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El incidente en el que Gu

McCaleb se fijó en que el jefe de la investigación había sido el detective Harry Bosch. Años antes, McCaleb había trabajado con Bosch en un caso, una investigación en la que todavía pensaba con frecuencia. Bosch había sido brusco y reservado a veces, pero sin duda era un buen policía, con intuición, instinto y excelentes dotes de investigador. De hecho, habían conectado de algún modo en la agitación emocional que el caso había provocado en ambos. McCaleb anotó el nombre de Bosch en la libreta para acordarse de llamar al detective por si tenía alguna idea sobre el caso.

Volvió a leer los resúmenes. Considerando el historial de Gu

Los detectives revisaron los anuncios de contactos de la prensa local en busca de anuncios de Gu

Finalmente, los detectives siguieron la remota pista de investigar a la familia y las compañeras de la prostituta muerta seis años antes. Aunque Gu

Pero esto también era un callejón sin salida. La familia de la víctima era de Filadelfia y había perdido el contacto con la joven años antes. Ningún pariente se había presentado siquiera a reclamar el cadáver antes de que fuera incinerado a cargo de los contribuyentes. No había ninguna razón para que buscaran venganza por un asesinato de seis años antes cuando ni siquiera se habían preocupado por él.

La investigación se había topado con la pared una vez tras otra. Un caso que no se resolvía en las primeras cuarenta y ocho horas tenía menos de un cincuenta por ciento de posibilidades de solucionarse. Un caso no resuelto en dos semanas era como un cadáver sin reclamar en el depósito: iba a quedarse en la nevera durante mucho tiempo.

Y por eso Winston había acudido finalmente a McCaleb. El era el último recurso en un caso sin esperanza.

Después de terminar con los resúmenes, McCaleb decidió tomarse un descanso. Miró el reloj y vio que eran casi las dos. Abrió la puerta del camarote y subió al salón. Las luces estaban apagadas. Buddy, al parecer, se había ido a acostar en el camarote principal sin hacer ningún ruido. McCaleb abrió la nevera y miró en el interior. Había un retráctil de seis cervezas que habían quedado de la excursión de pesca, pero no le apetecía. Había también un brick de zumo de naranja y agua mineral. Cogió el agua y atravesó el salón para ir al puente de mando. Siempre hacía frío en el agua, pero esa noche parecía especialmente gélida. Cruzó los brazos ante el pecho y miró a través del puerto y hacia la colina hasta la casa donde su familia dormía. Sólo había una bombilla encendida en la terraza de atrás.





Sintió una punzada de culpa. Sabía que a pesar del profundo amor que sentía por la mujer y los dos niños que descansaban tras aquella solitaria luz, prefería estar en el barco con el expediente de un asesinato que durmiendo en la casa. Trató de apartar esta idea y las preguntas que planteaba, pero no logró ocultarse a sí mismo la conclusión esencial de que había algo que fallaba en él, algo que faltaba. Era algo que le impedía aceptar aquello por lo que luchan la mayoría de los hombres.

Volvió al interior de la embarcación. Sabía que sumergirse en los informes del caso le haría olvidar la sensación de culpa.

El informe de la autopsia no contenía sorpresas. La causa de la muerte era, como McCaleb había adivinado al ver el vídeo, hipoxia cerebral debida a la compresión de las arterias carótidas por estrangulación por ligadura. La hora de la muerte se fijó entre la medianoche y las tres de la mañana del 1 de enero.

El ayudante del forense que realizó la autopsia señaló que las lesiones internas en la garganta eran mínimas. Ni el hueso hioide ni el cartílago tiroideo presentaban roturas. Este hecho, unido a las múltiples marcas de atadura en la piel, llevaron al forense a concluir que Gu

McCaleb pensó en ello y se preguntó si el asesino habría permanecido en el apartamento durante todo ese tiempo, contemplando la agonía desesperada de la víctima. O tal vez había preparado la ligadura y se había marchado,, posiblemente para poner en marcha algún tipo de coartada; quizá había acudido a una fiesta de fin de año, con objeto de tener numerosos testigos dispuestos a declarar que estaba con ellos en el momento de la muerte de la víctima.

Entonces recordó el cubo y decidió que el asesino se había quedado. Cubrir la cabeza de la víctima era algo frecuente en los asesinatos con motivación sexual o de rabia: el agresor cubre la cara de la víctima como forma de deshumanizar a ésta y evitar el contacto visual. McCaleb había trabajado en decenas de casos en los que había notado este fenómeno: mujeres que habían sido violadas y asesinadas con un camisón o un almohada tapándoles la cara, niños con la cabeza envuelta en una toalla… Habría podido llenar la libreta con un lista de ejemplos, pero en lugar de eso, se limitó a escribir una línea en la página, debajo del nombre de Bosch.

SUDES se quedó todo el tiempo observando.

El sujeto desconocido, pensó McCaleb. Nos volvemos a encontrar.

Antes de seguir adelante, McCaleb buscó dos datos más en el informe de la autopsia. El primero era la lesión en la cabeza. Encontró una descripción de la herida en los comentarios del forense. La laceración peri mortem era circular y superficial. La herida era mínima y fue, según el informe, posiblemente defensiva.

McCaleb desechó la posibilidad de que se tratara de una herida defensiva. La única sangre de la moqueta en la escena del crimen era la que había salpicado del cubo después de que éste fuera colocado sobre la cabeza de la víctima. Además, la sangre había resbalado desde la coronilla hasta el rostro de la víctima, lo cual indicaba que la cabeza estaba inclinada hacia adelante. La conclusión de McCaleb fue que Gu