Добавить в цитаты Настройки чтения

Страница 102 из 124

– Aun así, morirá.

– Como la piedra, no como la pluma.

«Ahí tenemos a Mao otra vez», se dijo Hong. «Puede que en las ideas sobre el futuro que abriga Ya Ru, el Gran Timonel esté más presente de lo que yo creo. Es consciente de su condición de miembro de la nueva élite, lejos de la gente a la que dice representar y por la que dice preocuparse.»

– ¿Cuál será el precio de todo esto? -quiso saber Hong.

– ¿Te refieres al campamento y al viaje?

– A lo de trasladar a cuatro millones de personas desde China y traerlas a una cuenca africana al lado de un gran río. Y después, quizás, a que hasta diez o veinte o cien millones de nuestros campesinos más pobres puedan mudarse a otros países de este continente.

– A corto plazo costará mucho dinero. A la larga, nada en absoluto.

– Supongo que todo estará ya listo, ¿no? -preguntó Hong-. Los procesos de selección, el transporte con una escuadra de buques, viviendas sencillas que los nuevos colonos podrán montar por sí mismos, la comida, las herramientas, los comercios, las escuelas, los hospitales. ¿Se han firmado ya los acuerdos entre ambos países? ¿Qué recibirá a cambio Mozambique? Y nosotros, ¿qué obtendremos, aparte del derecho a deshacernos de un número de campesinos pobres mandándolos a otro país, también pobre? ¿Qué sucederá si resulta que este gran traslado no funciona? ¿De qué modo se pillará los dedos Mozambique? ¿Qué parte de la información es la que a mí me falta? ¿Qué hay detrás de todo esto, aparte de la voluntad de verse libre de un problema chino que está creciendo de forma descontrolada? ¿Qué piensas hacer con el resto de millones que amenazan con rebelarse contra el nuevo orden establecido?

– Quería que lo vieras con tus propios ojos; que utilizaras tu razón para comprender la necesidad de poblar la cuenca del Zambeze. Nuestros hermanos producirán aquí un excedente de productos que podrán destinarse a la exportación.

– Haces que suene como si, en el fondo, arrastrar hasta aquí a nuestros pobres fuese una buena acción. A mi entender, seguimos las huellas de los imperialistas de siempre. En las colonias se desloman, nosotros percibimos los beneficios. Un nuevo mercado para nuestras manufacturas, un modo de hacer más soportable el capitalismo. Ésta, Ya Ru, es la verdad que se oculta detrás de vuestras hermosas palabras. Sé que hemos pagado la construcción de un nuevo Ministerio de Finanzas en Mozambique. Pese a que aludimos a ello como a un regalo, para mí es un soborno. También he oído decir que los capataces chinos golpeaban a los trabajadores locales cuando no se empleaban a fondo. Ni que decir tiene que ese asunto se silenció, pero eso no impide que me avergüence. Y que me asuste. Poco a poco, iremos eligiendo distintos países africanos, uno tras otro, para utilizarlos y favorecer nuestro propio desarrollo. No te creo, Ya Ru.

– Estás haciéndote vieja, hermana Hong. Y como todos los viejos, te atemoriza que lo nuevo se abra camino. Allá donde miras, ves conspiraciones contra los antiguos ideales. Estás convencida de ser la única en posesión de la verdad, cuando en realidad has empezado a convertirte en lo que más te asusta, una conservadora, una reaccionaria.

De pronto, Hong se le acercó y le dio una bofetada. Ya Ru la miró con sorpresa y sobresalto.

– Has ido demasiado lejos. No te permitiré que me humilles. Podemos conversar y estar en desacuerdo, pero no consentiré que me ataques.





Ya Ru se levantó sin decir una sola palabra más y desapareció en la oscuridad. Nadie más parecía haberse percatado del incidente. Hong estaba arrepentida, debería haberse mostrado más paciente y con más recursos para perseverar en el intento de convencerlo con palabras de su error.

Ya Ru no volvía, de modo que Hong se marchó a su tienda, iluminada como las demás por candiles colgados tanto fuera como en el interior. La mosquitera estaba preparada y la cama lista para dormir.

Hong se sentó ante la puerta. Hacía una noche bochornosa. La tienda de Ya Ru estaba vacía. Tenía la certeza de que su hermano se vengaría de la bofetada. Sin embargo, eso no la asustaba; comprendía que Ya Ru se enfadase por ese motivo. En cuanto volviese a verlo, le pediría perdón.

La tienda estaba tan retirada de la hoguera que le llegaban mejor los sonidos de la naturaleza que el murmullo de las voces y las conversaciones de la gente. Corría una ligera brisa impregnada del aroma a sal, a arena mojada y a algo más que no fue capaz de determinar.

Se retrotrajo mentalmente en el tiempo. Recordó las palabras de Mao cuando decía que, en política, una tendencia ocultaba otra; que bajo lo que era evidente, se gestaba lo latente. Así pues, habría tanta razón para rebelarse hoy como dentro de diez mil años. En la humillación de la antigua China se había forjado la fuerza futura, a base de sangre y de sudor y esfuerzo milenarios. El brutal ejercicio del poder por parte de los señores feudales condujo a la caída y a una miseria incomprensible. Sin embargo, la ruina generó al mismo tiempo la fortaleza necesaria de la que se nutrirían las numerosas guerras y el movimiento campesino que nunca se dejó aplastar por completo. Durante cientos de años, señores y campesinos midieron sus fuerzas, el Estado de los mandarines y de las dinastías imperiales se rodeó de lo que, según pensaban, los haría inaccesibles. Mas el sentimiento de insatisfacción no se calmó jamás, continuaron las rebeliones y, por fin, llegó el momento de que los fuertes ejércitos campesinos abatieran de una vez por todas a los señores feudales y llevasen a cabo la liberación popular.

Mao sabía lo que les esperaba. El mismo día en que proclamó en Tiananmen el nacimiento de la República Popular China en 1949, convocó a sus colaboradores más próximos para anunciarles que, pese a que el Estado no había cumplido aún ni un día de edad, las fuerzas que se oponían al país recién nacido ya habían empezado a fraguarse.

«Aquellos que crean que no puede crearse un puesto de mandarín en época comunista no han entendido nada», les diría. Y, en efecto, después se vio que tenía razón. Mientras el ser humano no fuese otro, sino que siguiese inspirado por el pasado, siempre habría grupos que buscasen obtener privilegios.

Mao los puso sobre aviso del desarrollo de la Unión Soviética. Puesto que China dependía por completo del apoyo del gran vecino occidental, se expresó de forma diplomática y cauta, atenuando sus palabras.

– Ni siquiera es necesario que se trate de malas personas, la gente persigue igualmente aquello que puede otorgarles privilegios. Los mandarines no están muertos. Un día, a menos que estemos alerta, se presentarán ante nosotros enarbolando banderas rojas.

Hong experimentó una sensación de debilidad justo después de golpear a Ya Ru, pero ya había remitido. Para ella, lo más importante era seguir pensando en cómo podría contribuir a que, en el seno del Partido, se discutiese a fondo sobre las consecuencias que la nueva línea política podría acarrear. Todo su ser se rebelaba contra lo que había visto aquel día y contra la visión de futuro presentada por Ya Ru. Cualquiera que fuese mínimamente consciente del creciente descontento que se propagaba en las proximidades de las ciudades más grandes y ricas del país, comprendería que era preciso actuar, pero no de aquel modo, no trasladando a África a millones de campesinos.

Noventa mil revueltas, le dijo Ma Li. ¡Noventa mil! Intentó calcular mentalmente cuántos incidentes y escaramuzas resultaban al día. Doscientos, trescientos, e iban en aumento. El creciente descontento no sólo guardaba relación con las enormes diferencias entre los salarios. Ni eran sólo los médicos y las escuelas quienes provocaban los incidentes, sino también violentas bandas de criminales que arrasaban en las zonas rurales, raptaban a las mujeres para prostituirlas o secuestraban a trabajadores para usarlos como esclavos en las fábricas de ladrillos o en industrias que requerían peligrosos procesos químicos. Y existía la crispación contra aquellos que, por lo general confabulados con los funcionarios locales, echaban a la gente de zonas que no tardarían en subir de precio, cuando empezasen a construirse viviendas para las ciudades en expansión. Hong sabía además, por los viajes que solía hacer a lo largo del país, que las consecuencias medioambientales del avance del mercado libre se traducían en ríos desbordados de desechos, contaminados, tan sucios que depurarlos costaría sumas incalculables de dinero, si es que aún tenían salvación.