Aunque la verdad es que no puedo decir que le haya visto llevarse un chico a casa… yo era el que preparaba las salidas y nunca le preparé una a él. Lo único que sé es que les ponía parches a los chicos dañados siempre que le llamábamos. De todos modos, debe de estar tan enfermo como los otros pues de lo contrario, ¿para qué le iba a estar lamiendo el culo a Gus?
Ignoré la pregunta y le hice una mía:
– ¿Cuánto tiempo hacía que duraba el chantaje?
– Algunos meses. Como ya le he dicho, filtrábamos a los chicos, para asegurarnos de que no hablaran. En una ocasión metimos la pata. Había un chico, un huérfano, justo perfecto. Todo el mundo pensaba que era mudo. Jesús, a nosotros nunca nos habló. Le hicimos tests de audición y palabra, el gobierno paga todas esas cosas, y los resultados siempre eran los mismos. Mudo. Estábamos seguros, y nos equivocamos. El chico hablaba, ya lo creo. Le contó todo a la profesora. Ella no se lo podía creer, y se lo contó al primo Will, que era el médico del crío. No sabía que él también estaba metido en el asunto, y que se lo contaría a Gus.
Y Gus hizo que lo mataran. A Cary Nemeth.
– ¿Y qué pasó entonces?