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Con una mano sostuvo la puerta abierta y miró hacia abajo a través del vaho que se elevaba como un fantasma. Vio la forma de un cuerpo en el fondo del congelador. Una mujer desnuda y en posición fetal, con el cuello destrozado y hecho un amasijo de sangre. Estaba tumbada sobre el costado derecho. En el fondo se había acumulado sangre e
Era Lilly Quinlan.
– Oh, Dios…
Lo dijo en voz baja. No era una sorpresa, sino una horrible confirmación. Soltó la tapa y cerró de golpe con un pesado zamp más fuerte que lo esperado. Le asustó, pero no lo suficiente para nublar la sensación de terror absoluto que lo envolvía. Se volvió y se dejó resbalar por la parte frontal del congelador hasta quedar sentado en el suelo, con los codos en las rodillas y las manos recogiéndose el pelo en la nuca.
Cerró los ojos y oyó un ruido creciente, como si alguien corriera hacia él por el pasillo. Entonces se dio cuenta de que era interno, producido por la sangre que se agolpaba en sus oídos al tiempo que él se iba mareando. Pensó que podría desmayarse, pero comprendió que tenía que resistir y permanecer alerta. «¿Y si me desmayo? ¿Y si me encuentran aquí?»
Pierce se espabiló, se agarró de la parte superior del congelador y se incorporó. Pugnó por recuperar el equilibrio y por reprimir la náusea que crecía en su estómago. Se impulsó hasta quedar encima del congelador y se abrazó a él, poniendo la mejilla encima de la fría cubierta blanca. Respiró con mayor profundidad y al cabo de unos momentos la náusea remitió y su mente se despejó. Se enderezó y retrocedió. Examinó el congelador, escuchó su zumbido leve. Sabía que era el momento de más trabajo de AE. Analizar y evaluar. Cuando en el laboratorio surgía algo desconocido o inesperado se detenía y pasaba al modo AE. ¿Qué ves? ¿Qué sabes? ¿Qué significa?
Pierce estaba allí de pie, mirando un congelador y sentado en medio de una unidad de almacenaje que -según los registros oficiales- él había alquilado. El congelador contenía el cadáver de una mujer a la que nunca había visto antes, pero de cuya muerte sin duda se le acusaría.
Lo que Pierce sabía era que le habían tendido una trampa de manera cuidadosa y convincente. Wentz estaba detrás, o al menos era parte de ello. Lo que no sabía era por qué.
Decidió no distraerse con el porqué. Todavía no. Antes necesitaba más información. Decidió continuar en el modo AE. Si podía desmontar el ingenio y estudiar todas las partes móviles, tal vez tendría una oportunidad de averiguar quién estaba detrás y por qué.
Paseando por el reducido espacio que quedaba delante del congelador, empezó con las cosas que lo habían llevado a descubrir la trampa. La llave magnética y las llaves del candado. Las habían escondido, o al menos camuflado. ¿El objetivo era que las encontrara? Después de sopesarlo y considerar la situación durante un largo momento, decidió que no. Había tenido suerte al descubrir que habían entrado en su coche. Un plan de tal magnitud y complejidad no podía confiar en esa suerte.
Así que concluyó que disponía de una ventaja. Sabía lo que supuestamente no debería saber. Conocía la existencia del cadáver y la del congelador y la unidad de almacenaje. Conocía la situación exacta de la trampa antes de que ésta se accionara.
Siguiente pregunta. ¿ Qué habría ocurrido si no hubiera encontrado la tarjeta magnética y no hubiera sido conducido hacia el cadáver? Consideró la cuestión. Langwiser le había advertido de un inminente registro policial. Sin duda, Re
Sintió que se le calentaba la cabeza al darse cuenta de que había escapado por los pelos, aunque fuera de manera momentánea. Y en el mismo instante comprendió perfectamente lo cuidadosa y completa que era la trampa. Confiaba en la investigación policial, confiaba en que Re
También confiaba en Pierce. Y cuando entendió esto, sintió que el sudor empezaba a gotearle en el pelo. Tenía calor bajo la camisa. Necesitaba aire acondicionado. La confusión y la pena que le habían atenazado -quizá incluso el asombro con el que veía el cuidadoso plan- se estaban convirtiendo en ira, una ira que se estaba forjando en rabia al rojo vivo.
En ese momento comprendió que la trampa -su trampa- había previsto sus movimientos. Cada uno de ellos. La trampa confiaba en su historia y en la posibilidad de sus movimientos teniendo en cuenta esa historia. Como los productos químicos sobre una lámina de silicio, elementos en los que se puede confiar porque se sabe que actuarán de manera predecible, que se combinarán según los modelos esperados.
Dio un paso adelante y abrió otra vez el congelador. Tenía que hacerlo. Necesitaba volver a mirar para que la terrible impresión le golpeara en la cara como agua fría. Tenía que reaccionar. Tenía que actuar de una forma imprevisible. Necesitaba un plan y necesitaba tener la cabeza despejada para concebirlo.
El cadáver obviamente no se había movido. Pierce sostuvo la tapa del congelador abierta con una mano y se tapó la boca con la otra. En su reposo final, Lilly Quinlan parecía menuda. Como una niña. Trató de recordar la estatura y el peso que ella tan cuidadosamente anunciaba en su página Web, pero parecía que había pasado tanto tiempo desde el día en que lo había leído que no lo recordó.
Cambió el peso del cuerpo de un pie al otro y el movimiento alteró la luz que entraba en el congelador desde arriba. Un brillo del pelo de Lilly captó su mirada y Pierce se inclinó en el congelador.
Con la mano libre, Pierce trató de retirar el pelo de la cara del cadáver. Estaba congelado y los cabellos se quebraron cuando él los movió. Descubrió la oreja de Lilly y vio que había un pendiente en el lóbulo: una copa de plata con una gota de ámbar y una pluma plateada debajo. Giró la mano para que el ámbar captara más luz de la que se filtraba en el congelador. Fue entonces cuando lo vio. Un minúsculo insecto de algún tipo congelado en el ámbar, tiempo atrás atraído por la dulzura y el alimento pero capturado en una trampa mortal de la naturaleza.
Pierce pensó en el destino de ese insecto y supo lo que tenía que hacer. Él también tenía que esconderla. Esconder a Lilly. Trasladarla, evitar que fuera descubierta, ni por Re
Un suspiro escapó de su boca al considerar la idea. El momento era surrealista, casi estrambótico. Estaba pensando en cómo esconder un cadáver congelado, en cómo ocultarlo de modo que no tuviera ninguna conexión directa con él. Era una tarea que lindaba con lo imposible.
Cerró el congelador y puso de nuevo el candado con rapidez, como si ello fuera una medida capaz de impedir que su contenido saliera a la luz y lo acechara.
Sin embargo, la simple acción rompió la inactividad de su mente. Empezó a pensar.
Sabía que tenía que trasladar el congelador. No había alternativa. Re
Pierce se inclinó y colocó las manos en las esquinas delanteras del congelador. Aplicó presión para ver si era posible moverlo. El congelador se deslizó los quince centímetros que lo separaban de la pared posterior de la unidad de almacenaje sin ofrecer excesiva resistencia. Tenía ruedas, podía moverlo. La cuestión era ¿adonde?