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– Ah…, es esa agente de la condicional -dijo Corazón-. Le dispararon el año pasado. Aquel pistolero de Las Vegas.

– Sí, sí-dijo Bosch al recordar el caso-. Ha vuelto.

Se fijó en que no había ninguna cámara de televisión grabando el homenaje. Una mujer recibía un disparo en acto de servicio y luego conseguía volver al trabajo. Aparentemente no merecía la pena gastar cinta de vídeo en eso.

– Bienvenida -dijo Bosch.

El coche de Corazón estaba en la segunda planta. Era un Mercedes deportivo de un negro reluciente.

– Ya veo que el trabajo externo te está yendo bien -dijo Bosch.

Corazón asintió.

– En mi último contrato conseguí que me dieran cuatro semanas de licencia profesional. Y les estoy sacando provecho. Juicios, tele, ese tipo de cosas. También presenté un caso en esa serie de autopsias de la HBO. Lo pasarán el mes que viene.

– Teresa, antes de que nos demos cuenta vas a ser mundialmente famosa.

Ella sonrió, se acercó a él y le enderezó la corbata.

– Ya sé!o que opinas de eso, Harry. Está bien.

– Lo que piense yo no tiene importancia. ¿Eres feliz?

Ella asintió.

– Mucho.

– Entonces me alegro por ti. Será mejor que vuelva a entrar. Ya nos veremos, Teresa.

Ella de repente se puso de puntillas y lo besó en la mejilla. Hacía mucho tiempo que nadie lo besaba de ese modo.

– Espero que lo consigas, Harry.

– Sí, yo también.

Bosch bajó del ascensor y se dirigió a la sala del Departamento N. Vio un montón de gente agolpada ante el cordón de la puerta: personas que esperaban que quedara libre un asiento del público. Había unos cuantos periodistas cerca de la puerta abierta de la sala de prensa, pero todos los demás estaban en sus puestos, viendo el juicio.

– ¿Detective Bosch?

Bosch se volvió. De pie ante un teléfono público estaba Jack McEvoy, el periodista al que había visto el día anterior. Se detuvo.

– Lo he visto salir y tenía la esperanza de atraparle.

– He de volver a entrar.

– Ya lo sé, sólo quería decirle que es muy importante que hable con usted de algo. Cuanto antes mejor.

– ¿De qué está hablando? ¿Qué es tan importante?

– Bueno, es sobre usted.

McEvoy se acercó más a Bosch para de este modo poder bajar la voz.

– ¿Qué pasa conmigo?

– ¿Sabe que el departamento del sheriff lo está investigando?

Bosch miró por el pasillo hacia la puerta de la sala y luego otra vez a McEvoy. El periodista estaba sacando lentamente un bloc y un bolígrafo. Estaba preparado para tomar notas.

– Espere un momento. -Bosch puso la mano en el bloc-. ¿De qué está hablando? ¿Qué investigación?

– Edward Gu

Bosch se quedó mirando al periodista y su boca se abrió ligeramente.

– Estaba pensando que tal vez quiera hacer comentarios sobre esto. Bueno, defenderse. Voy a escribir un artículo para la edición de la semana próxima y quería que tuviera la oportunidad de decir…

– No, sin comentarios. Tengo que volver a entrar.





Bosch se volvió y dio unos pasos hacia la sala, pero entonces se detuvo. Regresó hasta McEvoy, que estaba escribiendo en el bloc.

– ¿Qué está escribiendo? Yo no he dicho nada.

– Ya lo sé. Eso es lo que estoy escribiendo.

McEvoy levantó la mirada del bloc para mirarlo.

– Ha dicho la semana que viene -dijo Bosch-. ¿Cuándo se publica?

– El New Times sale a la calle todos los jueves por la mañana.

– Entonces, ¿hasta cuándo tengo tiempo si decido hablar con usted?

– Tiene hasta el miércoles por la mañana. Pero eso sería apurando al máximo. Ya no podría hacer mucho, más que poner algunas citas. El momento de hablar es ahora.

– ¿Quién se lo ha dicho? ¿Quién es su fuente?

McEvoy negó con la cabeza.

– No puedo hablar de mis fuentes con usted. De lo que quiero hablar es de sus alegaciones. ¿Mató a Edward Gu

Bosch miró de arriba abajo al periodista antes de contestar finalmente.

– No cite esto, pero que le den por culo. ¿Me entiende? No sé si esto es alguna clase de farol, pero deje que le dé un consejo. Será mejor que se asegure de que está en lo cierto antes de escribir en ese periódico suyo. Un buen investigador siempre conoce las motivaciones de sus fuentes, lo llamamos tener un trolómetro. Será mejor que el suyo funcione bien. -Se volvió y entró rápidamente en la sala.

Langwiser acababa de terminar con el especialista en pelos cuando Bosch volvió a la sala. De nuevo Fowkkes se levantó y se reservó el derecho de volver a llamar al testigo durante la fase de la defensa.

Mientras el testigo pasaba por la puerta de detrás de la tribuna de los abogados, Bosch se deslizó ¡unto a él y fue a ocupar su lugar en la mesa de la acusación. No miró ni dijo nada ni a Langwiser ni a Kretzler. Plegó los brazos y miró el bloc que había dejado en la mesa. Se dio cuenta de que había adoptado la misma postura que había visto a David Storey en la mesa de la defensa. La postura de un hombre culpable. Bosch bajó rápidamente las manos a su regazo y levantó la cabeza para ver el escudo del estado de California que colgaba de la pared, sobre la mesa del juez.

Langwiser se levantó y llamó al siguiente testigo, un técnico en huellas dactilares. Su testimonio fue breve y corroboró un poco más el de Bosch. Fowkkes no lo interrogó. Después del técnico subió al estrado el agente de policía que había acudido en respuesta a la llamada de la compañera de piso de Krementz y luego el sargento, que fue el siguiente en llegar.

Bosch apenas escuchó al testigo. No hubo nada nuevo en el testimonio y su mente corría en otra dirección. Estaba pensando en McEvoy y en el artículo en el que estaba trabajando el periodista. Sabía que tenía que informar a Langwiser y Kretzler, pero quería tiempo para pensar en las cosas. Decidió esperar hasta después del fin de semana.

La compañera de piso de la víctima, Jane Gilley, fue el primer testigo que apareció que no formaba parte de la comunidad de las fuerzas del orden. Estaba llorosa y fue sincera en su testimonio, confirmando los detalles de la investigación ya revelados por Bosch, pero también añadiendo más detalles de información personal. Declaró que Jody Krementz estaba sumamente entusiasmada por la idea de salir con uno de los grandes nombres de Hollywood y explicó que ambas habían pasado el día anterior haciéndose la manicura y la pedicura y en la peluquería.

– Ella pagó también lo mío -declaró Gilley-. Fue un encanto.

El testimonio de Gilley puso una cara humana a lo que hasta entonces había sido un análisis casi aséptico de los profesionales del asesinato de las fuerzas del orden.

Cuando Langwiser concluyó con el Interrogatorio de Langwiser, Fowkkes por fin rompió su norma de actuación y anunció que quería formular algunas preguntas a la testigo. Se acercó al estrado sin ninguna nota. Cruzó las manos a la espalda y se inclinó ligeramente hacia el micrófono.

– Veamos, señorita Gilley, su compañera de piso era una mujer atractiva, ¿no es así?

– Sí, ella era hermosa.

– ¿Y era popular? En otras palabras, ¿salía con muchos chicos?

Gilley asintió vacilante.

– Ella salía.

– Mucho, poco, ¿con qué frecuencia?

– Resulta difícil decirlo. Yo no era su secretaria s además tengo novio.

– Ya veo. Entonces, tomemos, pongamos, las diez semanas anteriores a su muerte. ¿Cuántas de esas semanas pasaron sin que Jody tuviera una cita?

Langwiser se levantó y protestó.

– Señoría, esto es ridículo. No tiene nada que ver con la noche del doce al trece de octubre.

– Oh, señoría, yo creo que sí-contestó Fowkkes-. Y creo que la señora Langwiser lo sabe. Si me da un poco de cuerda, pronto podré atarlo.

Houghton desestimó la protesta y solicitó a Fowkkes que volviera a formular la pregunta.