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Su teléfono sonó. Era Winston.

– Esto está cerrando, Terry. Me has convencido.

– ¿Qué has descubierto?

– Primero tú. Has dicho que tenías algo.

– No, empieza tú. Lo que yo tengo es menor. Parece que tú has pescado algo grande.

– Muy bien, escucha esto. La madre de Harry Bosch era prostituta en Hollywood. La asesinaron cuando él era un niño. Y nunca encontraron al culpable. ¿Qué te parece esto como apuntalamiento psicológico, señor Profiler?

McCaleb no respondió. El nuevo dato era contundente y proporcionaba muchas de las piezas que faltaban para la teoría sobre la que estaban trabajando. Miró a la puta y su cliente en la ventanilla de la oficina del motel. El tipo pagó en efectivo y le dieron una llave. Ambos abrieron una puerta de cristal.

– Gu

– ¿Cómo lo has descubierto? -preguntó al fin McCaleb.

– Hice la llamada que te comenté ayer. A mi amiga Kiz. Me interesé por Bosch y le pregunté si sabía si él, bueno, si ya había superado lo de su divorcio. Me contó lo que sabía de él. El asunto sobre su madre al parecer surgió hace unos años en un juicio civil, cuando demandaron a Bosch por una muerte no justificada, el Fabricante de Muñecas, ¿lo recuerdas?

– Sí, la policía de Los Ángeles no nos llamó para ese caso. También era un tipo que asesinaba prostitutas. Bosch lo mató y el tío estaba desarmado.

– Hay una línea psicológica, un patrón de conducta.

– ¿Qué pasó con Bosch después de que asesinaran a su madre?

– Kiz no lo sabía muy bien. Lo llamó un hombre de instituciones. Mataron a la madre cuando él tenía diez u once años. Después creció en orfanatos y con familias de acogida. Fue al ejército y más tarde entró en el departamento de policía. La cuestión es que éste es el punto que nos faltaba. La razón que convirtió un caso sin importancia en algo que Bosch no iba a soltar.

McCaleb asintió para sí.

– Y aún hay más -dijo Winston-. He revisado todos los archivos acumulados, cosas sin relación que no puse en el expediente del asesinato. Miré la autopsia de la mujer que Gu

McCaleb sacudió la cabeza.

– Bosch no pudo saberlo. Empujó a su teniente por la ventana y estaba suspendido cuando se hizo la autopsia.

– Cierto. Pero pudo mirar los archivos del caso cuando volvió y probablemente lo hizo. Se habría enterado de que Gu

No le hacía sentirse bien haber dado en el clavo, pero comprendía la excitación de Winston. Cuando los casos se esclarecían la excitación podía oscurecer la realidad del crimen.

– ¿Qué pasó con el niño de ella? -preguntó McCaleb.

– Ni idea. Probablemente lo dio en adopción en cuanto lo parió. Eso no importa. Lo que importa es lo que significaba para Bosch.

Winston tenía razón, pero a McCaleb no le gustaba ese cabo suelto.

– Volviendo a tu llamada a la antigua compañera de Bosch. ¿No va a llamarlo y contarle que has preguntado por él?

– Ya lo ha hecho.

– ¿Esta noche?

– Sí, ahora mismo. La llamada en espera era ella contestándome. Pasa. Le dijo que aún mantenía la esperanza de que su mujer volviera.





– ¿Le dijo que eras tú la que estaba interesada en él?

– Se supone que no.

– Pero probablemente lo hizo y eso podría significar que ahora ya sabe que lo estamos investigando.

– Eso es imposible. ¿Cómo?

– Yo he estado allí esta noche. He estado en su casa. Luego esa misma noche lo llaman hablándole de ti. Un hombre como Harry Bosch no cree en las coincidencias, Jaye.

– Bueno, ¿cómo lo has manejado cuando has estado allí arriba? -preguntó finalmente Winston.

– Como habíamos dicho. Quería más información de Gu

– Dime qué has descubierto.

– Todo pequeños detalles. Tiene la foto de la mujer de la que se está separando bien visible en la sala de estar. He estado allí menos de una hora y el tío se ha bebido tres cervezas. Así que tenemos el síndrome del alcohol. Es sintomático de presiones internas. También habló de la teoría que él llama de la noria. Es parte de su sistema de creencias. El no ve la mano de Dios en las cosas. Él ve la noria. Todo termina por volver a su lugar. Dijo que tipos como Gu

– Bueno, lo llamaron así por ese pintor. Si yo me llamara Picasso también tendría un Picasso en la pared.

– Hice como si no lo hubiera visto nunca antes y le pregunté qué significaba. Me dijo que era la noria que giraba. Eso es lo que significaba para él.

– Pequeñas piezas que encajan.

– Aún queda mucho trabajo por hacer.

– Bueno, ¿sigues adelante o te retiras?

– De momento sigo adelante. Me quedaré esta noche, pero tengo una excursión de pesca el sábado. Tendré que volver para eso.

Ella no dijo nada.

– ¿Tienes algo más? -preguntó McCaleb.

– Sí, casi lo olvidaba.

– ¿Qué?

– La lechuza de Bird Barrier. La pagaron mediante un giro postal desde Correos. Cameron Riddell me dio el número y le ha seguido la pista. La compraron el veintidós de diciembre en la oficina de correos de Wilcox y Hollywood. Está a cuatro manzanas de la comisaría en la que trabaja Bosch.

McCaleb negó con la cabeza.

– Las leyes de la física.

– ¿Qué quieres decir?

– Para cada acción existe una reacción equivalente. Cuando miras hacia el abismo, el abismo te mira a ti. Ya conoces los clisés. Son clisés porque son ciertos. No puedes meterte en la oscuridad sin que la oscuridad se meta en ti y se lleve su parte. Bosch podría haberse metido demasiadas veces. Ha perdido el rumbo.

Se quedaron un rato en silencio después de dicho esto y luego hicieron planes para reunirse al día siguiente. Al colgar vio que la prostituta salía sola del Skylark y se encaminaba otra vez a Nat's. Llevaba una chaqueta teja que se apretaba contra el cuerpo para protegerse del aire frío de la noche. Se arregló la peluca mientras se dirigía al bar donde conseguiría otro cliente.

Al mirarla y pensar en Bosch, McCaleb se acordó de todo lo que tenía y de lo afortunado que había sido en la vida. La escena le recordó que la suerte es algo que viene y se va. Hay que ganársela y luego guardarla con todo lo que tienes. Sabía que en ese momento no estaba haciéndolo. Estaba dejando cosas desprotegidas mientras se adentraba en la oscuridad.