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– ¿Tú no crees que seas uno de ellos?

Bosch se incorporó de golpe al oír la voz de McCaleb, que estaba de pie en el umbral de la cocina.

– ¿Qué?

– Has dicho que es así para alguna gente. ¿Tú crees que no formas parte de esa gente?

Bosch sacó una cerveza de la nevera y la colocó en el abridor montado en la pared. Destapó la botella y dio un buen trago antes de responder.

– ¿Qué es esto, Terry, un concurso de preguntas y respuestas? ¿Estás pensando en hacerte cura o qué?

McCaleb sonrió y negó con la cabeza.

– Lo siento, Harry. Esto de ser padre primerizo… Supongo que se lo quiero contar al mundo. Eso es todo.

– Es bonito. ¿Ahora quieres hablar de Gu

– Claro.

– Salgamos a contemplar la noche.

Salieron a la terraza trasera y ambos admiraron la vista. La 101 era la cinta de luz habitual, una vena brillante que se abría camino entre las montañas. El cielo estaba claro, después de que la lluvia de la semana anterior hubiera limpiado la capa de contaminación. Bosch veía las luces del fondo del valle de San Fernando que se extendían hasta el horizonte. Más cerca de la casa, sólo la oscuridad se sostenía en los arbustos de la colina. Le llegaba el olor a eucalipto; siempre era más intenso después de la lluvia.

McCaleb fue el primero en romper el silencio.

– Es un lugar bonito éste, Harry. Un buen sitio. Supongo que odias tener que meterte en la plaga cada manaría.

Bosch miró a su invitado.

– No me importa siempre que tenga oportunidad de pescar a los peces gordos de cuando en cuando. A gente como David Storey. No me importa.

– ¿Y los que se escapan? Como Gu

– Nadie se escapa, Terry. Si creyera que lo consiguen no podría hacer esto. Está claro que no podemos detenerlos a todos, pero yo creo en el círculo. En la noria.

Todo termina por volver a su sitio tarde o temprano. Puede que no vea La mano de Dios con tanta frecuencia como tú, pero creo en eso.

Bosch dejó la botella en la barandilla. Estaba vacía y aunque le apetecía otra sabía que tenía que echar el freno. Iba a necesitar la máxima lucidez en el juicio al día siguiente. Pensó en fumarse un cigarrillo y sabía que había un paquete entero en el armario de la cocina, pero decidió contenerse también en ese aspecto.

– Entonces supongo que lo que le pasó a Gu

Bosch no dijo nada durante un buen rato, sólo miró las luces del valle.

– Sí-dijo al fin-. Supongo que sí.

Apartó la mirada y dio la espalda al valle. Se recostó en la barandilla y miró de nuevo a McCaleb.

– ¿Bueno, y qué hay de Gu

McCaleb asintió.

– Probablemente me lo dijiste todo y sí que tengo el expediente. Pero me estaba preguntando si se te ocurrió algo más. Ya sabes, si nuestra conversación te hizo pensar en eso.

Bosch casi contuvo la risa y levantó la botella antes de recordar que estaba vacía.

– Venga, Terry, tío, estoy en medio de un juicio, he estado localizando a una testigo que se largó sin avisar. O sea, que dejé de pensar en tu investigación en el momento en que me levanté de la mesa en Cupid's. ¿Qué es exactamente lo que quieres de mí?

– Nada, Harry. No quiero nada de ti que no tengas. Sólo pensé que valía la pena intentarlo. No sé. Estoy trabajando en esto y trato de encontrar algo. Pensé que quizá… no te preocupes.

– Eres un tío raro, McCaleb. Ahora me estoy acordando de la forma en que solías mirar las fotos de la escena del crimen. ¿Quieres otra cerveza?

– Sí, ¿por qué no?

Bosch se agachó para recoger su botella y la de McCaleb. Quedaba al menos un tercio. Volvió a dejarla.

– Bueno, acábatela.

Entró a la casa y sacó otras dos cervezas de la nevera. Esta vez McCaleb estaba de pie en la sala cuando él salió de la cocina. Le pasó a Bosch su botella vacía, y éste se preguntó por un momento si se la había acabado o la había vaciado desde la terraza. Se llevó la vacía a la cocina y cuando salió McCaleb estaba delante del equipo de música, mirando la caja del cede.

– ¿Es esto lo que suena? -preguntó-. ¿Art Pepper meets the Rhythm Section?





Bosch se acercó.

– Sí. Art Pepper y la banda de Miles. Red Garland al piano, Paul Chambers al bajo, Philly Joe Jones a la batería. Lo grabaron aquí en Los Ángeles el diecinueve de enero del cincuenta y siete. Un día. Dicen que el corcho del saxo de Pepper estaba roto, pero no importaba. Tenía una oportunidad con estos tipos y le sacó todo el partido posible. Un día, una sesión, un clásico. Ésa es la forma de hacerlo.

– ¿Estos tipos estaban en la banda de Miles?

– En esa época sí.

McCaleb asintió. Bosch se acercó para mirar la tapa del cede que sostenía McCaleb.

– Sí, Art Pepper -dijo-. De pequeño no sabía quién era mi padre. Mi madre tenía un montón de discos de Pepper. Ella se pasaba por algunos de los clubes de jazz donde tocaba. Art era guapo. Para ser yonqui. Mira la foto. Yo me inventé la historia de que él era mi padre y que no estaba nunca en casa, porque siempre andaba de gira y grabando discos. Casi llegué a creérmelo. Después (quiero decir años después) leí un libro sobre él. Decía que era yonqui cuando le hicieron esa foto. Se pinchó en cuanto terminó de grabar y volvió a acostarse.

McCaleb se fijó en la fotografía del CD. Un hombre atractivo recostado en un árbol con el saxo descansando en su brazo derecho.

– Bueno, podía tocar-dijo McCaleb.

– Sí, podía tocar -coincidió Bosch-. Era un genio con una jeringa en el brazo.

Bosch subió ligeramente el volumen. El tema era Straight Life, el sello de identidad de Pepper.

– ¿Tú crees eso? -preguntó McCaleb.

– ¿Qué, que era un genio? Sí, era un genio con el saxo.

– No, me refiero a si todo genio (músico, artista, incluso detective) tiene un defecto así. La jeringa en el brazo.

– Yo creo que todo el mundo tiene un defecto fatal, tanto si es un genio como si no.

Bosch subió más el volumen. McCaleb dejó la cerveza encima de uno de los altavoces del suelo. Bosch la levantó y se la devolvió. Limpió con la palma de la mano el cerco húmedo de la superficie de madera. McCaleb bajó la música.

– Venga, Harry, dame algo.

– ¿De qué estás hablando?

– He subido hasta aquí. Dame algo sobre Gu

Bosch se encogió de hombros como si siguiera sin importarle el tema.

– Muy bien, te diré algo. Es poco sólido, pero vale la pena intentarlo. Cuando estaba en el calabozo, la noche anterior a que lo mataran y yo fui a verlo, también hablé con los hombres de la Metro que lo detuvieron por conducir borracho. Dijeron que le preguntaron dónde había estado bebiendo y él les dijo que salía de un sitio llamado Nat's. Está en el bulevar, a una manzana de Musso's en la acera sur.

– Gracias, lo encontraré -dijo McCaleb con tono de no saber a qué venía la explicación-. ¿Cuál es la conexión?

– Bueno, mira, Nat's es el mismo sitio en el que estuvo bebiendo hace seis años. Es allí donde recogió a esa mujer que mató.

– Así que era un asiduo.

– Eso parece.

– Gracias, Harry. Lo comprobaré. ¿Cómo es que no se lo dijiste a Jaye Winston?

Bosch se encogió de hombros.

– Supongo que no pensé en ello y ella no me lo preguntó.

McCaleb estuvo a punto de volver a dejar la cerveza sobre el altavoz, pero al final se la devolvió a Bosch.

– Podría pasarme por ahí esta noche.

– No lo olvides.

– ¿Olvidar qué?

– Si pillas al tipo que lo hizo felicítalo de mi parte.

McCaleb no respondió. Miró el lugar en el que se hallaban como si acabara de entrar.

– ¿Puedo usar el baño?