Страница 63 из 70
– ¿Tienen Zeus en un centro de rehabilitación? -La idea hizo que Eve se frotara la cara con las manos-. Es increíble.
– Para investigación -explicó escuetamente Ambrose-. Los adictos necesitan un período lento y supervisa?do para desengancharse.
– ¿Y dónde diablos estaba la supervisión, doctora?
– A Fitzgerald se le administró un sedante. No espe?rábamos que volviera en sí hasta las ocho de la mañana. Mi hipótesis es que como no conocemos a fondo las propiedades de Immortality, lo que quedaba de ello en su organismo contrarrestó el narcótico.
– O sea que se levantó, fue por su propio pie al alma?cén y se sirvió un combinado.
– Algo parecido, sí. -Eve casi pudo oír cómo le re?chinaban los dientes a la doctora.
– ¿Y las enfermeras, y el sistema de seguridad? ¿Aca?so se volvió invisible?
– Esto podrá usted verificarlo con su propia agente de servicio, teniente.
– Descuide, lo haré.
Ambrose de nuevo volvió a rechinar los dientes y lue?go suspiró.
– Oiga, no quiero cargarle el muerto a su agente. Hace unas horas hemos tenido problemas. Uno de los pacientes de tendencias violentas agredió a su enferme?ra de sala. Estuvimos muy ocupados durante unos mi?nutos, y su agente vino a echar una mano. De no ser por ella, la enfermera de sala estaría ahora mismo a las puertas del cielo al lado de la señorita Fitzgerald, en vez de tener la tibia rota y unas cuantas costillas fuera de sitio.
– Veo que la noche ha sido movida, doctora.
– Ojalá no se repita a menudo. -Se pasó los dedos por su rizado pelo rojizo -. Escuche, teniente, este cen?tro tiene muy buena reputación. Ayudamos a la gente. Lo que ha pasado me hace sentir tan mal como a usted. Maldita sea, la paciente tenía que haber estado durmien?do. Y esa agente no estuvo fuera de su puesto más que un cuarto de hora.
– Otra vez el sentido de la oportunidad. -Eve miró hacia Jerry e intentó sacarse de encima el peso de la cul?pa-. ¿Y las cámaras de seguridad?
– No tenemos, teniente. ¿Se imagina cuántas filtra?ciones a los media habría si grabásemos a los pacientes, algunos de los cuales son ciudadanos destacados? Esta?mos atados por las leyes de privacidad.
– Fantástico. O sea que nadie la vio en su último pa?seo. ¿Dónde está el almacén de drogas donde Jerry tomó la sobredosis?
– En este ala, un nivel más abajo.
– ¿Y ella cómo lo sabía?
– Lo ignoro, teniente. Como tampoco puedo expli?car cómo logró abrir la cerradura, no sólo de la puerta sino de las propias bodegas. El caso es que lo hizo. El vigilante nocturno la encontró cuando hacía su ronda. La puerta estaba abierta.
– ¿Abierta o no cerrada con llave?
– Abierta -confirmó Ambrose-. Y dos almacenes también. Ella estaba en el suelo, muerta. Se intentaron los métodos habituales de reanimación, teniente, pero más por hábito que porque hubiera esperanza.
– Necesitaré hablar con todo el personal de este ala; y con los pacientes también.
– Teniente…
– Al cuerno la privacidad, doctora. Me la paso por el culo. Quiero ver al vigilante nocturno. -De pronto, la compasión se impuso a los nervios-. ¿Entró alguien a verla? ¿Vino alguien interesándose por su estado?
– La enfermera de sala lo ha de saber.
– Entonces empecemos por ella. Usted reúna a los demás. ¿Hay alguna habitación donde pueda entrevistar a la gente?
– Utilice mi despacho. -Ambrose se volvió para mi?rar el cadáver, silbó entre dientes-. Era muy guapa. Jo?ven, famosa y rica: las drogas curan, teniente. Alargan la vida y la calidad de la misma. Erradican el dolor, calman la mente atribulada. Yo me esfuerzo en recordar todo eso cuando veo qué otros efectos pueden tener. Si quiere saber mi opinión, y ya sé que no, ella estaba destinada a acabar así desde el día en que probó ese líquido por pri?mera vez.
– Ya, pero ha sido mucho más rápido de lo que se su?ponía.
Eve salió de la habitación y divisó a Peabody en el pasillo.
– ¿Y Casto?
– He hablado con él. Viene hacia aquí.
– Esto se ha complicado, Peabody. Hay que hacer algo para aclarar las cosas. Procure que este cuarto… Eh, usted. -Vio a la agente que había estado de guardia al fondo del corredor. Su dedo la señaló como una flecha. Comprobó que había hecho diana cuando la agente de uniforme dio un respingo antes de palidecer y avanzar hacia su superior.
La agente no tenía por qué saber que Eve no iba a pedir acciones disciplinarias contra ella. Que sudara un poco.
Eve examinó el feo arañazo que la agente, ahora pá?lida y sudorosa, tenía en la clavícula.
– ¿Eso se lo hizo el violento?
– Señor, antes de que pudiera sujetarlo.
– Haga que se lo miren. Está usted en un centro de salud. Y quiero esta puerta bien cerrada. ¿Lo ha entendi?do bien? Que nadie entre ni salga.
– Sí, señor. -La agente se puso firmes. Para Eve tenía el patético aspecto de un cachorro apaleado. Apenas tenía edad de que le dejaran pedir cerveza en un bar, pensó meneando la cabeza.
– Siga vigilando, agente, hasta que yo no ordene que le releven.
Dio media vuelta e hizo señas a Peabody de que la siguiera.
– Si alguna vez se enfada mucho conmigo -dijo Pea?body con su mansa voz-, prefiero un puñetazo en la cara que una reprimenda como ésa.
– Tomo nota. Casto, me alegro de que esté con noso?tros.
Casto llevaba la camisa arrugada, como si se hubiera puesto lo primero que tenía a mano. Eve conocía esa ru?tina. Su propia camisa parecía haber estado metida en un bolsillo durante una semana.
– ¿Qué demonios ha pasado aquí?
– Eso es lo que vamos a averiguar. Nuestro cuartel general es el despacho de la doctora Ambrose. Interro?garemos al personal de uno en uno. En cuanto a los pa?cientes, es probable que nos pidan que lo hagamos ha?bitación por habitación. Lo quiero todo grabado, Peabody, desde ya.
Peabody sacó su grabadora y se la prendió de la so?lapa.
– Grabando, señor.
Eve hizo una señal a Ambrose y la siguió más allá de las puertas de vidrio reforzado por un pequeño pasillo hasta un despacho pequeño.
– Dallas, teniente Eve. Interrogatorio de posibles tes?tigos de la muerte de Fitzgerald, Jerry. -Consultó el reloj para anotar fecha y hora-. Presentes también: Casto, te?niente Jake T. División de Ilegales, y Peabody, agente Delia, ayudante temporal de Dallas. Interrogatorios en el despacho de la doctora Ambrose, Centro de Rehabili?tación para Drogadictos. Doctora Ambrose, haga pasar a la enfermera de sala, por favor. Y quédese, doctora.
– ¿Cómo demonios ha muerto? -inquirió Casto-. ¿El organismo dijo basta, o qué?
– En cierto modo, sí. Le informaré sobre la marcha.
Casto empezó a decir algo pero se controló.
– ¿No podríamos pedir que nos traigan café, Eve? Me falta una dosis.
– Pruebe esto. -Aporreó con el pulgar un maltrecho AutoChef y luego ocupó su sitio detrás de la mesa.
La cosa no fue demasiado bien. A mediodía, Eve había interrogado a todo el personal de servicio en el ala, casi con los mismos resultados una y otra vez. El violento de la habitación 6027 se había librado de sus correas, agre?dido a la enfermera de sala y armado un gran alboroto. Por lo que pudo deducir, la agente se había lanzado pa?sillo abajo, dejando el cuarto de Jerry sin atender duran?te doce y dieciocho minutos.
Tiempo más que suficiente, suponía Eve, para que una mujer desesperada echara a correr. Pero ¿cómo sa?bía Jerry dónde encontrar la droga que necesitaba, y cómo consiguió acceder a ella?
– Quizá alguien del personal estaba hablando de ello en su habitación. -Casto tragó un gran bocado de pasta vegetariana durante la pausa que se habían tomado para almorzar en el comedor del centro-. Una mezcla nueva siempre origina muchos rumores. No hace falta ser un lince para imaginar que la enfermera jefe o alguien estu?viera comentando la jugada. Fitzgerald no debía estar tan sedada como todos pensaban. Los oyó y, cuando vio la oportunidad, se lanzó a por ella.