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Estas ridículas conjeturas del capitán eran acogidas como verdades incontrovertibles por los tripulantes. El encuentro de dos civilizaciones surgidas en diferentes ángulos del Universo debería conducir, a juicio del capitán, a la subordinación de la una por la otra y a la victoria de aquella que poseyese las armas más potentes. El encuentro en el espacio significaría únicamente comercio o guerra. Nada más cabía en la mente del autor. Bien pronto se esclareció que los otros eran muy parecidos a los hombres de la Tierra, aunque veían solamente a la luz infrarroja y se intercomunicaban por ondas hertzianas. Eso no fue óbice para que la gente de la Tierra descifrase en el acto el lenguaje de los extranjeros y comprendiera sus pensamientos. Púsose en claro que el capitán de la otra nave, guiado por conocimientos sociales tan primitivos como los de la gente de la Tierra, había estado devanándose los sesos ante el problema de cómo escapar vivos de aquella espantosa situación, sin destruir la nave de la Tierra.

En otras palabras, la magnífica y tan esperada ocasión que se brindaba para el primer encuentro de representantes de dos mundos distintos amenazaba con transformarse en una terrible tragedia. Las dos naves pendían en el espacio a una distancia de cerca de setecientas millas y hacía ya más de dos semanas que sostenían negociaciones a través de un robot de forma esférica.

Ambos capitanes hacíanse mutuas protestas pacíficas, aunque cada uno no ocultara que desconfiaba del otro. La situación habría sido desesperante, de no haber intervenido en ella el protagonista de la obra: un joven astrofísico. Ocultando entre la ropa bombas de terrible fuerza destructiva, el capitán y él se trasladaron a la otra nave espacial con el pretexto de visitarla. Una vez allí, presentaron este ultimátum: parte de la tripulación debía pasar a la de los habitantes de la Tierra, y viceversa, previa inutilización de todos los cañones antimeteoríticos; los grupos trasladados estudiarían el manejo de los diversos aparatos y las naves intercambiarían también su inventario. Entretanto, los dos héroes, con sus bombas, quedarían en la astronave para destruirla a la primera señal de traición. El capitán aceptó las condiciones del ultimátum, y el intercambio de naves se hizo sin incidentes. La astronave negra con los seres terrenales a bordo y la nave terrena con sus nuevos tripulantes, alejáronse del lugar del encuentro hasta perderse en la vaga luminosidad de la nebulosa...

Al llegar al fin de esta historia, la biblioteca llenóse de voces. Durante la propia lectura, ya uno u otro de los jóvenes astronautas había dado muestras de impaciencia y desacuerdo. Tenían que hacer enormes esfuerzos para no incurrir en una falta de educación tan grande, como interrumpir al lector. Todos se dirigían al capitán, como si éste tuviese algo que ver con aquella vieja historia, extraída de las lejanías del pasado.

La mayoría de los astronautas hacía notar la contradicción entre el tiempo de la acción y la psicología de los personajes. Si la nave espacial, en tres meses de viaje había podido alejarse de la Tierra una distancia de cuatro mil años luz, el tiempo en que se desarrollaba la acción debía incluso ser posterior al presente, puesto que nadie había llegado hasta entonces a tales regiones del Universo... Pero el modo de pensar y de conducirse de aquellos hombres, tal como estaban descritos, no se distinguían de los usuales muchos siglos antes, en tiempos del capitalismo.

No faltaban, además, los errores puramente técnicos. Por ejemplo: las astronaves no podían parar con tanta rapidez como suponía el escritor. Tampoco era posible que dos seres racionales se comunicasen entre sí por ondas hertzianas. Si el planeta desconocido estaba rodeado de una atmósfera casi igual de densa que la terrena, como se indicaba en el relato, sus habitantes deberían tener un oído tan desarrollado como los pobladores de la Tierra. Eso hubiera requerido un gasto mucho menor de energía que la comunicación por ondas de radio o biocorrientes. Era asimismo imposible descifrar tan rápidamente el lenguaje de aquellos seres extraños con la exactitud requerida para su codificación en la máquina de traducir.

Tey Eron señaló que el autor del relato debía poseer escasos conocimientos del Cosmos. Y eso era muy extraño, puesto que, decenas de años antes, el gran sabio antiguo Tsiolkovsky había advertido ya a la humanidad que el Universo estaba constituido de forma mucho más compleja de lo que se suponía. En contra de la opinión de los pensadores dialécticos, algunos hombres de ciencia creían haber alcanzado ya casi el límite de lo cognoscible.





Con el correr de los siglos, múltiples descubrimientos revelaron la infinita complejidad de los fenómenos en su interdependencia, alejando y retardando de este modo el proceso de conocimiento del Cosmos. Al propio tiempo, la ciencia halló numerosas vías para la solución de difíciles problemas técnicos y de otro orden. Un ejemplo de ello era la creación de la astronave pulsacional, que parecía no atenerse a las conocidas leyes del movimiento. En la solución de problemas insolubles desde el punto de vista de la lógica matemática, residía precisamente el poderío del futuro. Pero el autor de El Primer Contacto no había tenido en cuenta lo más mínimo la inabarcabilidad del saber, implícita en las simples fórmulas de los grandes dialécticos de su tiempo.

— Hay una particularidad más, en la que nadie se ha fijado — dijo Yas Tin, por lo común poco hablador—. El relato está escrito en inglés. El autor ha dado nombres y apodos ingleses a sus personajes, y empleado las expresiones humorísticas propias de este idioma. Y eso no es ninguna casualidad. Soy aficionado al estudio de las lenguas y conozco el proceso de formación de la primera lengua mundial. El inglés tuvo mucha difusión en el pasado. Y el escritor reflejó, como en un espejo, la absurda creencia de que las formas sociales son inmutables y eternas. El lento desarrollo del antiguo mundo esclavista o de la sociedad feudal fue erróneamente interpretado como prueba de la estabilidad de todas las formas de relaciones sociales, incluidas las lenguas y las religiones, así como del último de los regímenes anárquicos: el capitalismo. El peligroso desequilibrio social del postrer período del capitalismo considerábase invariable. El inglés era ya entonces una lengua arcaica, pues representaba en realidad dos idiomas — el escrito y el fonético— , ambos totalmente inservibles para las máquinas de traducir. ¡Cómo no había comprendido el autor que, con la misma profundidad y rapidez con que cambiaban las relaciones entre los seres humanos y sus conceptos del mundo, modificábase también el idioma!

»— El sánscrito, lengua antigua casi totalmente relegada al olvido, resultó tener la estructura más lógica, por cuya razón fue tomado como base del idioma intermediario para las máquinas traductoras. Poco después ese idioma daba origen a la primera lengua mundial, que con el correr del tiempo sufrió aún muchas modificaciones. Las lenguas occidentales habían tenido una corta existencia. Todavía menos vivieron los nombres de las personas, tomados de las leyendas religiosas y de idiomas hacía tiempo desaparecidos.

Mut Ang también quiso dar su opinión:

— Yas Tin ha señalado lo más importante. La ignorancia y los métodos falsos en la ciencia son un gran mal; peor aún son la rutina y la obstinación en defender formas sociales que han fallado a todas luces ante los propios ojos de los contemporáneos. La causa de este rutinarismo, aparte de los raros casos de simple ignorancia, residía en el interés egoísta de prolongar la existencia de un régimen social cuyos beneficios eran disfrutados por una escasa minoría. Eso explica la indiferencia con que los defensores del estancamiento social miraban los intereses de la humanidad, la suerte de todo el planeta y de sus recursos energéticos, así como la salud de la población.