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Aidan sonrió antes de irse a su dormitorio y ponerse vaqueros y un jersey. Para cuando volvió, Shirley había servido ponche de huevo a cada uno mientras Robert y Mori decoraban el árbol con el espumillón y Theresa desenvolvía un jamón HoneyBaked en la cocina.

Estaba asombrado por sus acciones.

– Tíos, sabéis que no tenéis que hacer esto. Sé que vosotros tenéis familia con la que preferiríais estar.

Robert se burló.

– Tu malhumorado culo o mi cleptómana tía Coco, que siempre roba la plata metiéndola en el bolso cuando nadie está mirando… difícil elección, compañero.

Theresa lo reprendió.

– Tú eres nuestra familia también, Aidan. Y este año, creo que es el que más nos necesitas.

Ella no tenía ni idea exactamente de lo acertada que estaba.

– Gracias, tíos.

Robert sonrió abiertamente.

– Danos las gracias hasta que te incendiemos la casa con estas luces de Navidad.

Aidan se rió mientras Shirley le daba un vaso de ponche.

– Por Aidan -dijo ella alegremente-. Lo cual me recuerda un viejo brindis que mi abuelo solía hacer.

– ¿Y es?-preguntó Aidan.

– Por aquellos que me conocen y aman, les deseo todo lo mejor. El resto puede irse al diablo.

– Ahí, ahí-dijo Mori mientras hacía una pausa para levantar la taza.

Robert estuvo de acuerdo.

– Muy apropiado.

Aidan asintió con la cabeza.

– Sí. Tendré que recordar eso.

– Estoy seguro de que lo harás.

Aidan tomó un sorbo antes que se diera cuenta de algo.

– No tengo regalos para ninguno.

Mori se burló.

– No te preocupes. Estás aquí con nosotros y este es todo el regalo que cualquiera de nosotros necesita. Realmente estamos aquí por ti, Aidan. No porque nos pagues, sino porque realmente nos preocupamos por ti.

Y por primera vez durante años, él lo creyó.

– Gracias a Todos. -Entonces Aidan alzó la vista al techo y susurró:- gracias -también, esperando que de alguna manera sus palabras regresaran a Leta. Estaba seguro de que ella había tenido algo que ver con esto.

La tarde pasó rápida mientras Theresa calentaba la comida que había traído y hacían un buen almuerzo de jamón, patatas, salsa, y judías verdes, con la tarta de pacana para postre. Aidan podría contar con los dedos de una mano, las Navidades tradicionales como esta que había tenido en su vida.

Y ninguna de aquellas había sido ni de cerca tan especial como ésta. Pero demasiado pronto, se terminó y sus invitados se marcharon.

Se quedó de pie en el porche, viéndolos irse con una ligereza en el corazón que nunca había estado allí antes. Sonriendo, cogió el teléfono y llamó a Mori, quién contestó al primer tono.

– ¿Olvidamos algo?

– Puedes llamar al estudio el lunes. Aceptaré el trabajo.

– ¿Te estás quedando conmigo?

– No, Mori. Es en serio. Lo haré.

El Town Car alquilado se paró en la calzada y Mori salió afuera para alzar la vista hacia él. Se llevó el teléfono a la oreja.

– ¡Te quiero, tío! -gritó-. De una manera puramente platónica.

Aidan se rió cuando varios pájaros alzaron vuelo asustados.

– Yo también te quiero, Mor. Definitivamente de un modo platónico.

Mori lo saludó antes de regresar al coche e irse.

Aidan colgó el teléfono y volvió dentro donde el olor de la tarta de pacana lo calentó totalmente desde la cabeza hasta los dedos de los pies. El día habría sido perfecto si solamente…

No podía terminar aquel pensamiento. Era demasiado doloroso.

Sí. Existía también algo que arruinaba los momentos más felices de su vida. Pero aún así, lo había necesitado y estaba agradecido a sus amigos por hacer este día especial.

Suspirando, echó a andar hacia su estudio cuando oyó un ligero golpeteo en la puerta. Echó un vistazo a la cocina para ver si Theresa había olvidado algo. Ella siempre perdía y dejaba cosas. Pero no vio nada.

Abrió la puerta y entonces se quedó helado.

No podía ser.

Unos ojos tan azules que parecía que realmente no le estaban mirando.



– ¿Leta?

Su sonrisa lo deslumbró.

– ¿Puedo entrar?

– Abso-jodida-mente.

Ella se lanzó a sus brazos.

Sin aliento, Aidan la abrazó estrechamente, tratando de encontrarle un sentido a esto.

– ¿Cómo puedes estar aquí?

– Hades me liberó del Inframundo.

– No entiendo. ¿No necesitarías un sacrificio?

– No si él lo hace. Una vez que morí, Zeus ya no tenía poder sobre mí. Sólo Hades.-Ella lo apretaba tan fuerte que su espalda se quebraba-. Persephone estaba tan conmovida por lo que le dijiste que le dijo a Hades que yo tenía que estar con mi amado… Tú.

– ¿Por cuánto tiempo?

Ella se encogió de hombros.

– Ahora soy humana. Igual que tú.

Él no podía creerlo. Más aliviado de lo que había estado alguna vez antes, la cogió en brazos y cerró la puerta con el pie.

Ella frunció el ceño ante su manera de actuar.

– ¿Adónde me llevas?

– A mi dormitorio donde me propongo mordisquearte desde la cabeza a la punta del pie. Te amo, Leta, y tengo la intención de asegurarme que nunca dudes de mí.

Ella le apartó el pelo de los ojos.

– Yo nunca dudaría de ti, Aidan. Y tú nunca, nunca tendrás motivo para dudar de mí.

EPÍLOGO

Aidan sonreía mientras veía a Leta terminar de decorar el árbol. Su anillo de boda de tres quilates centelleó a la luz de la vela, se habían casado en el Día de San Valentín.

– Sabes, me mata que celebres mis días de fiesta conmigo cuando tú solías ser una diosa Griega.

Leta se encogió de hombros.

– Todos los dioses y las tradiciones merecen respeto.

Ella era asombrosa y su vida no había sido nada salvo un milagro desde el momento en que había entrado en ella.

Su presencia era subyugante cuando atravesó la distancia hasta él y le dio una pequeña caja.

– Para ti.

Se quedó desconcertado por el regalo.

– Creí que no cambiaríamos regalos hasta la medianoche.

– Lo sé, pero esto ha estado matándome durante semanas, y si no lo abres, podría morirme.

Él aspiró bruscamente.

– No bromees sobre esto. Ya te perdí una vez. No estoy dispuesto a perderte de nuevo. Rasgando el papel, encontró una caja de pan de oro que abrió.

Contenía una sola hoja de papel escrita a mano por ella.

– Veintitrés de julio. ¿Qué es el veintitrés de julio?

– Mira debajo.

Lo hizo y lo que encontró allí le quitó el aliento. Era la ecografía de un niño.

– ¿Es este…?

Ella resplandeció.

– El veintitrés de julio.

– ¡Oh, Dios mío! -dijo en voz baja, contemplándola mientras se hacía a la idea gradualmente. Iba a ser padre. Sonriente, la tomó en brazos y giró en redondo con ella-. Te amo, Leta. Muchas gracias por mi vida.

– No, Aidan, gracias por recordarme como es sentir otra vez. Despertar cada mañana en los brazos de alguien que me ama.

Aidan rió mientras la alegría corría por todo su cuerpo. Estaba finalmente en el último estatus del hombre. Pero por primera vez en su vida, no estaba solo. Estaba más fuerte que nunca antes porque sabía que tenía a una persona a su lado que nunca lo engañaría. Alguien que había muerto para mantenerlo a salvo.

La vida realmente nunca había sido mejor.

– Feliz Navidad, Aidan.

– Feliz Navidad, Leta… y bebé.

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