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– No, señoría. -Volvió al estrado-. Continúe, detective Bosch, cuéntenos qué ocurrió cuando entró en la casa.

– Hablé con el sargento Kim y él me informó de que había una mujer joven muerta en la cama de su dormitorio, en la parte posterior derecha de la casa. Me presentó a la mujer del sofá y me dijo que su gente se había retirado de la habitación sin tocar nada en cuanto el médico había certificado que la víctima había fallecido. Entonces recorrí el corto pasillo que llevaba a la habitación y entré.

– ¿Qué encontró allí?

– Vi a la víctima en la cama. Era una mujer blanca delgada y de pelo rubio. Posteriormente se confirmó que se trataba de Jody Krementz, de veintitrés años.

Langwiser solicitó permiso para mostrar a Bosch unas fotografías. Houghton lo autorizó y el detective identificó las fotos tomadas por la policía en la escena del crimen como las de la víctima in situ, es decir, tal y como la había encontrado la policía. El cuerpo estaba boca arriba. La ropa de cama estaba apartada hacia un lado y revelaba el cuerpo desnudo, con las piernas separadas unos sesenta centímetros a la altura de las rodillas. Los grandes pechos mantenían su forma a pesar de que el cuerpo se hallaba en posición horizontal, una indicación de implantes mamarios. El brazo izquierdo se hallaba extendido sobre el vientre. La palma de la mano izquierda cubría la zona púbica y dos de los dedos de esa mano penetraban en la vagina.

Los ojos de la víctima estaban cerrados y su cabeza descansaba en la almohada, pero con el cuello en un ángulo cerrado. Había un pañuelo amarillo fuertemente apretado alrededor del cuello. El pañuelo rodeaba la barra superior del cabezal de la cama y su extremo se hallaba en la mano derecha de la víctima, colocada en la almohada que tenía sobre la cabeza. El extremo del pañuelo de seda estaba enrollado varias veces alrededor de la muñeca.

Las fotografías eran en color. Se apreciaba un moretón rojo púrpura en el cuello de la víctima, donde el pañuelo se había tensado sobre la piel. Había una decoloración rojiza en el globo ocular. También se apreciaba una decoloración azulada que recorría todo el costado izquierdo de la víctima, incluidos el brazo y la pierna izquierdos.

Después de que Bosch identificara las fotografías como las de Jody Krementz in situ, Langwiser solicitó que fueran mostradas al jurado, J. Reason Fowkkes hizo una objeción, asegurando que las imágenes influirían en el ánimo del jurado y serían perjudiciales para ellos. El juez no admitió la protesta, pero pidió a Langwiser que eligiera una sola foto que representara al conjunto. Langwiser eligió la que había sido tomada desde más cerca y se la tendieron al hombre que se sentaba más a la izquierda en la tribuna del jurado. Mientras la foto iba pasando lentamente entre los miembros del jurado y luego a los suplentes, Bosch observó que sus rostros se estremecían por la impresión y el horror. El detective se apoyó en el respaldo de su asiento y tomó agua del vaso de plástico. Se la bebió toda, miró al ayudante del sheriff y le hizo una señal para que volviera a llenarlo. Entonces se acercó al micrófono.

Después de que la foto completara su recorrido fue entregada al alguacil, quien la devolvería de nuevo al jurado junto con el resto de las pruebas presentadas cuando tuviera que deliberarse el veredicto.

Bosch observó que Langwiser regresaba al estrado para continuar con el interrogatorio. Sabía que estaba nerviosa. Habían almorzado juntos en la cafetería del sótano del otro edificio de justicia y ella había expresado sus preocupaciones. Aunque era la segunda de Kretzler, se trataba de un juicio importante que podía tener consecuencias muy positivas o muy negativas en las carreras de ambos.

Langwiser consultó su bloc antes de seguir adelante.

– Detective Bosch, después de examinar el cadáver, ¿hubo un momento en que declaró que la muerte debía ser objeto de una investigación por homicidio?

– De inmediato, antes incluso de que llegaran mis compañeros.

– ¿Por qué? ¿No parecía una muerte accidental?

– No…

– Señora Langwiser -interrumpió el juez Houghton-. Haga las preguntas de una en una, por favor.

– Disculpe, señoría. Detective, ¿no le pareció que la mujer se había causado accidentalmente su propia muerte?

– No. Me pareció que alguien pretendía simularlo.

Langwiser bajó la mirada hacia sus notas durante un largo momento antes de continuar. Bosch estaba convencido de que la pausa estaba planeada, una vez que la fotografía y su testimonio habían captado toda la atención del jurado.

– Detective, ¿conoce usted el término asfixia autoerótica?

– Sí, lo conozco.

– ¿Podría hacer el favor de explicárselo al jurado?

Fowkkes se levantó y protestó.

– Señoría, el detective Bosch puede ser muchas cosas, pero no se ha presentado al jurado ninguna prueba de que sea experto en sexualidad humana.





Se produjo un murmullo de risas contenidas en la sala. Bosch vio que un par de los miembros del jurado reprimían la sonrisa. Houghton golpeó una vez con el mazo y miró a Langwiser.

– ¿Qué tiene que decir al respecto, señora Langwiser?

– Señoría, puedo presentar esas pruebas.

– Proceda.

– Detective Bosch, ha dicho que ha trabajado en cientos de homicidios. ¿Ha investigado muertes que han resultado no ser causadas por un homicidio?

– Sí, probablemente cientos de ellas también. Muertes accidentales, suicidios, incluso muertes por causas naturales. Es rutinario que los agentes de las patrullas pidan a un detective de homicidios que acuda al escenario de una muerte para ayudarles a determinar si esa defunción debe ser investigada como un homicidio. Esto es lo que sucedió en este caso. Los patrulleros y su sargento no estaban seguros de a qué se enfrentaban. Dijeron que era sospechoso y mi equipo recibió la llamada.

– ¿Lo han llamado alguna vez o ha investigado una muerte que haya sido calificada por usted o por la oficina del forense como muerte accidental por asfixia autoerótica?

– Sí.

Fowkkes se levantó de nuevo.

– Reitero mi protesta, señoría. Estamos yendo a un terreno en el que el detective Bosch no es un experto.

– Señoría -dijo Langwiser-, se ha establecido con claridad que el detective Bosch es un experto en la investigación de la muerte; y eso incluye todas sus variedades. Ha visto esto antes y puede testificar.

Había una nota de exasperación en su voz. Bosch pensó que iba dirigida al jurado, no a Houghton. Era una forma de comunicar de manera subliminal a los doce que ella quería llegar a la verdad, mientras que otros pretendían poner piedras en el camino.

– Estoy de acuerdo, señor Fowkkes -dijo Houghton tras una breve pausa-. Las protestas contra esta línea de interrogatorio son rechazadas. Proceda, señora Langwiser.

– Gracias, señoría. Así pues, detective Bosch, ¿está familiarizado con casos de asfixia autoerótica?

– Sí, he trabajado en tres o cuatro casos. También he estudiado la bibliografía sobre la materia. Se hace referencia a ello en libros sobre técnicas de investigación de homicidios. También he leído resúmenes de estudios en profundidad llevados a cabo por el FBI y otros.

– ¿Esto fue antes de que se produjera este caso?

– Sí, antes.

– ¿Qué es la asfixia autoerótica? ¿Cómo se produce?

– Señora Langwiser -empezó el juez.

– Disculpe, señoría. Lo reformulo. ¿Qué es la asfixia autoerótica, detective Bosch?

Bosch tomó un trago de agua, y aprovechó el momento para ordenar sus ideas. Habían repasado estas preguntas durante el almuerzo.

– Es una muerte accidental. Ocurre cuando la víctima intenta incrementar las sensaciones sexuales durante la masturbación cortando o interrumpiendo el flujo de sangre arterial al cerebro. Suele hacerse mediante una ligadura en torno al cuello. Al apretar la ligadura se produce hipoxia, disminución de la oxigenación del cerebro. La gente que, eh,…, practica esto cree que la hipoxia (y el mareo que produce) eleva las sensaciones masturbatorias. Sin embargo, puede provocar la muerte accidental si él va demasiado lejos y daña la arteria carótida o bien se desmaya con la ligadura todavía apretada y se asfixia.