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McCaleb estudió el caso durante casi una semana. Miraba cada una de las fotos de la escena del crimen dos veces al día -era lo primero que hacía por la mañana y lo último que hacía por la noche- y también estudiaba los informes con frecuencia. Al final le dijo a Bosch que pensaba que él y su compañero iban bien encaminados. Utilizando datos acumulados en cientos de crímenes similares analizados por el programa PDCV, logró trazar el perfil de un hombre de casi treinta años, con un historial de haber cometido delitos cada vez más graves, incluidos los de naturaleza sexual. La escena del crimen sugería el trabajo de un exhibicionista, un asesino que deseaba que su crimen se hiciera público y que causara pavor en la población. En consecuencia, la elección del lugar en el que había sido abandonado el cadáver se había hecho por estas razones y no por razones de conveniencia.

Al comparar el perfil con la lista de cuarenta y seis nombres, Bosch restringió las posibilidades a dos sospechosos: el encargado de mantenimiento de un edificio de oficinas de Woodland Hills, que tenía antecedentes por haber provocado un incendio y por indecencia pública, y un constructor de escenarios que trabajaba en un estudio de Burbank y que había sido detenido por el intento de violación de una vecina cuando era adolescente. Ambos hombres estaban cerca de la treintena.

Bosch y Sheehan se inclinaban por el encargado de mantenimiento, porque tenía acceso a limpiadores industriales como el que se había utilizado para lavar el cuerpo de la víctima. Sin embargo, McCaleb prefería como sospechoso al constructor de escenarios, porque el intento de violación de la vecina en su juventud indicaba una acción impulsiva más acorde con el perfil del perpetrador del crimen que les ocupaba.

Bosch y Sheehan decidieron entrevistar de manera informal a ambos individuos e invitaron a McCaleb a que les acompañara. El agente del FBI insistió en la necesidad de abordar a los hombres en sus propios domicilios, para que él tuviera la oportunidad de estudiarlos en su entorno y pudiese buscar pistas entre sus pertenencias.

Empezaron por el constructor de escenarios. Su nombre era Victor Seguin. Pareció sobresaltado al ver a los tres hombres en la puerta y por la explicación que dio Bosch de su visita. No obstante, los invitó a entrar. Mientras Bosch y Sheehan planteaban preguntas con tranquilidad, McCaleb se sentó en un sofá y examinó los muebles limpios y bien cuidados del apartamento. Transcurridos cinco minutos supo que tenían a su hombre y le hizo a Bosch la señal previamente convenida.

Le leyeron sus derechos a Victor Seguin y lo detuvieron. Lo metieron en el coche de detectives y su casita situada cerca del aeropuerto de Burbank fue precintada hasta que se obtuvo una orden de registro. Cuando dos horas después volvieron a entrar con la orden de registro encontraron a una chica de dieciséis años atada y amordazada, pero viva, en un espacio similar a un ataúd e insonorizado, construido por el escenógrafo bajo una trampilla que quedaba tapada por su cama.

Sólo después de que la excitación y la subida de adrenalina que suponía haber resuelto un caso y salvado una vida empezaran a bajar, Bosch preguntó finalmente a McCaleb cómo había sabido que tenían a su hombre. El agente del FBI condujo al detective a la estantería del salón y señaló un ejemplar ajado de un libro titulado El coleccionista una novela acerca de un hombre que secuestra a varias mujeres.

Seguin fue acusado del asesinato de la niña no identificada y del secuestro y violación de la joven a quien los investigadores habían rescatado. El negó su participación en el asesinato y buscó un trato por el cual se declararía culpable del secuestro y la violación de la superviviente. La oficina del fiscal rechazó cualquier trato y acudió a juicio con lo que tenían: el sobrecogedor testimonio de la superviviente y la impresión de U placa de matrícula en la cadera de la chica muerta.

El jurado lo condenó por todos los cargos después de menos de cuatro horas de deliberación. La fiscalía propuso entonces un posible trato a Seguin: la promesa de no solicitar la pena de muerte en la segunda fase del juicio si accedía a contar a los investigadores quién había sido su primera víctima y de dónde la había secuestrado. Para aceptar el trato, Seguin debería haber abandonado su pose de inocencia. No aceptó. El fiscal solicitó la pena capital y la consiguió. Bosch nunca averiguó quién era la chica y McCaleb sabía que le atormentaba que aparentemente a nadie le hubiera importado lo suficiente para dar un paso al frente.

A McCaleb también le atormentaba. El día que fue a la fase penal del juicio para testificar, almorzó con Bosch y se fijó en que había escrito un nombre en las pestañas de sus archivos del caso.

– ¿Qué es eso? -preguntó McCaleb entusiasmado-. ¿La has identificado?

Bosch bajó la mirada, vio el nombre en las pestañas de la carpeta y les dio la vuelta.

– No, todavía no.

– Bueno, ¿y qué es eso?

– Es sólo un nombre. Supongo que le he puesto un nombre.

Bosch parecía avergonzado. McCaleb se acercó y dio la vuelta a las carpetas para leer el nombre.





– ¿Cielo Azul?

– Sí, era hispana, así que le he puesto un nombre español. Yo, eh…

McCaleb aguardó. Nada.

– ¿Qué?

– Bueno, no soy demasiado religioso, no sé si me explico.

– Sí.

– El caso es que pensé que si nadie quería reclamarla aquí abajo, bueno, espero que… haya alguien allí arriba que sí la quiera. -Bosch se encogió de hombros y apartó la mirada.

McCaleb advirtió que empezaba a ponerse colorado.

– Es difícil encontrar la mano de Dios en lo que hacemos. En lo que vemos.

Bosch se limitó a asentir con la cabeza y nunca más volvieron a hablar del nombre.

McCaleb pasó la última página de la carpeta marcada «Cielo Azul» y miró en la cara interior de la tapa trasera. Durante su época en el FBI había adquirido la costumbre de tomar notas en la tapa trasera, donde difícilmente podían ser vistas porque había páginas grapadas o sujetas con un clip. Eran notas que tomaba acerca de los investigadores que solicitaban perfiles para sus casos. McCaleb se había dado cuenta de que su feeling con los investigadores era a veces tan importante como la información contenida en el archivo, porque muchos aspectos del crimen McCaleb los veía en primer lugar a través de los ojos del detective.

Su caso con Bosch había surgido hacía más de diez años, antes de que empezara a realizar perfiles más extensos de los detectives junto con los de los casos. En este archivo había escrito el nombre de Bosch y sólo cuatro palabras debajo.

Concienzudo. Listo. HM. AV.

McCaleb miró las dos últimas anotaciones. También formaba parte de su rutina utilizar abreviaturas escritas a mano cuando tomaba notas que quería mantener confidenciales. Las dos últimas anotaciones eran su interpretación de lo que motivaba a Bosch. Había llegado a la conclusión de que los detectives de homicidios eran de una raza aparte, que tenían profundas emociones y motivaciones internas para aceptar llevar a cabo la siempre difícil tarea de su trabajo. Normalmente podían encuadrarse en dos categorías, aquellos que veían su trabajo como una habilidad o un oficio, y aquellos que lo veían como una misión en la vida. Diez años atrás había encuadrado a Bosch en esa última categoría. Era un hombre en misión.

La motivación de los detectives podía seguir analizándose hasta llegar a lo que verdaderamente daba ese sentido de propósito a su misión. Para algunos el trabajo era visto casi como un juego; tenían alguna carencia interior que los empujaba a demostrar que eran mejores, más listos y más astutos que sus presas. Sus vidas se resumían en un ciclo continuo de validarse a sí mismos, de hecho, invalidando a los asesinos que buscaban para ponerlos entre rejas. Otros, aunque cargaban con cierto grado de esta misma carencia interna, también veían en ellos mismos la dimensión adicional de ser portavoces de los muertos. Existía un vínculo sagrado entre la víctima y el policía, un vínculo que se formaba en la escena del crimen y no podía cortarse. Esto era lo que en última instancia los empujaba a salir a cazar al asesino y les permitía superar todos los obstáculos que surgían en su camino. McCaleb calificaba a estos policías de ángeles vengadores. Su experiencia le decía que estos polis ángeles eran los mejores investigadores con los que había trabajado. También llegó a la conclusión de que se aproximaban peligrosamente a ese filo invisible bajo el cual se hallaba el abismo.