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Dos días más tarde, yo cenaba con Harey, cuando Snaut entró en la pequeña cocina. Estaba vestido como uno se viste en la Tierra luego de una jornada de trabajo, y ese nuevo atuendo lo transformaba. Parecía más alto y también más viejo. Sin mirarnos, se acercó a la mesa; no se sentó, abrió una lata de carne y se puso a comer, tragando un bocado de pan entre dos bocados de carne fría. La manga de la chaqueta rozó el borde de la lata y se manchó de grasa.

— Tu manga, ten cuidado — le dije.

Snaut refunfuñó algo con la boca llena.

Y siguió engullendo como si no hubiese comido nada desde hacía días. Llenó un vaso de vino, lo vació de un trago, suspiró y se pasó la mano por la boca.

Me miró con unos ojos inyectados en sangre y farfulló:

—¿No te afeitas más? Aja…

Harey apiló la vajilla en el fregadero. Snaut se hamacaba sobre sus talones; hacía muecas y se chupaba ruidosamente los dientes. Tuve la impresión de que exageraba a propósito el ruido.

Me miró con insistencia.

—¿Has decidido no afeitarte? — No le contesté.— Créeme — agregó—, haces mal. El también empezó por no afeitarse.

— Vete a dormir.

—¿Por qué? Tengo ganas de charlar un rato. Escucha, Kelvin, a lo mejor nos quiere bien… Tal vez quiera complacernos, pero no sabe cómo arreglárselas. Descifra deseos en nuestros cerebros, y sólo el dos por ciento de los procesos nerviosos son conscientes. Nosotros mismos no nos conocemos. Habrá que entenderse con él. ¿Me escuchas? ¿No quieres? ¿Por qué —lagrimeó—, por qué no te afeitas?

— Cállate, estás borracho.

—¿Borracho, yo? ¿Y qué? ¿Sólo porque llevo mis huesos a cuestas por todos los rincones del espacio y meto las narices en el cosmos no tengo derecho a emborracharme? ¿Por qué? Tú crees en la. misión del hombre ¿eh, Kelvin? Gibarían me hablaba de ti antes de dejarse crecer la barba… Te describió muy bien… Y sobre todo, no vayas al laboratorio, perderías tu fe. El laboratorio es el feudo de Sartorius, nuestro Fausto au rebours…¡Busca un remedio contra la inmortalidad! Es el último caballero del Santo Contacto, el hombre que nos hacía falta… Recientemente ha descubierto la agonía prolongada. No del todo mal ¿eh? Agonía perpetua…de la paja… de los sombreros de paja… ¿Y tú no bebes, Kelvin?

Levantó los párpados hinchados y miró a Harey, que se apoyaba inmóvil contra la pared.

Snaut se puso a declamar:

— »Oh, blanca Afrodita, nacida del Océano, tu gesto divino… » — Se ahogó de risa. — Rima, ¿eh? Kelvin, Kel… vino…

Un acceso de tos le impidió continuar.





Tranquilo, con una cólera fría, le grité:

—¡Cállate! ¡Cállate y vete!

—¿Me echas? ¿Tú también? No te afeitas más y me echas. Ya no te interesan mis advertencias, no quieres mis consejos, j Entre compañeros interestelares, hay que ayudarse! ¡Óyeme, Kelvin, podemos bajar, abrir los ojos de buey y llamarlo! Quizá nos oiga. Pero ¿cómo se llama? Le hemos puesto nombre a todas las estrellas, a todos los planetas, cuando probablemente ya tenían nombre… ¡Qué insolencia la nuestra! Ven, bajemos. Le explicaremos a gritos que nos ha jugado una mala pasada, y conseguiremos conmoverlo.. Construirá para nosotros simetríadas de plata, nos rezará unas plegarias aritméticas, nos enviará ángeles teñidos de sangre. Compartirá nuestras penas y terrores, nos pedirá que le ayudemos a morir. Ya nos pide ahora, nos suplica… que le ayudemos a morir, cada vez que se manifiesta. ¿No sonríes? Pero sabes que bromeo. Si el hombre tuviese más sentido del humor, quizá las cosas hubieran tomado otro cariz. ¿Sabes qué pretende Sartorius? Un castigo, que todas las montañas del océano griten a la vez… ¿Piensas que no se atreverá a someter ese plan a la aeronave esclerosada que nos ha enviado aquí, como redentores de pecados que nos son ajenos? Tienes razón… Tiene miedo. Pero sólo le tiene miedo al sombrerito. No le mostrará a nadie el sombrerito, no tendrá ese coraje, nuestro Fausto…

Yo callaba. Snaut se balanceaba cada vez con más violencia. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas y le caían en la ropa.

—¿Quién es responsable? — continuó—. ¿Quién es responsable de ésta situación? ¿Gibarían? ¿Giese? ¿Einstein? ¿Platón? Todos criminales… Piensa un poco, en un cohete el hombre puede estallar como una burbuja; o petrificarse, o consumirse, o perder de golpe toda la sangre, sin haber tenido tiempo de gritar, y ser sólo un montoncito de huesos que gira entre paredes blindadas, según las leyes de Newton corregidas por Einstein, esos mojones del progreso. Altas las cabezas, emprendimos el viaje sublime, y henos aquí, hemos llegado. Mira nuestro triunfo, Kelvin, mira nuestras celdas, esos platos irrompibles, esos fregaderos inmortales, esta cohorte de fieles alacenas, de armarios abnegados. Si yo no estuviera borracho, no hablaría así, pero un día u otro alguien lo haría, Kelvin. Y tú te quedas ahí sentado, como un niño en un matadero y te dejas crecer la barba… ¿Quién tiene la culpa? Busca tú mismo la respuesta.

Snaut se volvió lentamente y salió apoyándose en el marco de la puerta para no caer. El eco de los pasos se perdió luego en el corredor.

Yo evitaba mirar a Harey; pero de pronto, y contra mi voluntad, tropecé con los ojos de ella. Hubiera querido levantarme, tomarla en mis brazos, acariciarle el cabello. No me moví.

Victoria

Pasaron tres semanas. Los postigos se bajaban y se cerraban puntualmente. Las pesadillas seguían acosándome, y cada mañana recomenzaba la comedia. ¿Pero era una comedia? Yo me mostraba sereno, y Harey me imitaba. Nos engañábamos mutuamente, con conocimiento de causa, y ese acuerdo tácito facilitaba la evasión última: hablábamos del futuro, nuestra vida en la Tierra, en los alrededores de una gran ciudad. Ya nunca más dejaríamos la Tierra; nos pasaríamos el resto de los días bajo el cielo azul y entre árboles verdes. Imaginábamos juntos la disposición de la casa, el trazado del jardín; discutíamos los detalles: la ubicación de un seto o de un banco… ¿Era yo sincero en algún momento? No. Nuestros proyectos eran imposibles, y yo lo sabía. Pues aunque Harey pudiera abandonar la Estación y sobrevivir al viaje ¿cómo atravesaría yo las barreras inmigratorias con mi pasajero clandestino? La Tierra sólo recibe a los seres humanos, y sólo cuando tienen los papeles en regla. Detendrían a Harey para saber quién era, nos separarían, y Harey se delataría en seguida. La Estación era el único sitio donde podíamos vivir juntos. Quizá Harey ya lo sabía, o podía averiguarlo.

Una noche oí que Harey se levantaba con cuidado, como tratando de no despertarme. Quise retenerla; librarnos un rato de la desesperación, refugiándonos en el olvido. Harey no había notado que yo estaba despierto. Cuando estiré el brazo, ella ya estaba de pie, y se encaminaba descalza hacia la puerta. La llame, sin atreverme a alzar la voz, y me senté en la cama. Pero Harey ya estaba fuera y un panel de luz cortaba oblicuamente la habitación. Me pareció oír cuchicheos. Harey hablaba con alguien… ¿Con quién? Quise ponerme de pie, aterrado, pero las piernas no me obedecieron. Escuché; ya no se oía nada.

Me acosté otra vez. La sangre me martillaba las sienes. Empecé a contar. Estaba llegando a mil cuando la puerta se movió y Harey entró de nuevo en el cuarto. Se quedó allí un instante, inmóvil. Yo trataba de respirar con regularidad.

—¿Kris? — susurró Harey.

No respondí.

Ella se deslizó rápidamente en la cama y se acostó a mi lado, evitando tocarme. Yo no me movía. Las preguntas me bullían en la cabeza, pero me resistía a hablar. Pasó así una hora. Luego me dormí.

La mañana fue semejante a tantas otras mañanas; yo observaba a Harey de reojo; no noté en ella ningún cambio. Después del desayuno, nos sentamos frente a la ventana panorámica. La Estación bogaba entre nubes purpúreas. Harey leía un libro, y mientras yo miraba afuera, noté de pronto que inclinando la cabeza según cierto ángulo, veía nuestras imágenes en el cristal. Retiré mi mano de la barandilla. Harey no sospechaba que yo estaba observándola. Me echó una mirada fugaz, dedujo obviamente que yo estaba mirando el océano, y se inclinó a besar la barandilla, el sitio donde había estado mi mano. En seguida, ya estaba leyendo otra vez.